Amor de Transferencia y Deseo de Analista
Los Analistas
nos encontramos en nuestra praxis con los momentos en que nuestros pacientes
(adrede utilizo este vocablo) entran en confrontación con su real (esto es: con
su imposibilidad de decir) y comienzan entonces una serie de Puestas en Escenas
–vía el espacio que la Transferencia causa- en donde la Ficción cobra una
importancia relevante no tanto por su despliegue Teatral –histriónico- sino y
ante todo, creo, por la Demanda que se pone en juego y por la Posición del Analista
en la Dirección del Tratamiento.
Muchos Analistas –no todos- pensamos que el Otro existe (pero está barrado), que la
Demanda siempre es inconsciente y que la Transferencia es una invención: es
decir, pura quimera. Somos los mismos que pensamos que lo inconsciente no es un
descubrimiento sino un invento. O –para ir más al plano técnico- los que
creemos que el S2 causa al S1 y no a la inversa; o –para decirlo mejor- que no
hay uno sin el otro. También pensamos que es vía y mediante la Transferencia
que es sólo posible que un tratamiento sea efectivo (de allí que en hospitales
–aún aunque el paciente esté en Transferencia con la institución- es difícil
que un análisis vaya más lejos que una mera psicoterapia, lo cual –en
muchísimos casos- no es poco. Lo mismo ocurre cuando el paciente recurre al
libro de su prestadora social). Y también somos (perdón el volver a abusar del
plural) los que dialogamos con los pacientes; es decir: los que pensamos que “hacerse el muerto” no es ser un mudo o
un experto del manejo del “Ajá” y –como diría Leo Maslíah- que la neutralidad no es poner cara de culo.
Cada
vez que pienso en algo así (“el analista
al que nada le afecta”) recuerdo a una ex colega de una Institución que me
había confesado que ella –en su Control- había llegado a la conclusión que no
tenía que hablar con ninguno de sus pacientes en el ascensor. Y por algo me viene
cosa tan espantosa –por no decir de cuarta-:
no sólo porque esta colega pagaba para eso a un analista de Control (que aparte
era en su momento un analista “de chapa”) sino que encima generalizaba; la
antítesis de un Psicoanálisis: “…con
ninguno”. Y porque me da pena que los Analistas piensen que eso es no
responder a la Demanda; ignorando ipso
facto algo tan básico para un Analista como que la Demanda es inconsciente.
Lo
que los Analistas deberían entender ¡de una vez por todas! es que priorizan
su imagen al proceso del tratamiento: que es por
ellos, y no por sus pacientes y menos que menos porque lo dijo Freud, que se
defienden: qué diván poner, dónde ponerlo, qué almohadones utilizar; dónde
sentar al paciente; recordar de no dejar a la vista el cepillo de dientes del
baño, y disparates como estos, es decir: qué mostrar y qué no mostrar. Todas
defensas del YO del Analista. Por eso el genio de Lacan vino a hablar de la
ContraTransferencia como “la suma de los
prejuicios del Analista” (y si hablamos de prejuicios hablamos del YO) y por eso también creó el concepto de “deseo-de-Analista”
y también habló de estas cuestiones en un texto eje cuyo título lo dice todo: “La
Agresividad en Psicoanálisis”: “¿Qué
preocupación condiciona pues, frente a él, la actitud del analista? La de
ofrecer al diálogo un personaje tan despojado como sea posible de
características individuales.” Como si esta falacia fantasmática fuese
posible: como si el paciente al entrar al consultorio no viese cuadros, libros,
música, fotos, que hablen del Analista. Como si escondernos garantizase -¡Por
Dios, ¿de dónde se extrajo semejante disparate?!- la abstinencia o eso que
infelizmente se conoce como “tabula rasa”.
Me pregunto: ¿si el analizante no tiene dónde escribir, cómo podría hacerlo? No
sólo necesita un Otro y un otro para desplegar su escrito; sino que además es
técnicamente imprescindible; veámoslo sino en los cuadros de Autismo.
