Lacan: la bofetada en el laberinto.
Cioran, en una entrevista que le hizo Fernando Savater creo, describió de una forma que me parece acertada al grande, Borges.
"Borges: el último delicado", así lo nombró.
Uno, que no quiere desperanzarse, prefiere descreer de la primera parte de esa frase (sin duda no fue el primero puesto que también tenemos a Chesterton), esto es, que el ímpetu que guiaba a este escritor cosmopolita, su delicadeza según Cioran, no se vaya a repetir nunca más en el mundo.
"Si un libro no te gusta, cierralo. Quizás en otro momento se puedan finalmente entender"
Rilke llegó a decir que él "no tenía órganos para Goethe", y está bien, no pasa nada, gracias a Dios hay más escritores en el mundo, y los habrá también que no tengan órganos para Rilke.
Sin embargo, cuando uno abre alguno de los seminarios del freudiano Jacques Lacan - al menos a mi me pasa así - es como si una mano saliera de las páginas y le abofetearan a uno la cara.
No hay mucha delicadeza en estas lecturas, y no las hay por partida triple. Por un lado nos encontramos con una transcripción de la oralidad del francés, del hombre y del idioma. Por otro lado nos encontramos con lo que Jorge Alemán ha denominado "las malas noticias del psicoanalisis", y ya sabemos cual suele ser el destino del mensajero que trae malas noticias.
Además, por si esto fuera poco, tenemos que el contenido de la obra es en sí dificil, contraintuitivo, con referencias de todo tipo, desde la biblia pasando por los clásicos griegos, hasta la lingüística y las matemáticas topológicas. Es como cuando uno abre un puzzle de diez mil piezas y las pone todas encima de la mesa y al verlas todas esparcidas se pregunta: ¿De verdad estoy tan aburrido? ¿De verdad tengo tanto tiempo libre?
Esto me recuerda a aquello que le dijo Euclides al rey cuando éste le preguntó si no podría simplificar un poco sus Elementos: "No hay caminos reales para la geometría".
Pero es que también ocurre algo parecido a lo que pasa cuando uno está ligando con una piva que habla un idioma que no entendemos, y el consejo de Borges ya no nos hace tanta gracia, puesto que no queremos dormir solos esa noche.
Me imagino a uno de esos robots paridos por el imaginativo Asimov, robots siempre "humanos, demasiado humanos"; o al mismo Frankenstein, triste, triste hijo de un científico loco; al descubrir o intuir que en algún lugar del laboratorio están escondidos los planos, los esquemas al menos, que les ayudarían a descubrir las claves de sus por qué, sus para qué, sus cómo.
Quizás, se pregunta uno, ese galimatías, en su propia forma, sea ya parte de aquello que nos quería enseñar ese señor de camisas tan extrafalarias. Quizás es como ese libro imaginado por el poeta de los dones, un libro que es a la vez un laberinto, que está hecho para perderse en él, para desistir en la búsqueda de la salida.
También es posible que, como diría Zizek con Deleuze, nos quisiera enseñar a repetirle sin repetirlo, a abrir las ventanas para que entrara fresco. Él era freudiano, volvió a él pero volvió como amigo más que como discípulo. Ahora quizás el nos invita a volver a él del mismo modo y quizás mañana habrá otros que sigan esta costumbre, como Zaratustra.
Para terminar, a lo mejor había leído aquel desesperanzado cuento de Zapffe ("El último Mesías"), en donde nos decía que ya no quedaban tierras vírgenes en el mundo, en que ya no había sitio para la aventura, y su enseñanza es como una cábala con la que pasar el tiempo mientras, con fe en la muerte, en el final, aguantamos con valentía toda esta historia.
Alejandro Henríquez
[ España ]
¿Por qué es díficil leer a Lacan?
V / 2018
[ Estas líneas pertenecen a un Mail
reciente del Autor.
La pregunta -a modo de título-
corresponde al epígrafe de su Correo. ]
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