El YO, esa ilusión...
Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XXVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque -tal vez- literariamente inferiores. Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables(mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan.
Jorge Luis Borges
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, 1940.
La imagen. Lo que nos captura. Lo que mueve al mundo, amparada en el goce que usufructúa.
La imagen. Lo que hace que un sujeto siga mirándose en su propio ombligo sin posibilidad de acceder a su deseo. Narciso frente al lago, inmóvil, sediento.
La imagen. Lo que mueve millones y millones de dólares en el mundo: cosméticos e indumentarias y quirófanos de estética (el sujeto se cree hermoso y cree que aún puede serlo más), chat (el sujeto se cree que puede engañar y postergar el acto), drogas (el sujeto se cree fuerte, el sujeto cree que puede prescindir del Malestar de la Cultura), guerras (el sujeto cree que la puede tenerla más larga).
La imagen. Miles de matrimonios con hijos y nietos en relaciones paralelas, incluso con elección sexual de objeto divergentes al status quo. Miles de parejas haciéndose los sordos, y los ciegos, y los mudos; para sostener ese status quo. Esa imagen. Matrimonios bien constituidos, con amantes en los pasillos y ascensores de las empresas; con putas en los mediodías del almuerzo; con puticlubs, saunas, prostíbulos y anexos en cada atardecer, antes de llegar a casa y ponerse las pantuflas del hogar.
La imagen; el Ego, el Yo. Eso que los psicólogos suelen llamar “la personalidad” y suelen vitaminizar aún más. La imagen. Eso que si el analista no cuestiona, no divide, y se deja engañar; hace que el psicoanálisis se reduzca a un simple estudio de lo inconsciente y que el analista sea cómplice del engaño. Hace que el sujeto no se escuche desde donde habla y desde donde sostiene su coraza, su férrea posición yoica; engañado por honores, cucardas, instituciones que retroalimentan el capitalismo de los títulos; engañado por un mañana que nunca llega y que posterga el acto; engañado por los elogios y el discurso del tener.
La imagen. Eso que si el trabajo de análisis no atraviesa, convierte al psicoanálisis mismo en un paralelaje de saber que no sirve para nada. Porque si el sujeto no puede vivir su verdad, esa verdad que lo divide, queda aplastado por una hipocresía crónica. Y el psicoanálisis, lejos de ser un espacio para el encuentro con el deseo, termina constituyéndose en un aletargado y crónico montaje de una gran mentira.
Marcelo Augusto Pérez
La imagen, ilusión de un por-venir.
X / 2018
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