Hace
poco he tenido el honor de prologar un libro de un colega sobre Transferencia;
en ese texto Juan Manuel Martínez cita un párrafo nuclear de Lacan en relación
a este tema que tiene a la Señorita Dora como pivote del caso. Creemos –con
Lacan- que Freud no pudo hacerse cargo de que el verdadero obstáculo era
–justamente- la (Contra)Transferencia. Es decir: el Horror al Acto del Analista,
en este caso: de Freud, que endosa a Dora el “abandono” del tratamiento
argumentando afectos al paciente: recordemos que el historial no por nada se
llama “Fragmentos…” Hubo un abandono, el caso ha quedado
fragmentando, pero no por culpa de Dorita. Después de todo era una neurótica
que buscaba ayuda. ¿Se resistía? Sí claro: no hay psicoanálisis sin
resistencias. ¿Estaba dominada por una histeria galopante y por la pulsión de
muerte? Sí, claro: era un sujeto dividido por el Otro. Pero lo que debe
entender el Analista es que ha elegido un oficio donde su tarea es –justamente-
lidiar con estas variables. De allí que el colega Mendozino nos recuerda este
punto en el Capítulo denominado La
detención de la dialéctica. Es decir, hay Movimientos Dialécticos (en el
sentido Hegeliano) que circulan –como inversión dialéctica a modo de Möebius-
en el dispositivo. La detención de
una de las inversiones dialécticas hace detener el Tratamiento. De allí también
que Lacan dirá: “Es por haberse puesto un
poco excesivamente en el lugar del señor K... por lo que Freud esta vez no
logró conmover al Aqueronte. Freud en razón de su contratransferencia vuelve
demasiado constantemente sobre el amor que el señor K...” [Lacan;
Intervenciones Sobre la Transferencia; 1951]
Charlando
con otro colega hace poco, él me decía que creía que cuando la Estructura
tiende más a una Histeria Pura (o –para decirlo en criollo- a una Pura
Histeria) esta situación de Densidad Transferencial (si podemos bautizarla así
para no decir de Transferencia Erotomaníaca) era más probable de suceder. Sin
embargo yo le argumentaba que lo veía muchas veces en pacientes donde la
neurosis obsesiva predomina más; e incluso en cuadros mixtos.
Adrede
utilizo el vocablo “pacientes”. Primero, porque parto de mi tesis que quien
inicia un análisis no lo hace para analizar nada sino “para ser amado” y en
posición de “paciente” que pide “curación” de acuerdo al consenso del discurso
social donde aparece el binomio Salud/Enfermedad que –como bien expresara George
Canguilhem- es un concepto vulgar. Segundo, porque el pasaje a “analizante”
requiere de un tiempo lógico para cada sujeto. Y a pesar de que no me manejo
con el concepto de “Entrevistas Previas” (porque entiendo que el S2 crea al S1 y no
hay fórmula que adscriba la entrada en sí más que la Posición del Analista que
crea con su Acto lo Inconsciente), creo que ese tiempo lógico (en
isomorfismo con el Acto del Analista) depende de la pregunta que tenga ese
proto-paciente para desplegar en su futura travesía del Fantasma. Es decir,
para aclarar la cuestión: no alcanza con la “apertura de lo inconsciente” (un
fallido, un sueño, un balbuceo señalizado por el Analista y asociado por el
paciente): es necesario, además, que “la persona” esté dispuesta a ir más allá
de ese Amor que la Transferencia ha generado atravesando el Muro para entrar al
Fantasma: (a)muro/(a)mor, dirá Lacan; es decir: cuánto más se ama al Analista,
menos se analiza.
