Amor. Riesgo e Imagen.



"Qué tranquila sería la vida sin amor, Adso, ¡qué tranquila! Pero que insulsa."
Umberto Eco
[ Italia, 1932, 2016 ]
Pronunciado por Guillermo de Baskerville
en El Nombre de la Rosa

Se escucha mucho -de muchos- murmurar:  “No me quiero enamorar nunca más”- En realidad ya sabemos: lo que quieren decir es que no desean sufrir. Porque es obvio que quien alguna vez se enamoró, sabe qué se siente y nadie es tan tonto como para  desaprovechar ese momento, ese estado un tanto caótico y tan desestabilizador como consolidado del Yo; por eso Freud decía “Quien ama sufre; quien no ama, enferma”-  Es decir, no dijo “Quien ama es feliz las veinticuatro horas del día”.

Cuando Jacques Lacan enunció que de lo único que se habla en un dispositivo analítico es de amor; no estaba relatando un performativo romántico. Cito: “En efecto, lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar de amor. Y, ¿cómo no percatarse de que, con todo lo que puede articularse desde el descubrimiento del discurso científico, ello es, pura y simplemente, perder el tiempo? El aporte del discurso analítico es que hablar de amor es en sí un goce, y quizá, después de todo, esa es tal vez la razón de que emergiese en un punto dado del discurso científico.” [Lacan; Seminario XX: “Aún”; Clase 7 del 13 de marzo de 1973]

Es decir: lejos de todo lirismo y bien cerca de una lógica impecable, creo que nos está diciendo que el amor esconde un goce; pero además habría que leer en ese circular axioma que amar es esencialmente desear-ser-amado  [y no por cu[A]lquiera]; que el amor comienza y termina en el Yo, que todo discurso es auto-referencial y así su ruta. De allí que el sentimiento amoroso no puede más que susurrar todo el tiempo el narcisismo que esconde; por eso nos eleva y nos baja: y por eso cuando nos eleva nos lleva a las cumbres más altas y cuando nos baja lo hace al mismísimo averno.

El sufrimiento amoroso cobra su sentido porque la otra cara de la misma moneda es la que nos conecta con algo parecido al Ideal absoluto. Es decir, a lo que Freud pudo bautizar como nuestro "Paraíso Perdido". Porque es mítico, porque ya no volverá. Porque nunca estuvo. Porque es pura Ilusión: no existe -aunque el Neurótico lo suponga- porque es un número irracional de cifra no periódica: metonímico e inalcanzable. Es Aquiles queriendo superar a la Tortuga; cosa que nunca sucederá porque la ventaja ya fue dada y entre dos puntos hay infinitos puntos. Es decir: por una cuestión lógica, no romántica. [El fantasma es un matema lógico; Jacques Lacan fue harto más un lógico que un poeta.]

A la cuestión del sufrimiento se le agrega la finitud: nada es para siempre, aunque hay amores que pueden durar toda la vida, claro. Porque no hay reglas, ni parámetros. Y porque como sabemos el tiempo es puro fantasma [por eso si estamos felices el tiempo pasa rápido, de lo contrario no pasa nunca]. El miedo a la finitud –es decir, a la pérdida- es lo que hace que las parejas perduren aún sin el amor que los causa; por eso se produce una metonimia paradójica: dan por perdido un amor posible para no perder el vigente, aunque ya saben que está perdido.

Y finalmente al hermano de la finitud: el riesgo (esto es: la incertidumbre de armar proyectos con la posibilidad de tener que abortarlos o – en el mejor de los casos – aceptar que se han terminados); se le agrega un componente no menos fuerte para el narcisismo humano, valga el pleonasmo -todo narcisismo es humano-: la imagen.

En nombre de esta imagen muchas posibles relaciones han quedado truncas o ni siquiera se han permitido comenzar. Lo que mas usualmente se escucha en  nuestra clínica cotidiana -en función de esa imagen que debe coagularse y no debe molestar al Soberano Yo- son los sujetos heteronormativos (de fuerte tendencia a sostener el Patriarcado) que siempre han sabido que eran homo o bisexuales pero que aún así han constituido parejas heteros (sin excluir el hecho de haberse enamorado, aunque muchas veces ni eso) y han tenido sus respectivos hijos, perros y gatos, como “se debe” a una “Familia bien constituida”. Este tipo de discursos se escucha más por lo general en varones de tendencias obsesivas muy fuertes donde, como la clínica nos ha permitido escuchar  también, la fortaleza Yoica, la Culpa, la Deuda y la Represión suele estar más solidificada que en la fragilidad de la histeria que tiende más a producir el salto. Salto que siempre es -obviamente- sin Garantías. 

