Lacan. Discurso en Tokio.

 


Entre ustedes ninguno es psicoanalista. Es un fastidio. Eso podría ayudar algo. Sin embargo, como ese psicoanalista estaría formado según los principios que deben, — no sé nada de eso, de los que supongo que deben dominar aquí — algo que debe emanar de una manera más o menos directa de la Escuela americana, eso sería también una dificultad. Lo que vuelve tan penoso, para los que han tomado contacto con mi enseñanza, cierto estilo de enunciación, de objetivo dado a su práctica, es que esas cosas que pueden parecerles a ustedes altamente abstractas — éste es el peor término, eso no es abstracto, son siempre cosas muy concretas, — esas cosas que, si ustedes no son analistas pueden imaginar muy difícilmente, a saber lo que es la experiencia de lo que llamaremos la experiencia del diván. A saber, lo que sucede cuando alguien está ahí, en el consultorio del analista, sobre el diván y una vez que haya entrado en esa suerte de artificio, pues muy evidentemente es un artificio, el psicoanálisis; no hay que imaginarse eso como algo que sería el descubrimiento de no sé qué corazón del ser o del alma. ¿En nombre de qué se produciría esto?

El psicoanálisis no es una ascesis, es una técnica, un artefacto muy preciso que está destinado a entrar en algo cuya verdadera naturaleza se trata justamente de concebir. Para que pueda andar en las condiciones en que anda, es decir que uno está en una situación que es la siguiente: algunas personas vienen a demandar algo acerca de lo cual ellas mismas no tienen ningún tipo de idea; lo que ellos demandan, es no sé qué cosa vaga que al menos en algunos tiene el apoyo de determinados síntomas de los que sufren y de los que quisieran desembarazarse. El psicoanalista es considerado a partir de ahí como una especie de potencia oscura que debe tener los medios para hacer maravillas. Evidentemente, esto no es algo sobre lo cual jugamos. Quiero decir con esto que de todos modos hay que hacerle justicia al psicoanálisis en cuanto que no trata de jugar sobre esta dimensión de la sugestión y de la creencia y de la confianza; de la conducción, de la dirección de lo que llamamos el paciente. Si fuera esto, hace mucho tiempo que el psicoanálisis habría desaparecido de este mundo como ocurrió con algunas técnicas que jugaban sobre esa relación humana.

El psicoanálisis es una técnica bastante precisa que juega sobre esta regla que uno le da al paciente de decir lo que se le ocurra. Naturalmente, uno lo orienta un poco hacia lo que podría ser interesante, se le enseña a ir un poco más allá de lo que comporta lo que se llama la confesión. Se les dice que es mejor que no se detengan por nada, incluso por cosas que pueden parecerles indiferentes o de mala educación, que las digan, como les vengan a la mente. Que, a partir de esta práctica, se estabilice algo que es infinitamente más rico y más complicado, eso muy pronto sorprendió a quienes se pusieron a operar con esta práctica: es lo que llamamos la transferencia.

La transferencia es entonces algo muy diferente que ese enganche de la confianza y de la fe en el analista, en la medida en que, precisamente, se la analiza. Hay algo cierto, que esta realidad de la transferencia es algo muy oscuro; y sería mejor saber lo que se hace y que se ponga el acento sobre lo que forma parte del análisis de la transferencia. Es bien cierto que al hablar de ella de cierta manera y al hacer su teoría de cierta manera, uno termina en cosas muy oscuras y sistemáticas que desembocan en callejones sin salida. Esto está perfectamente localizado desde siempre. Si se habló de neurosis de transferencia, es precisamente porque se vió justamente que la transferencia no se manejaba tan fácilmente como se pensaba. Al manejarla de cierta manera, se la eterniza. Establecemos algo que de algún modo es una nueva forma de neurosis, que se convierte en el tejido mismo de las relaciones del que es analizado con el que lo analiza.