Por
tanto lo que estoy argumentando es que el momento en que “las papas queman”; es
decir: en que el paciente nos demanda “la libra de carne” (y esto puede suceder
desde la primera Sesión o bien después de meses), es el momento que coindice
con nuestro no menos preciado Horror al Acto. Y digo “preciado” porque gracias
a él (a pesar de que los colegas se quejan justamente de este momento) es que
los Analistas podemos reivindicar, o –en algunos casos, rectificar- nuestro
Deseo de Analizar. Y de volver a invitar al paciente (con nuestra mejor onda y
buena voluntad) a que se cuestione el llamado al Analista, más allá del Amor
que la Demanda puso en juego. De allí también mi otra tesis: una Demanda de
análisis pone en funcionamiento ipso
facto el Horror al Acto que en algún momento aparecerá en el Analista y
–consecuentemente- el dispositivo entra en una especie de colapso discursivo donde el analizante –empecinado en no analizar
nada- sólo plantea un discurso imaginario (“vacío”) donde la agresividad es
moneda constante porque justamente lo que el paciente pretende es una diálogo
–permanente- de yo a yo. Lo que el Analista
debiera saber es que no es a la persona-del-Analista donde van dirigidas esas
agresiones; a pesar de que el paciente lo viva de ese modo: es la misma escena
artificial (“artificio analítico”) que
genera todo el circuito Amor/Odio desde el momento que el Analista ha decidido
enunciar el “Lo escucho”.
Hay
que entender que mucho de lo que el analizante hace en el dispositivo (llegadas
tardes, ponerse “en deuda” con la falta de pago, pedir permanentemente el baño o el vaso de
agua, agarrar siempre los almohadones y jugar con ellos, etc.) lo hace para el Analista; es decir: no deja de
ser un niño mimosón tomado por su neurosis que juega con el otro. Pero quisiera
enfocarme específicamente en el problema de la transferencia cuando se pone
pastosa. Es decir, cuando el Amor/Pasión (ni hará falta aclarar que es del YO;
es decir, puramente imaginario y no por ello menos real, como cualquier amor) complican o abortan el Tratamiento. Ejemplos
en nuestra praxis abundan. Doy un par
sólo para creer que se entiende mi argumento.
Hace
unos años, un paciente con una neurosis obsesiva de base y síntomas de fobia
(sin dejar de ser una Histeria, como todos los sujetos; y con un matiz fantasmático homosexual), comienza a entrar cada
vez más en la problemática de su deseo: pero este momento confluye en paralelo
(y puesto que se trataba de un sujeto cuya intención era ser Analista, con lo
cual quedaba más identificado a la persona de su Analista) con una Transferencia
que comienza a ser cada vez más fuerte a punto tal que
cuando el paciente estaba en camino al consultorio (y sobre todo “cruzando la plaza a punto de llegar”)
le surgían brotes de pánico. Cuando el paciente no concurría al análisis la
fobia mermaba. De hecho con ese argumento es que se excusó para abandonar el
curso del análisis. El paciente nunca pudo verbalizar (he ahí el verdadero real) lo que le sucedía con su Analista.
Otra
paciente con una fuerte sintomatología histérica conversiva y tendencias de
rigidez y control obsesivos, entra en una rápida Transferencia y si bien merma
algunos síntomas no deja en paralelo de incrementar su diálogo permanente con
su Analista. La Transferencia se instala con ciertos matices pasionales,
incluso obsequiándole algún regalo; que –es necesario acotar- los Analistas
obviamente recibimos no sólo con alegría yoíca sino también con maniobra
dialéctica clínica. Con el correr de las sesiones (hoy incluso acentuada con la
posibilidad que dan las redes y el celular) lo que surge como un “¿te puedo wassapear si necesito o si estoy
angustiada?” termina en un constante discurrir de mensajes acoplados a una
agresividad imaginaria que, obviamente -porque nuestros analizantes no son
idiotas y se dan cuenta que algo que les sucede es un plus un poco, como decirlo, exagerado-, después se rectifica.
Último
ejemplo que me llega de un colega en control: la paciente –que llega a él
porque su ex Analista ha fallecido- le cuesta muchísimo asociar cada vez y reafirma
su posición fálica (impotentizando, como debe ser a una buena histérica, al Analista)
y remarcándole todas las sesiones que “su ex Analista era mejor”, etc. Como se
sabe, el Amor conlleva –en la otra cara de la misma moneda- al Odio. Y, como
también debemos acotar, no hay posibilidad de pasar de ese goce (que el
analizante actualiza porque el dispositivo lo crea sesión tras sesión) al
deseo, sin caminar por las rocas de es blablabla
imaginario.
