Lacan & el amor a sí mismo...



Creo que Freud está mucho más cerca del mandamiento evangélico «Amarás a tu prójimo» de lo que acepta. Porque él no lo acepta, lo rechaza por parecerle excesivo como imperativo, si no se burla de este como precepto por sus frutos aparentes en una sociedad que conserva el nombre de cristiana. Pero, de hecho, se interroga sobre este punto. Habla del tema en esa obra sorprendente que se llama El malestar en la cultura. Todo está en el sentido del «como a ti mismo», que termina la fórmula. La pasión desconfiada de aquel que desenmascara detiene a Freud ante este «como». Se trata del peso del amor. Freud sabe, en efecto, que el amor a sí mismo es muy grande, lo sabe perfectamente por haber reconocido que la fuerza del delirio surge de allí. «Sie lieben ihren Wáhnen wie sich selbst» (ellos aman su delirio como a sí mismos), escribió. Y designó esta fuerza con el nombre de narcisismo. Esta supone una dialéctica secreta en la que a los psicoanalistas les cuesta orientarse. Es esta. Para que se comprenda, introduje en la teoría la distinción propiamente metódica de lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Sin duda me amo a mí mismo con la pasión viscosa con la que la burbuja vital se empuja a sí misma y se hincha en una palpitación a la vez voraz y precaria, si dejar de fomentar en su seno el punto vivo desde donde su unidad reventará, diseminada por su propio estallido. En otras palabras, estoy ligado a mi cuerpo por la energía propia que Freud ubicó como principio de la energía psíquica, el Eros que hace que los cuerpos vivos se enlacen para reproducirse, y que él llama libido, Pero lo que amo, en la medida en que hay un yo donde me fijo por una concupiscencia mental, no es ese cuerpo cuyo batir y cuya pulsación escapan evidentemente a mi control, sino una imagen que me engaña al mostrarme mi cuerpo en su Gestalt, su forma. Este es bello, grande, fuerte, y lo es más aún por ser feo, pequeño y miserable.

Me amo a mí mismo en la medida en que me desconozco esencialmente, solo amo a otro, a otro [autre] con una a minúscula inicial, lo que explica la costumbre de mis alumnos de llamarlo el pequeño otro. No hay nada sorprendente en que no sea más que yo mismo lo que amo en mi semejante. No solo en la devoción neurótica, si indico lo que nos enseña la experiencia, sino también en la forma extensiva y utilizada del altruismo, ya sea educativo o familiar, filantrópico, totalitario o liberal, al cual con frecuencia se desearía ver responder como el estremecimiento de la magnífica grupa de la desafortunada bestia, el hombre no considera más que su amor propio. Sin duda este amor se detectó desde hace mucho tiempo en sus extravagancias, incluso gloriosas, por la investigación moralista de sus pretendidas virtudes. Pero la investigación analítica del yo permite identificarlo con la forma del odre, con la desmesura de la sombra de la que el cazador se vuelve la presa, con la vanidad de una forma visual. Tal es la cara ética de lo que articulé, para que se entendiera, con el término estadio del espejo.

Jacques Lacan
[ Paris, 1901/1981 ]
¿El psicoanálisis es constitutivo de una ética a la medida de nuestro tiempo?
Discurso a los Católicos.
Bruselas, 1960.

Artes Visuales:
Carlos Alonso
[Tunuyán, Mendoza;1929 ]

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