Lo que yo he enseñado tiene de todos modos este efecto: que permite escuchar de una manera completamente diferente lo que dice el paciente. Para no complicar las cosas, limitémonos a llamarlo el paciente; lo que es una mala fórmula, y ustedes deben saber que yo lo llamo el psicoanalizante {psychanalysant}; lo que no es algo hecho para asombrar a una oreja habituada a la lengua inglesa, a pesar de que haya ahí un gerundio, que quiere decir “aquél que debe ser psicoanalizado”, esto de todos modos tiene una ventaja sobre el término francés usual hasta aquí, a saber llamarlo el psicoanalizado {psychanalysé}; porque en realidad estaríamos muy equivocados al llamarlo el psicoanalizado en tanto que no lo está, y no puede estarlo más que al final. En tanto que no lo está llamémoslo el psychanalysant {psicoanalizante} en francés, esto pondrá un poco más el acento sobre algo activo pues es muy cierto que el psicoanalizante no es un puro y simple paciente, sino que tiene que suministrar un trabajo, pero este trabajo se trata de no dejarlo perderse, a saber, de reconocer lo que sucede. Es muy impactante para quienes siguen mi enseñanza, cuántas veces ocurre que los que siguen pacientes — volvamos a nuestra vieja denominación — o los tienen en análisis, me aportan el testimonio de que lo que yo acabo de decir en mi último seminario, eso les ha sido dicho pero textualmente, como por milagro, por un enfermo cuarenta y ocho horas antes. Es probable que si no hubiera habido mi seminario, ellos no habrían literalmente escuchado lo que el paciente decía. En eso estamos todos, hay una manera de escuchar que hace que no escuchemos nunca más que lo que ya estamos habituados a escuchar. Cuando algo diferente se dice, la regla del juego de la palabra hace que simplemente lo censuremos. La censura es una cosa muy banal, no se produce sólamente a nivel de nuestra experiencia personal, se produce a todos los niveles de lo que llamamos nuestra relaciones con nuestros semejantes, a saber que lo que no hemos ya aprendido a escuchar, no lo escuchamos. No nos percatamos de que todo un fragmento, todo un parágrafo de lo que acaba de ser dicho, todo su peso particular, quiere decir algo que no es desde luego el texto. Es ahí que entramos en lo que es importante en lo que yo enseño: quiere decir pero no es suficiente querer. Uno quiere decir pero lo que uno quiere decir está en general pifiado. Es ahí que la oreja del psicoanalista interviene, a saber que se percata de lo que el otro verdaderamente quería decir. Y lo que quería decir, en general, no es lo que está en el texto.

Yo no sé qué es la lingüística en Japón, sobre qué registros trabajan ustedes. En mi enseñanza, la lingüística no tiene más que un valor de referencia iniciática. Debo decir que si yo no hubiera tenido el público que tenía, a saber, médicos o psicólogos, es decir personas absolutamente incultas, — no digo incultas lingüísticamente, digo incultas a secas; no saben nada —. Era preciso que yo partiera de ahí. Era preciso que yo partiera de ahí porque eso es lo que en mi lenguaje significa el retorno a Freud. Esto no quiere en absoluto decir que hay que retroceder, volver a no sé qué imaginación o pureza primitiva.

Si hubo después de Freud, y hubo después de Freud, algunas cosas verdaderamente nuevas, es cierto que yo no veo en ello no solamente ningún obstáculo sino que estoy muy interesado. Por ejemplo, es claro que lo que ha aportado Melanie Klein, a pesar de que esto sea expresado de manera absolutamente salvaje, es de todos modos algo tomado en la experiencia que es completamente sorprendente y que hay que tratar de comprender de una manera conceptualmente aprehensible y no con una oscuridad tal como ella lo presenta. A pesar de todo, eso lleva la marca de una experiencia, de una experiencia viva, de algo a lo que ella se ha atrevido con los niños. Uno puede discutirlo desde el punto de vista terapéutico, en fin, lo que es cierto es que eso ha dado resultados y que eso ha tenido los efectos que a veces, cuando escuchamos desde el exterior la manera con la que ella manipula a estos niños, uno podría creer que eso podría tener algunas consecuencias temibles, no es ciertamente el caso. Es muy bien tolerado, y extremadamente fecundo este análisis.

Por lo tanto, no es un retorno a Freud en sí mismo. Es simplemente porque pienso que Freud primero fue leído de la manera con la que se puede leer cualquier cosa que se presente como nueva, a saber, llevándola completamente del lado de las nociones ya recibidas. Se trataba de algo absolutamente subversivo. Fue preciso que a cualquier precio se construyeran algunos pequeños esquemas mentales que permitieran al fin de cuentas quedarse tranquilo, permanecer sobre los mismos pensamientos del hombre, que se podían tener sobre lo que se relaciona con el hombre, que antes. Era necesario a cualquier precio que se permaneciera allí. De suerte que se ha leído a Freud leyendo en él lo que se quería leer en él y no entendiendo en absoluto lo que sin embargo estaba ahí escrito claramente. Hay a pesar de todo tres libros iniciales que son : La interpretación de los sueños, la Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste.