A veces suena tan disparatado escuchar que un sujeto –por no aceptar su homosexualidad, por ejemplo- pueda decir “…mi vida fue, es y será tristísima a pesar de haber dado hijos y nietos” como escuchar que otro enuncie que ha visto una vaca pasar volando por la ventana del consultorio. Mucho más ficcional -por no decir hipócrita- resulta de escuchar que esos mismos sujetos concurren a escondidas a lugares alternativos donde pueden desplegar la sexualidad que con sus "parejas oficiales" reprimen. Y mucho más fabulesco parece el historial cuando uno escucha que la actividad del rol que ocupan es inversamente proporcional en una escena que en otra: por ejemplo, con la mujer son genitalmente activos y dominantes; mientras que con los hombres son pasivos y sumisos. Por supuesto lo mismo se puede decir -ya que no pasa obviamente por la elección de objeto sexual- de los homosexuales que sostienen la pareja por el mismo principio del que estamos versando; es decir, por la imagen: hay que conformar la Familia-Ingalls -siempre ante el Otro que Demanda esa imagen supuestamente compacta e indivisa; hay que hacer-de-cuenta que uno feliz, hay que viajar juntos, hay que ser un "hombre de éxito". En fin; parafraseando a Roland Barthes, pero alrevés: lo importante es perdurar y no arder. Porque, claro, ardiendo se corre el riesgo de quemarse.



También se suelen escuchar a otros sujetos que –sin cambiar de elección sexual de objeto- no pueden dejar de ampararse en el andamiaje intra-familiar pero tampoco pueden dejar de tener amantes que, justamente, sirven para sostener ese status quo.  (Y no me refiero a relaciones abiertas, ya que estos casos remiten al goce particular de los implicados, sino a relaciones hiper cerradas donde el sujeto juega a las escondidas con su deseo y carga al mismo tiempo con el refuerzo que su supuesta “buena imagen” reafirma. Y así pueden estar por años o toda la vida. Habiendo incluso casos donde todos saben todo pero nada se divulga.)

Como se ve, en nombre del amor a sí mismo (es decir, de la imagen) las fluctuaciones del deseo pueden quedar frustradas e inhibidas paso a paso. Muchos sostendrán su imagen en función de diferentes variables (sexualidad, economía, ideales varios) pero siempre todo remite a una "zona de confort" conveniente para cada caso, para no sufrir los efectos castratorios. Nadie puede prescindir de la Imagen. Amar es amar(se) desde su propio fantasma. Por eso podemos decir, cuando se termina, “¿qué le vi?” Pero una cosa es amar(se) desde una imagen sostenible y amable, y otra coagularse, inhibirse y ser un melancólico que no se atrevió a jugarse por su causa. Es decir: lo que Lacan bautizó como "cobardía moral". Es decir: creo que una cosa es armarse para la propia guerra en la paz de los cementerios, y otra muy distinta combatir a la par con las mismas armas.

Por otro lado también hay otros sujetos que han modificado su posición ante ese goce particular, enfrentando con ojos bien abiertos el haz fulgurante y filoso del deseo que los atraviesa. Sabiendo que todo el secreto está en pensar que la repuesta a esa imagen y a ese riesgo circula mas o menos dentro del canon bautizado en criollo básico como “tener huevos”.

En mi praxis psicoanalítica he acompañado a más de un par de analizantes (y algunos escuchados en Control) como  han virado de esta posición férrea a la flexibilidad que les permite escucharse y ser escuchados –y sobre todo ser vistos- de modo “más amable” para (y por) el Otro. Analizantes que han tenido las agallas de comunicarle a sus hijos decisiones tan castratorias como decirles que aman a otra mujer o a una persona de su misma anatomía sexual. Creo que la función del (A)nalista aquí –como siempre- debe ser sutilmente habilitadora y, al mismo tiempo, fuertemente “frustrante”, si se me permite el adjetivo. En el sentido de que el analizante escuche, no deje de escuchar, la Castración que se pone en juego cuando se asume un goce. Es decir, y volviendo al comienzo, que se entienda que nada asegura que quien ama no sufra.  Y que –por lo tanto- pueda tener la posibilidad de hacerse cargo de ese potencial dolor, que no es más que el famoso "Malestar de la Cultura" del que Sigmund Freud habló hace más de cien años. Es decir, en definitiva, y como digo a veces; que si vamos a llevar una cruz al menos que sea la propia. O para quienes gustan del Lacanismo: que el Otro nos goce un poco menos.

Marcelo Augusto Pérez
A(r)marse
V / 2018
Artes Visuales:
Egon Schiele
Austria /  1890-1918

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