Honorarios en Análisis




"Me ha arruinado... se ha reído de mis pérdidas y burlado de mis ganancias, ha afrentado a mi nación, ha desalentado a mis amigos y azuzado a mis enemigos. ¿Y cuál es su motivo? Que soy judío. ¿El judío no tiene ojos? ¿El judío no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No es alimentado con la misma comida y herido por las mismas armas, víctima de las mismas enfermedades y curado por los mismos medios, no tiene calor en verano y frío en invierno, como el cristiano? ¿Si lo pican, no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿Si nos envenenáis no morimos? ¿Si nos hacéis daño, no nos vengaremos?"
William Shakespeare
Shylock, el Mercader de  Venecia.


Aprovecho una reciente sesión de control con un colega para desplegar un poco el tema de los Honorarios del Análisis (harto más que “del analista”) que es también un recurrente tópico demasiado ya comentado en la parroquia del Psicoanálisis.

En estos días supervisando (un caso de) un colega, él me comentaba que uno de sus analizantes no sólo no le pagaba en tiempo y forma pactado sino que además ya se había hecho las tetas, una lipoaspiración e iba por una vaginoplastía (es un caso de “cambio de género”). Todos procesos quirúrgicos de costo considerable. Y también me comentaba de otra analizante que no sólo le pedía que le cobre menos, sino que encima le pedía café y ¡galletitas! en la sesión. Y no es que él (el analista) no le diera café, pero nos causó mucha risa que encima quiera un plus. Bien: este plus (el neurótico tiene el discurso del Pedigüeño, nos recordaba Roberto Harari) es “la libra de carne” del Shylock de Shakespeare que el Sujeto –vía transferencia y cuasi a modo de venganza por lo que el Otro le ha hecho- supone debe obtener del Analista cuando, justamente, no analiza nada sino que está en permanente lazo imaginario. Recordemos: cuánto más se ama/odia menos se analiza. Y es -claro también- parte de los caprichos infantiles que el neurótico pone en acto con su histeria concomitante en el proceso transferencial que el Psicoanálisis habilita.

Yo le comentaba de varios casos similares. Pacientes (porque se podría decir que la categoría de analizantes le queda grande) que no sólo contraen deudas con el analista sino que encima se dan el lujo de pedir doble ración de café o se permiten gastar los billetes de sus bolsillos en sus narcísicas cosas pero no en pagar por su goce. Lo mismo sucede si un alumno/colega no quiere pagar por sus Clases argumentando falta de dinero; pero esa misma semana se gasta su billetera en alquilar una habitación para coger con alguien. ¿Por qué doy este ejemplo? Porque se trata del goce. Y si el psicoanálisis no toca el goce no toca nada. Por tanto: si permitimos  -adinfinitum- que un analizante o un alumno no pague por su goce, no sólo le estamos incrementando el síntoma (haciendo psicología del Yo) sino que además esto nos influye en nuestro propio fantasma para seguir analizando el caso; por una cuestión  más que obvia que me voy a permitir  declarar parafraseando a Ferenczi con el riesgo hereje que esto pudiese suscitar: no es posible escuchar sin simpatía. Es decir: si bien el analista escucha sin fantasma (no durante todo el tiempo de la sesión, obviamente, sino en el momento del Acto, de la interpretación) no vive sin fantasma. Es decir: tiene –como nos recordaba Lacan- pensamientos y afectos como cualquier otro mortal. Como por ejemplo: ¿por qué debería yo subvencionar a un sujeto que no tiene ningún inconveniente de dejar su deuda (su caca, su resto) en su propio análisis, cuando él mismo no es ni un indigente ni mucho menos y tiene dos brazos y dos piernitas y dos ojitos y dos orejitas y –por tanto- ninguna discapacidad como para trabajar y pagar por su elección?

Como analistas sabemos que esto tiene que ver con el síntoma de cada analizante: sobre todo con su mecanismo histérico y narcisístico.  Y por eso debemos operar poniendo coto al goce con Ley aunque el analizante se queje: sabemos que no pasa por el monto sino por el símbolo. Pero también –como analistas- tenemos la obligación ética de cobrar por la sesión. Primero, y fundamental, porque debemos subrayar que la Relación Sexual no Existe. Es decir: que no somos amigos, pareja, padres, hermanos; del analizante. Podemos semblantear eso, pero ningún paciente nos llama –¡por suerte!- para el día del amigo o para el día del padre. Y, también por suerte, no por eso nos dejan de preguntar cómo estamos. Es decir: hay un borde muy fino donde el “verdadero analizante” (el que ha recorrido ya una buena porción en su sinthoma) sabe que no viene a reproducir su neurosis infantil sino realmente a analizarze con alguien que también es un neurótico. (No hay, o no debería haber, analistas perversos). Segundo: porque no pagarle en tiempo y forma al analista es como pretender coger con él, o aceptar que el analista va a permitir todo acto de goce. Es como habilitar –cuando se  trabaja con niños- que el sujeto escriba en las paredes del consultorio o escupa en el piso. Aunque la analogía parece exagerada, es –técnica y exactamente - lo mismo. Un niño puede pensar totalmente lógico que si se acaba el papel puede escribir en la pared. Y un adulto neurótico puede pensar totalmente lógico que él puede deberle sesiones a su analista aunque se compre un coche nuevo. Tercero: porque –estrictamente hablando- el paciente no debe sesiones a su analista, sino a su análisis. Pero esto lleva tiempo para que el paciente (ya analizante) lo sepa. Cuarto: porque todo goce fálico engorda el síntoma y supone un Otro del goce. Traducción: si tenemos un paciente que siempre repite el síntoma y eso se traslada a los honorarios de su análisis; es iatrogénico transportar el mecanismo al dispositivo por tiempo indefinido. Es decir: el analista puede –semblanteando al amigo o a la madre tetona- perdonar ciertas licencias, pero no puede ser cómplice eternamente de ese síntoma. [El padre una vez presta el coche. El hijo se lo hace pelota. Otra vez lo presta. Otra vez el hijo lo choca. Y así por tercera, cuarta vez… Entonces ya debería acotar ese goce porque es tan responsable el hijo como el padre.]