A pesar de todo al lector, al menos al lector occidental, y pienso que también al extremo-oriental, le hace falta el alma. El alma es algo que debe existir, que es separable del cuerpo y que debe tener sus reglas propias. Yo sé bien que para ustedes la tradición es diferente y que les fue preciso tener a los occidentales encima, si me atrevo a decirlo, para comenzar a hablar de psicología; no hay propiamente hablando una enseñanza de psicología, hay la enseñanza de un cierto número de prácticas diversas de meditación. Pero en la Universidad en occidente desde que existe, es decir el fin de la Alta Edad Media, la psicología ha tomado su lugar junto a cierto número de otras cosas y el resultado ha sido ciertos presupuestos que pasaron a la conciencia común y que se convirtieron en algo absolutamente esencial.

Si ustedes no entran en la lectura de Freud con los prejuicios psicológicos, y quizá tengan ustedes más posibilidades de hacerlo que los occidentales, no puede dejar de sorprenderlos que no se hable más que de cosas que son palabras. Cuando se habla de La interpretación de los sueños, ¿qué es lo que dice Freud al respecto? Desde el comienzo, él lo dice: “el sueño es un rébus”.  Cuando yo digo retorno a Freud, digo lean lo que verdaderamente está escrito sin comenzar inmediatamente por tratar ver lo que es esa bola de algodón que se llama el inconsciente y de lo que se irradia algunas plumas que serían entonces lo consciente. No se hagan esquemas que reposan siempre sobre la idea de que hay una sustancia llamada alma que tiene su vida autónoma, pues es eso lo que no se puede impedir a la gente que piense, esto es que el alma tiene su vida distinta y uno está muy cerca de la idea de que es ella la vida, muy simplemente, que es ella la que anima al cuerpo. Se ha leído a Freud así, a saber, que el inconsciente es una sustancia.

El comienzo de lo que fue mi enseñanza, y me mezclé en estas cosas tras haberme tomado mi tiempo, yo comencé en el ‘51, tenía tras de mí doce o trece años de práctica, no veo por qué habría enseñado las cosas prematuramente, fue después de que hubiese tenido cierta experiencia de analista y que ésta estuviera acompañada de una lectura de Freud, bastante desprovista de prejuicios. Es después de esto que yo elegí, dado el público de médicos que tenía, para quienes es todavía más fuerte que para los demás justamente porque son médicos y se ocupan del cuerpo, como esos cuerpos al fin de cuentas, es algo de lo cual no saben nada: un médico sabe de eso menos que un masajista, al fin de cuentas, él está encantado cuando se le habla de alma. Cuando se le explica que las enfermedades es el alma, es la relación médico-enfermo, entran en júbilo: han encontrado algo que va a justificar su existencia. La desgracia, es que esto es todavía peor de lo que pudo ser desde siempre. Todo esto se las arregla muy bien con el sistema religioso general, no hay nada, al fin de cuentas, que sea más organicista, que desee más que las historias del cuerpo se resuelvan por medio de pequeñeces mecánicas, que esté más llevado a las explicaciones somaticistas, que la Iglesia católica. Desafortunadamente, está claro que a medida que la biología avanza es más complicado que las pequeñas ideas sumarias que han constituido la tradición médica. Cuando simplemente se pone en el horizonte que el alma por ejemplo es la relación médico-enfermo, ellos se encuentran un poco justificados.

El psicoanálisis no está de ningún modo hecho para alentar esta tendencia y muestra algo muy diferente que no tiene nada que ver con la psicología de una manera cualquiera. Eso es lo que es preciso saber. Y para saberlo, como uno no puede batirse con las sombras, no tengo que batirme con los médicos para decirles que su medicina es imbécil, elegí ver lo que se podía hacer a partir de lo que Freud de una manera completamente genial había sabido escuchar. ¿Escuchar de quiénes? 

De nadie más que de sus histéricas. A nivel de las histéricas se produce algo completamente excepcional, esto es que lo que se revela son un cierto número de fenómenos, quiero decir los mecanismos de esos fenómenos localizables en muchos otros pero que están oscurecidos por todo tipo de cosas, la primera de las cuales es la psicología misma. 