Como
decimos; ejemplos hay muchísimos en nuestra praxis porque el narcisismo del
paciente se instala rápidamente en su eje y pide –siempre pide, es un Gran
Pedigueño- que se le devuelva su imagen y se le respete su deseo. De allí que
si a estos pequeños grandes neuróticos –justo en el momento que atraviesan esta
etapa- encima el Analista decide aumentarle honorarios (para convocarlos aún
más al deseo); el caldo pasional se incrementa inmediatamente: “¡Además de que le ofrezco mi amor, encima
me propone que trabaje y que page más! ¿No es él acaso quien debería estar
agradecido de que yo lo ame?”- Este podría ser tranquilamente el
razonamiento histérico, vía su belle
indefference y su posición de víctima permanente (es decir: de objeto).
Encaminar al paciente de Objeto (deyecto del Otro) a
Sujeto es una tarea que –obviamente- le corresponde por entero a la función del
Analista. Vuelvo al Maestro Francés en su mismo
texto: “Dicho de otra manera, la
transferencia no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un momento de
estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los
cuales constituye sus objetos. (…) Creemos sin embargo que la transferencia
tiene siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y también de
orientación del analista, el mismo valor para volvernos a llamar al orden de
nuestro papel: un no actuar positivo con vistas a la ortodramatización de la
subjetividad del paciente.” Es decir
–como decíamos hace poco con el colega de Mendoza en su presentación del libro-:
gracias que existe el Horror al Acto, gracias a estos pacientes que despiertan (y
nos despiertan) pasiones poderosas; es que nuestro oficio se reactualiza día a
día y que podemos acompañar el sufrimiento de quienes nos confían su
Falta-en-Ser.
Finalizo
con una acotación que no debería escaparnos a los Analistas: de este atravesamiento
desde el Amor hacia el Análisis, es decir: de poder saltar de la Transferencia pastosa
a la Pregunta por el Síntoma, dependerá que el curso del Tratamiento prosiga.
En muchos casos el paciente sale de la escena del dispositivo justamente en ese
momento donde es imposible para él ir más allá de su narcisismo y enfrentarse
con la Castración. Esto es: de aceptar que hay uno con quien no se puede. Entender
que la Castración quiere decir No-Todo. Por otro lado, la otra exogamia del
artificio suele ocurrir cuando el sujeto se encuentra con su real, con el punto
en que deben “arreglársela con su
equívoco” (para citar al colega Guilherme Facci) Es decir: los pacientes
cuando abandonan un diván, lo hacen exactamente por lo contrario a lo que se
cree habitualmente: no porque no sepan, sino porque justamente saben. Y ese es
el horror de Edipo; su tragedia, de allí que se quita los ojos.
Saben que el Analista los ha descubierto en ese engaño narcísico al que
pretenden llevarlos y que no cede al deseo de analizar; y saben –además- que se han encontrado con la caída de su
imagen y con “la roca viva” de la
Castración hasta la que Freud llegó y Lacan postuló continuar. Y que a partir de ahora
quedan sólo dos caminos: volver vencido a
la casita de sus viejos o persistir a pesar de las tormentas para
incursionar –por fin- en la travesía del Fantasma que ha quedado al descubierto atravesando así el río que Virgilio y sus Infiernos nos han regalado. Creo que esta última es la verdadera (a)puesta del Analizante y de la que todo Analista debiera estar advertido en el momento de elegir hacerse cargo de su oficio.
Marcelo A. Pérez
Cuando el Amor hace obstáculo al Análisis
[ O cuando el “deseo del analista” lo vuelve a poner en
travesía.]
IV / 2018
Artes Visuales:
Zdzisław Beksínski
[Polonia, 1929 / 2005
]