Se desprende de todo esto por qué los análisis en una institución (hospital, obra social) son prácticamente utópicos. Por más que el paciente siempre paga –siempre se castra- (horarios, no elige al analista, etc.) de todos modos el tema Honorarios, sea en su aspecto imaginario como simbólico, se relaciona con la Demanda al Otro y por tanto corta la posibilidad de un análisis serio (en Serie).

Los analistas no somos (no deberíamos ser) robóticos metálicos impermeables. Por ejemplo: en estos días una paciente en estado de crisis absoluta porque está en estado de coma su pareja desde hace dos meses y lo está cuidando al lado de su lecho, y a la vez lucha con sus 4 hijas hiper neuróticas; me llama por teléfono y hablamos las veces que sean necesarias. Ni ella ni yo tenemos –lo sé- idea de cuántas sesiones debe (calculo que no deben ser muchas). Pero no se me ocurriría –en este contexto donde sólo hay que dosificar la angustia real, y no la histérica- hacer una referencia a este tópico. En cambio  un paciente que además de no pagar pretende que uno esté a su disposición cuando quiere porque acaba de tener –por ejemplo- un desencuentro amoroso con una damisela que acaba de conocer; es –desde todo punto de vista- una calamidad. Y esto no es un criterio sólo de quien subscribe estas líneas: aquí estamos de acuerdo casi todos los analistas. Sobre todo cuando el susodicho tiene edad para tamizar, para relativizar y –como dicen los colegas que uno comenta estos casos- para hacerse cargo que vivir –y arriesgarse al amor- implica esos avatares.  Y si no puede, entonces nos encontramos que –harto más de ser un sujeto analizable- estamos frente a una estructura hiper narcísica que  no acata la Ley: la ley social y sobre todo la simbólica. La social: porque hay normas y códigos de convivencia. La simbólica: porque –como diría Vinicius- si alguien no ha escuchado roncar a un Padre no sabe qué es un Padre: es decir, si el analista imprime Ley y el analizante –en nombre de la angustia, del capitalismo, de la poesía o de lo que sea- no sabe sostenerla y soportarla, es también muy difícil que un análisis llegue a buen puerto. Como decimos con amigos colegas: la resistencia es del analista pero hay pacientes que por narcisismo son realmente inanalizables aunque ellos crean –vía intelectual – que sí. No se puede descartar nunca la cuestión del goce que siempre engorda al Yo. Y, por supuesto, la cuestión histérica que pide un Amo para derrocarlo. No puede ser casual que estos pacientes (y me lo comentaba este colega al que hice referencia al comienzo) crean que se están analizando genialmente. Justamente se trata de eso: son creídos. Creen que si la Madre, el Padre, el Estado, el Hospital, el Vecino, el Amigo los pueden sostener, soportar y habilitar en su goce, entonces ¿por qué no, el analista? De aquí que, como digo siempre, una cosa es un Messi que se cree Messi (que de todos modos está muy feito y hace bastante mal a largo plazo) y otra un pobre neurótico que se la cree. Los analistas no deberíamos creérnosla, y justamente por eso –y además- exigir el pago de las sesiones: somos sujetos mortales que también vamos a comprar la verdura y el papel higiénico. Y –sobre todo- que no tenemos porqué aceptar trabajar gratuitamente.

El analizante –cuando realmente puede caer en la cuenta de sus mecanismos de acting; no sólo porque su analista se lo dice sino porque los acepta vía la Ley- puede entonces “resignificar” su accionar y posiblemente girar en su discurso. Sino, todo es más de lo mismo: en la escuela me copié de todos cuando podía, en la universidad fui un discapacitado, en mi trabajo soy un inútil, y a mi analista –ergo- le pido que siga sosteniendo mi síntoma. O, para no dar un ejemplo en baja sino en alta: fui siempre la predilecta de papá; fui la mejor alumna; soy la mejor madre; y ahora por qué no esperar que mi analista me cobre dos pesos menos siendo –entonces- su analizante predilecta. Todos fantasmas histéricos que –obviamente- el analista escucha, lee, y después deberá interpretar en consecuencia.

Resumiendo: si al goce narcísico –al goce que el Otro le imprime al Sujeto- se le responde con más aval (de parte del analista); estamos no sólo siendo cómplices sino también direccionando la cura alrevés. Es decir: si en un Análisis no hay Castración que posibilite el tránsito del goce fálico al deseo –vía la angustia- no hay nada. De allí se desprende que el tema Honorarios no compete al genitivo “del” analista; sino al dispositivo; y sean Honorarios, sea “prefiero sentarme en otra silla”, sea escribir en la pared; sea el famoso vaso de agua; son todas perfectas excusas para que el Pedigüeño siga habilitado en su infortunio; confundiendo al analista con un Otro que no ha sabido habilitar o dar y que pretende vengar (es decir no analizando sino "odiando" y repitiendo) y pidiendo a un “Padre” Donante lo que él  mismo no puede sostener ni garantizar.

Marcelo Augusto Pérez
Honorarios del Análisis
VI / 2018
Artes Visuales:
Francisco de Goya
[ España, 1746, 1828]
Los Caprichos

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