¿Qué más psicólogo que un obsesivo? El hace psicología todo el día. Es una de las formas de su enfermedad. La histérica revela los trasfondos de eso. Los trasfondos consisten muy exactamente en esta cosa sorprendente de que hay en el hombre cierto nivel de fenómenos que no se pueden explicar más que por un medio de traducción. En el sentido literal de esto, no se trata de transposición, se trata de traducción, una traducción no puede existir más que a partir del lenguaje. Puesto que el sueño es un rébus, ¿qué es lo que precisamente puede querer decir eso sino que bajo las figuras del sueño, hay palabras? O bien Freud no sabía lo que decía o bien eso debe tener un sentido y el sentido no puede estar más que bajo las figuras del sueño, al final se debe encontrar una frase. Podría ser que estemos en uno de esos delirios que han existido desde hace siglos pues siempre se ha operado con los sueños de ese modo. No había más que una equivocación, esto es creer que el rébus estaba hecho siempre con los mismos elementos: hay que saber que cuando se soñaba con un fuerte viento o con un cólico eso quería decir buena fortuna en el amor etc., eso era ya un rébus pero traducido de una manera idiota; no se sabe de dónde vienen estas cosas. Esto es ejemplar en la medida en que permite ilustrar lo que merece ser llamado un saber. En la historia de la humanidad un saber es siempre algo que ha sido tratado de una manera muy oscurantista, al fin de cuentas. Es eso lo que distingue, para hablar con propiedad, un saber. En todo saber, está el saber-hacer, del que sabemos bien que no es tan evidente.

Nosotros tenemos con Freud una posibilidad, una pequeña aproximación a algo que, en lo que concierne a ciertos fenómenos, podría desembocar en cierto rigor científico. Es en eso que me parece interesante. Es por otra parte lo único que justifica el mantenimiento de esos marcos en el interior de los cuales funciona el psicoanálisis. Hay ahí una posibilidad de un abordaje científico de algo que no se trata de definir prematuramente como un dominio. Yo no estoy por decir que es el comienzo de una psicología científica. Lo que hay de científico en eso, es que podemos apoyarnos sobre algo cuyo conocimiento está suficientemente esclarecido para despegar del término mismo de conocimiento. Es otra cosa. Hay un mundo entre lo que es una articulación científica y lo que siempre se ha colocado bajo este término al fin de cuentas naturalista de conocimiento. 

Que la lingüística tenga actualmente ese carácter de campo en fusión, es algo que hay que tener en cuenta como es, pero de lo que de todos modos tenemos el sentimiento de que allí se obtienen sobre ciertos puntos algunos resultados. Cuando Jakobson llega a poner en orden el sistema fonemático del francés, éste es un resultado indiscutible. Eso no aclara los fondos del alma, la naturaleza humana, pero es perfectamente operatorio. Es lo que es posible articular fonemáticamente en francés. Es otra especie de saber que ese saber, que es también un saber, y que es el de toda persona que habla el francés. 




¿Cuál es la naturaleza del saber que hay al hablar su lengua? Nada más que al formular esta cuestión, ésta abre todas las preguntas. ¿Qué es saber el Japonés? Es algo que contiene en sí un mundo de cosas de las que no se puede decir que se las sabe en tanto que no se pueda llegar a articularlo. Esta ambigüedad del saber, llegar a palparla tan bien a nivel de la operación de la palabra, es algo de lo cual es preciso todo el tiempo poner el hecho a prueba para darse cuenta de qué relación estrecha tiene eso con lo que sucede en un análisis. Pues es con eso que ustedes se las tienen que ver en un análisis: es una persona que les cuenta algunas cosas y ustedes se percatan de hasta qué punto es ambiguo lo que sabe, lo que está implicado de lo que sabe en lo que dice, y de lo que al fin de cuentas no tiene la menor idea, pues con cierta manera de escucharla ustedes se percatan de que ustedes entienden una cosa muy diferente.

Esto sería una operación completamente oscura si Freud no hubiera hecho, en estos tres libros de los que hablo, el análisis completamente preciso de cierto número de hechos; pues yo he hablado recién del sueño, pero hay también todo tipo de tropiezos que se le parecen, el hecho del azar, por ejemplo el hecho de que ustedes no encuentren vuestra llave en vuestro bolsillo cuando se trata de entrar en vuestra casa o que al contrario ustedes saquen vuestra llave de vuestro bolsillo para entrar en la casa de alguien; Freud nos muestra que tras estos actos que parecen ser actos de fatiga o de distracción, hay una declaración. Ella dirá por ejemplo “si yendo a lo de tal persona yo saco mi llave, eso querrá decir yo estoy en mi casa”. Y eso no puede comprenderse más que si quiere decir esto. Pero lo más importante, es lo que sigue. El “estoy en mi casa” no es cualquier “estoy en mi casa”; hay más de una manera de estar en su casa en alguna parte, y que lleva justamente la marca de algo que da la verdadera posición de algo que podemos llamar el pensamiento... por el momento digamos X . A esta X, yo he tenido la audacia de llamarla el sujeto. 

