Clinamen & Niñez. Turbulencias del Cuerpo.
Si nos propusiéramos realizar una posible historia del cuerpo, de sus orificios, de sus agujeros, nos encontraríamos, seguramente con la prominencia de una historia de su ascesis. El cuerpo con membranas que se abren a la vida desde la vida, por donde el lujo vital descarrila sus emanaciones, sus caudales, es también lo que se purifica, se sutura. Un juicio moral cae sobre los huecos, los vigila, los nutre, los silencia, los vehiculiza. Los orificios del organismo muestran las costuras de su paso por la cultura. La boca que traslada los ecos del vibrato interno, es capturada por una ortopedia del sonido, por una estilística de los acentos, por una manufactura del cántico. Los cantos poéticos terminan sistematizados por La Gramática.
La boca del niño, ese agujero incesante que pregunta, que fascina, que problematiza; daña el campo sonoro de las orejas estratificadas. Niño explorador, nómada, mapeador del cosmos, el niño corta con su lengua de papalote la sonoridad de los saberes. El niño dice continuamente lo que hace o lo que trata de hacer: explorar unos medios, mediante trayectos dinámicos, y establecer el mapa correspondiente. Los mapas de trayectos son esenciales para la actividad psíquica. /1/
La pregunta del niño es tormentosa, quiebra la quietud del falso infinito que el adulto ha creado para amansar las aguas de huracán. La pregunta del niño es quiebre, angulación, caída, resonancia de cascabel que es derivada de la serpiente interna que danza con el tambor del corazón,…los ruidos de las profundidades se convierten en voz cuando encuentran en ciertas superficies agujereadas (boca) las condiciones de su articulación. /2/
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El niño canta y se sostiene en su vaivén, logra arrinconar la noche de sus monstruos, les canta para devenir monstruo y enfrentarse a monstruos, deviene monstruo cantor contra el caos de la sorda madrugada. El canto como pregunta, ¿a quién? al sonido mismo. El canto es otro flujo laminar que vibra en turbulencia. Espiral que se eleva en la atmósfera plana, intenta producir sentido.
Pero también la membrana boca se abre y cierra, pregunta o repite la consigna. Habla desde su muerte anidada en la materia, lo flujos buscan también su abolición. Mi alma misma, el mundo, los objetos y los cuerpos están, en el momento de su nacimiento, en su declive. Lo que significa, en sentido ordinario, que son mortales y están destinados a la destrucción. Pero quiere también decir que se constituyen y se forman. La naturaleza declina: tal es su acta de nacimiento y de estabilidad. /13/
Perder la placenta es declinar, perder la palabra mítica originaria. Por ello sigue el deambular, el erranzar, la vida nómada. Pero esta vida hace pregunta, hace poesía. Es deslizarse en la pendiente, la pregunta es una pendiente, el niño pende de un fluir de cosas, hace el remolino de colores. La pregunta deja el saber pendiente. El niño pregunta “papá, ¿por qué nos sigue esa torre?” y mira el movimiento de perspectiva de la geometría circundante, se siente perseguido por la torre. El niño cuestiona “¿cómo es que dios hizo los huesos, cómo los metió en la carnita?” Cuestionamiento al Juicio de Dios, a su omnipotencia. El niño se percata de que no es posible, a menos que haya algún artificio, meter huesos en la carne sin causar estragos.
Pregunta imposible de acallar, pues en cada niño resurge, como infinita repetición de lo heterogéneo. Y es heterogéneo como lo es el clinamen. Lucrecio partió de lo heterogéneo. Es un modelo de devenir y de heterogeneidad, que se opone al modelo estable, eterno, idéntico, constante.... la famosa declinación del átomo proporciona ese modelo de heterogeneidad, de paso o de devenir a lo heterogéneo. /14/
El átomo es palabra, letra, pregunta. Siendo fluido, caudal, produce turbulencia. Heterogeneidad en la multiplicidad. El aleteo de la mariposa es el clinamen, las fluctuaciones del río que llevó a Moisés en su travesía. La insistente pregunta del niño es contra-efectuación frente a la estratificación. Es pregunta atómica, destruye en su construcción, parte de la multiplicidad a la heterogeneidad. No es un asunto sólo metafórico, no es que se use la metáfora hidráulica, de los fluidos para pensar asuntos que tocan lo cotidiano; el átomo es la vida, o mejor, es el clinamen del átomo lo que produce el sentido.
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Mucho puede decirse aún de lo que dicen los niños, pero el decir sobre los niños, la interpretación de su palabra ya es presa de la estratificación. Nosotros difícilmente hablamos con los niños, les imponemos consignas. Es interesante ver como a medida que vamos creciendo, la fuerza domesticadora termina por introducirnos en el falso infinito. El clinamen del átomo-letra, quizá es vehiculizado en la utilización del discurso como sometimiento. La pregunta se torna consigna. Es tal la eficacia de los aparatos de captura que manufacturan su propia ortopedia desde una atomicidad asesina. Porque en efecto, la fuerza atómica del clinamen, también se ha magnificado en bomba atómica. La pregunta deviene historia a ser contada, la historia está anudada en la física, canta con el rayo y el torbellino.
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Quisiera concluir este breve ensayo reivindicando lo intempestivo, la turbulencia del niño y su pregunta, el clinamen del átomo; convocar a una poética de las turbulencias, al ejercicio de la contra-efectuación, a la guerrilla contra la consigna para alimentar el fuego de las vibraciones. En ello es posible pensar una historia del cuerpo y sus orificios que preguntan, que interrogan, el flujo del amor por la carne que invita a pensar la materia en la vibración del polvo enamorado de Quevedo. Pensar al niño, como al pequeño Lucrecio, jugando en la arena, escuchando los murmullos del mar, zigzagueando pupilas con las angulaciones que las gotas de lluvia dibujan en el horizonte que está por venir.
Octavio Patiño García
Extracto del Trabajo:
La pregunta del niño como clinamen: poética de las turbulencias del cuerpo.
Publicado en Errancia... La palabra inconclusa.
Revista Virtual de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura.
Iztacala. Facultad de Estudios Superiores.
Universidad Nacional Autónoma de México.
Número 11. Arte-Escritura y Psicoanálisis. Abril/2015
Ref.:
1 Deleuze, G. (1996). “Lo que dicen los niños.” En Crítica y clínica. Editorial Anagrama, Barcelona, España. pag.98
2 Deleuze, G. (1989) Lucrecio y el simulacro, En Lógica del sentido. Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. pag. 194
13 Serres, Op. Cit. pag. 54
14 Deleuze, G. y Guattari, F. Op. Cit. pag. 368
Artes Visuales:
Juanjo Viota
[ España ]
La visita, 2007