Evidentemente este sujeto tiene una historia que parece tener la mayor contradicción con lo que estoy diciendo. Pero está claro que hay que elegir: o bien el sujeto es lo que ha delimitado completamente bien cierta tradición occidental, algo ligado al hecho de que parece que no se puede pensar sin saber al mismo tiempo que se piensa. 

¿Qué es lo que Freud nos aporta? Que hay todo un mundo que se trata de saber calificar y que hay que manejar con una enorme precaución, puesto que les he dicho que hay que comenzar por rechazar todo lo que es del aparato mental implicado por conceptos sustanciales como el alma, etc. Vayamos entonces prudentemente: digamos esto que son pensamientos; es difícil no calificar de pensamiento algo que toma un sentido tan claro a partir del momento en que se sabe leerlo.

Lo propio del inconsciente es esto: testimoniar de un saber e incluso de un querer decir, de una necesidad de reconocimiento, puesto que cada uno de estos síntomas es algo que quiere decir algo: ¿pero a quién? Está claro que, a primera vista, un sueño no se dirige a nadie; esto por otra parte no es verdad, pues es completamente evidente, en la experiencia analítica, que al comienzo de un análisis, ocurre que haya sueños que son literalmente soñados en dirección al analista. Estos tienen este valor único de ser el equivalente del primer discurso al analista. Hay algo que comienza a querer decirse sobre este plano. 

Lo que yo quiero señalar, es por lo tanto, en el interior del hecho de que la experiencia analítica se manifiesta como situándose en un sesgo tejido de lenguaje, es lo que yo llamo “está estructurado como un lenguaje”. A partir de ahí, es cierto que la distinción significante significado debe ser manejada de una cierta manera, y es aprovechable para hacer captar algunos de los registros que yo trato de hacerles sentir. Lo que hay que evitar, es querer separar — y es por esto que vuestra tarea es tan difícil — este aparato de lo que es la experiencia analítica, de lo que marca sus límites. 

Que la experiencia analítica sea ella misma esencialmente de naturaleza lingüística, ése es el hecho masivo. La manera en la cual yo opero con los términos de Saussure, — y que por otra parte no son de Saussure; el signans y el signatum, los estoicos habían sentido su necesidad en la lógica — tiene esencial- mente este interés de mostrar que en el lenguaje, hay un aparato de alguna manera definible de una forma material que es irreductible: a saber que el hecho de que el lenguaje sea articulado, proceda por combinaciones que son por naturaleza diferencias, es la única definición que se pueda dar de lo que son los signos, esto es que eso se plantea como diferente de todo el resto, es en este sentido que el aparato fonemático es ejemplar. Es bien evidente que eso no es suficiente. 

Que el aparato gramatical sea algo esencial, es una cosa igualmente sobre lo que hay que poner el acento. ¿Tengo necesidad de recordarles que al definir términos como Verdrängung (la represión), Verneinung (es decir hacer uso de la negación), Verwerfung (la exclusión, el hecho de no articular siquiera algo que es ciertamente situable en la estructura del lenguaje), al articular esto, Freud nos da la clave de cierto tipo de gramática? Se trata de saber si esto tiene verdaderamente el carácter completo de gramática.

Esto es precisamente lo que con un cierto número de cositas yo trato de construir: es algo de lo que ellos, los lingüistas, deberían servirse. Esto es decirles que yo no me siento de ningún modo en la dependencia del lingüista. Lo que el lingüista me aporta, hago con eso lo que se me canta, es decir lo que me puede servir. En el significante y el significado, está totalmente claro que Jakobson puede muy legítimamente darse cuenta de que la manera que él tiene de tratar el término de la metáfora y de la metonimia, yo los uso de una manera ligeramente distinta de la suya. Para lo que es de la negación, los lingüistas tendrían todo para ganar de ponerse al paso de la experiencia psicoanalítica. 

El significante y el significado, es totalmente capital. Todo lo que es del aparato del lenguaje está al fin de cuentas incluido en esta distinción. El significado, hay que decirlo, es siempre otra cosa que lo que el significante parece indicar. El costado índice del significante es muy precisamente aquel del cual todo primer abordaje de la lengua consiste en sobrepasarlo. Si uno cree que “mesa” {table} quiere decir mesa, uno no puede hablar más, es muy simple. Hay un uso del vocablo mesa que se aplica a algo muy diferente que a esta placa con cuatro patas, y es eso lo que es esencial. No hay un sólo vocablo de la lengua que escape a esta regla de que, lo que parece indicar, es justamente de eso que conviene liberarse para comprender lo que es el uso de la lengua. Lo que es impactante, es que lo que produce sentido en un vocablo, está justamente estrechamente ligado, se puede demostrar la conexión de lo que produce sentido, con este hecho característico del lenguaje de que no es nunca un calco de las cosas. Es en esto que produce sentido. Si mesa tiene un sentido es justamente por no designar jamás pura y simplemente la mesa. Todo lo que ustedes signifiquen con este significante, es seguro que está ligado a dos dimensiones: la metáfora, por ejemplo cuando digo que hago tabla {table} rasa en tal materia, — no hay ninguna mesa que yo vaya a barrer; esta metáfora está puesta en el lugar de algo que sería necesario que yo articule de otra manera —; y luego está la otra dimensión, esto es que si yo pongo el vocablo mesa en una frase, tomará por el hecho de mi frase un color y una dimensión que, ésta, es a la vez individualizada si se corta la frase y la menos individualizada del mundo si se considera el conjunto de mi discurso. El vocablo mesa puede resultar que tenga para mí una calidad y una función que le dan un lugar sensible, que es una constante de mi personalidad. Si se pone el vocablo mesa en la expresión “se mettre à table”: es decir hablar ante la policía, vemos hasta qué punto es dominante en la frase la inclusión en la frase del efecto de significación.

El significado, es algo que demanda mirar allí con atención antes de hablar de él. Es tanto más difícil hablar de él cuanto que nunca se podrá hacerlo sino con palabras, es decir que no se puede salir de éstas. Si ustedes no toman desde el comienzo la noción de que no hay metalenguaje, esto es lo que yo enseño, caerán en todas las trampas. No hay metalenguaje, es decir, cuanto más se habla del lenguaje más se hunden ustedes en lo que podríamos llamar sus fallas y sus impases. Con esto no hago más que dar el esbozo de lo que implica cierto uso de los términos lingüísticos: uso en el cual no me siento de ningún modo en la dependencia del lingüista. Hago con esto lo que me conviene, y hasta cierto punto, si escribo como escribo, es a partir de esto, que yo no olvido jamás, a saber, que no hay metalenguaje. Al mismo tiempo que enuncio determinadas cosas sobre los discursos, es preciso que yo sepa que de una cierta manera es imposible de decir. Es justamente por eso que es real.

Y es por esto que estos Escritos representan algo que es del orden de lo real. Quiero decir que es forzoso que estén escritos así; quiero decir con esto no que están inspirados, es lo contrario, es justamente porque cada uno ha sido el resultado de una coyuntura singular, que me habían pedido algo para cierta revista y que yo había tratado de condensar en él seis meses de mi discurso. Este escrito no es evidentemente lo que yo dije; es algo que de hecho plantea toda la cuestión de las relaciones entre lo que es hablado y lo que llega a la escritura. Lo que es cierto es que yo no he podido escribirlo de otra manera y que ciertamente no ha sido para llegar a inscribirse en un libro; es precisamente por esto que puse Escritos en plural. Cada uno es la emergencia de algo que, también, tiene cierta relación con el lenguaje. 




Para tomar algunas metáforas, cada uno de estos escritos parece como los pequeños peñascos que se ven en los jardines Zen. Eso representa eso. En cuanto a mí, he rastrillado alrededor y luego resultó que algo se presentaba como un peñasco. Un peñasco muy compuesto pero cuya cosa principal es que yo me las tenía que ver con muchísima tontería e inercia. Es la definición del ser humano, es una coliflor de la tontería. Pero éste no es más que un aspecto de la cuestión. El otro aspecto es que hay también cierta roca que tiene las más grandes cosas que hacer con el discurso. Algo que el discurso rastrillándola puede llegar a delimitar. Lo que yo llamaba recién lo imposible de decir, es al fin de cuentas lo que buscamos siempre decir. Se trata de no engañarse. Hay una trampa ahí. Es creer que esa roca se dirige a alguien. Es la trampa en la que se ha caído a lo largo de los siglos. No es porque esa roca no se sitúe más que con el rastrillaje del discurso que la roca se dirige a alguno. Es precisamente lo que constituye la belleza de esos jardines, es precisamente que ellos no se dirigen a nadie. Pero nadie parece haberse dado cuenta de eso al menos hasta ahora. Por el contrario, el rastrillaje, es decir el discurso, se dirige a alguien que yo llamo el gran Otro. 

Cuando yo les decía recién a quién se dirigen los síntomas, es bien evidente que eso se dirige a un lugar donde muy evidentemente no hay nadie. El gran Otro, eso no existe. Pero todo lo que se inscribe en el lenguaje no es pensable sino por referencia al gran Otro. Esto es lo que distingue radicalmente lo que es de lo imaginario de lo que es de lo simbólico. En lo que es de lo imaginario ustedes tienen al respecto algunos ejemplos: basta con ver operar a dos luchadores, dos personajes que se baten a duelo. En lo que es del orden de esta aprehensión, de una acción de una imagen por otra, no hay ningún medio de distinguir lo que es finta de lo que es verdadero. La finta, es la acción misma. Fingir, es lo que se tiene que hacer cuando uno se bate a duelo; fingir no es mentir. Fingir es hacer lo que se tiene que hacer en ese apretón. Todo esto está reglado por esta cosa fundamental, tan verdadera para los animales como para los hombres, que en esta especie de real tan misterioso que llamamos la vida, este funcionamiento imaginario es absolutamente esencial. La captura, la aprehensión por la imagen es una cosa radical. Ninguna vida es pensable sin esta dimensión. 

Pero en el discurso es totalmente otra cosa pues el discurso no tiene función más que porque se sitúa en alguna parte, en un lugar tercero, donde se afirma como verdad. No hay modo de hacer una mentira sin suponer esta dimensión de la verdad, mientras que no hay en la finta huella de mentira. Es la captura misma del cuerpo a cuerpo. El pensamiento de lo que representa el gran Otro por relación a todo lo que puede ser dual y, desde luego, no sólo hay relaciones duales, no lo tomo más que como caso particular porque es el más simple, si ponemos tres, eso se vuelve como para la gravitación, se convierte en una complicación extrema que incluso en el terreno de la gravitación no se ha llegado a resolver.

Para lo que es de la pretendida comunicación, no hay nada que parezca desconcertar más que lo que parece sin embargo evidente, que es imposible dar un esquema correcto de lo que se llama comunicación y que comienza como el abc de la cibernética, a saber limitar las cosas al emisor y el receptor. Es evidente que incluso a ese nivel mismo, cuando las personas se expresan, cuando hablan de la comunicación, está ese tercer elemento que es el código. ¿De dónde viene entonces este código? Es ahí que comienzan las dificultades. Este código no carece de valor indicativo para lo que he llamado el gran Otro. Pero es bien evidente que, en un dominio como el del psicoanálisis, uno no puede contentarse con eso, puesto que, precisamente en él se demuestra que operamos con un código que le es completamente inasible. Están estructurados como un lenguaje, estas cosas que son ante todo los síntomas, pero el código, en esta cosa que sin embargo opera como un lenguaje, el código, somos incapaces de poner la mano encima. 

Nosotros somos capaces de poner la mano sobre una estructura que se define de una manera tal que ella determina cierta función de sujeto que tiene propiedades, vínculos particulares con el saber, y pone en cuestión el saber. Es claro que es ahí que esta entrada en juego de esta trama que se llama el inconsciente freudiano, es ahí que uno puede percatarse de su relación con la cosa menos conocida que haya, a saber lo que se llama la sexualidad. ¿Qué es lo que demuestra la experiencia analítica sino que somos llevados por el texto mismo a percatarmos de que en la constitución de este código, este código tan ambiguo por relación al saber, hay una función que tiene que ver con las relaciones sexuales?

Eso demuestra que es una relación completamente complicada en cuanto que tiene esta estructura ternaria de la que acabo de decir que es esencial al lenguaje. Ahí todavía es preciso desconfiar, pues es una estructura ternaria que no podemos denominar así pues ninguno de estos términos está al mismo nivel. No hay ninguna relación entre el emisor y el receptor, supuesto su semejante, — supuesto su semejante en lo imaginario —, pero no en el nivel simbólico por esta simple razón de que, contrariamente a la apariencia, es de él que parte el mensaje: recibir su propio mensaje bajo forma invertida. 

Lo que he llamado el gran Otro {Autre}, ese lugar indispensable para pensar incluso lo que es del orden de lo simbólico; su principal característica es que no existe. Es precisamente por eso que he escrito significante de A mayúscula barrado. Es un significante de la no existencia del gran Otro como tal. Es un significante indispensable para que funcione todo el aparato. Es muy cierto que no hay que olvidar jamás que puesto que no hay metalenguaje, al decir incluso algo como eso, decimos algo que debe forzosamente escaparle, no ser manejable.

No es porque está articulado que es articulable y es precisamente por eso que yo no lo articulo pero lo escribo. Es algo diferente escribir o articular con la voz. Contrariamente a algunos que han tomado su material de lo que yo enseño y que están articulando de una manera verdaderamente estupidizante que el lenguaje escrito es primero por relación al lenguaje hablado. Es absurdo. Es muy cierto que hay un lenguaje hablado y lenguaje escrito y es suficiente distinguir esto, que el lenguaje escrito muy probablemente no es lenguaje. Esto no quiere decir que no tiene una enorme influencia sobre el lenguaje. Es incluso por eso que tiene una gran influencia sobre el lenguaje hablado. Es como el resto de aquello con lo que tiene que ver el lenguaje, es otra cosa. La importancia del Kanji, es justamente que es como una cosa, lo que no quiere decir que el lenguaje lo alcance más que a cualquier otra cosa.

El lenguaje gira alrededor. Esto no es contradictorio con lo que yo digo, que no hay metalenguaje: se escribe S(), es decir Significante de A barrado — es preciso absolutamente escribir A y barrarlo a continuación para que eso haga un significante —. Sin este significante todo lo que es del orden de la comunicación es impensable y en particular la experiencia analítica. 

Lo que muestra la experiencia analítica es que la relación sexual no es pensable sin algo tercero que no es ciertamente el gran Otro en este caso sino esa entidad alrededor de la cual gira la función de castración, y que yo anoto ahí también únicamente de una manera escrita por medio de la  mayúscula para designar la función tercera, en la relación sexual, del falo. Es ahí que hemos llegado, es decir que no hemos avanzado mucho.

No hay ninguna posibilidad de que el psicoanálisis desemboque en nada, avance en su construcción, es sobre este término que Freud acaba sus escritos, que salga de esa especie de machaconería que constituyen las publicaciones analíticas — no tenemos más que hacer la experiencia de leer simplemente el Internacional Journal of Psychoanalysis que aparece, al mismo tiempo, en Londres y en Nueva York para darse cuenta de ello, se cuenta siempre lo mismo y en los mismos términos que tienen por efecto más bien el de opacificar las cosas. No hay ninguna posibilidad de progresar si no es en esta vía que es la de circunscribir mejor lo que es la experiencia, ver de qué está hecho el material que es ahí operante y del cual resulta que el análisis perfectamente depende. 

Pues es cierto que el analista está implicado en todo análisis. Y es por eso que los analistas están tan decididos a que las cosas no avancen, porque su situación es ya suficientemente desagradable, en la situación actual, como para que no tengan ninguna gana de agravarla. Cuando se trata de que uno mismo se convierta en la roca eso plantea muchos otros problemas y es de eso que se trata para el analista, pero él no quiere a ningún precio convertirse en esa roca.

La gran ambigüedad está en la relación dual, y si hay una posibilidad de que avancemos en lo que forma parte de nuestra relación con nuestro semejante, es precisamente el psicoanálisis el que puede mostrárnoslo. Es en la medida en que es mucho más que nuestro semejante el que tenemos frente a nosotros, es nuestro prójmo, es decir lo que tenemos más en el corazón de nosotros mismos. Nos habíamos percatado de eso mucho antes del psicoanálisis, pero se lo había visto sobre un plano que no es el que nos interesa, puesto que es sobre el plano científico que se trata de verlo. 

Lo que no quiere decir que el saber no científico no ha sido capaz de alcanzar algunas cosas que tienen una relación estrecha con el goce. En el psicoanálisis, se puede apuntar a lo que es propio del goce y es muy probablemente en eso que tiene una función iniciática. La ciencia, que procede de una puesta fuera de juego, de una expulsión del goce, puede encontrar en el psicoanálisis su nudo, su lazo, su pedículo, su articulación. 

Es eso lo que constituye el interés del psicoanálisis, es lo que permite que se forme alrededor esa acumulación de nubes que se llaman las ciencias humanas. Estoy de acuerdo con que el psicoanálisis tenga algo que ver con las ciencias humanas con una sóla condición, es que las ciencias humanas desaparezcan, que nos demos cuenta de que el psicoanálisis no es ahí más que el hilo, el pico, que permite a esa acumulación tener un semblante de existencia. Pero desde que al go funciona en su centro, ya no puede quedar nada de lo que se llama actualmente Ciencias Humanas. 

Ahora, es preciso que el psicoanálisis sobreviva, es un grave problema. ¿Sobrevivirá cuando yo haya muerto?

Jacques Lacan
Discurso de Tokio. Fragmento.
21/04/1971
Traducción:
CLAUDIA BILOTTA
RICARDO E. RODRÍGUEZ PONTE
ESCUELA FREUDIANA DE BUENOS AIRES

Arte:
Redmer Hoekstra
 [ Holanda, 1982 ]

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