Transferencia en el Saber...
Y apliqué mi corazón a
conocer la sabiduría y a conocer la locura y la insensatez; me di cuenta de que
esto también es correr tras el viento. Porque en la mucha
sabiduría hay mucha angustia, y quien añade ciencia, añade dolor.
Eclesiastés
1:17
Una clase, un libro o
un amor deben poder construirse cada vez de un modo distinto, con cada lectura,
con cada mirada, con cada roce significante.
Como los textos o los
"amorodio" laberínticos, resonantes así son esas clases que se
planificaron y salieron "disparadas" para cualquier lado gracias a la
valoración de los emergentes, a la "cuántica" de la vida de los
grupos, a la valentía de un docente formado para "no saber".
Disparadas al disparate, a la evanescencia inaprehensible, a su fatalidad
gozante.
No hay aula sin
bohemia, sin clandestinidad, sin descentramiento, sin renuncia narcisística,
sin poética. ¡Una clase sin poética es casi imposible! En ese "casi"
podríamos suponer de modo provisional, la evanescencia de un sujeto pedagógico.
Aún así el enlace, el amor transferencial en el aula, resulta falso pero
imprescindible.
Los grupos se leen,
se dejan leer como textos o se resisten a la apertura como obsesivos capaces de
aburrirnos.
Tal cual tramamos (volvemos
trama y drama) nuestra propia historia, así hace el "enseñador" aunque
la etimología occidental y judeocristiana lo ha pretendido sujeto capaz de
"poner en signo" ¡vanidad de vanidades!
Desde la función
entramos al aula, al sueño, con futuros posibles.Elegimos, creemos elegir,
ideas, discursos.Pareciera que el valor acústico, musical, la manera que tiene
de "sonar" lo diacrónico, nos elije a nosotros. Somos
"hablados" por esa elección del Otro.
Así debiera ser un encuentro
didáctico: polo técnico y... polo afectivo
resonante. Así, confieso, me gustaría que fuera el relato de mi manojo de
experiencias, mis años de desaciertos y placeres como docente. Saberes (sabidos
o no, se hablará de éso en algún momento, palabra de honor), juegos, errores y
aciertos, respiraciones, roces significantes (¡insisto!).
Lo que
"enseña" es un vínculo, una relación, la manera en que hacemos
existir por única vez una comunicación con cada grupo, con cada estudiante. Lo
demás está en el teléfono celular: el dato.
Ese enlace, falso y
maravilloso, es indispensable para construir saber. Es el vínculo que sin
demasiado respeto llamamos "transferencia" (es importante que un texto
prometa cosas, hay gente que aún lee textos y se motoriza con las promesas).
Lo que queda
pendiente, aquello de "sin demasiado respeto" refiere al
psicoanálisis, esa víctima del "bullying" de intelectuales y burros
doctorales, que "patean" por no poder entender. Algunos peor: "desisten
de la maravilla de no entender", del goce de resonar.
Cuando entramos al
aula, como docentes o como estudiantes, soñamos. Entramos en un sueño para
consensuar un fantasma, nos ponemos de acuerdo para no despertar.
Para el psicoanálisis
el objeto está perdido para siempre y, a pesar de esa certeza teórica, no
pararemos de buscarlo. En esta paradoja, en esta confianza en semejante vacío
se puede sustentar todo intento pedagógico, toda didáctica, todo arte.
La función docente es
una investidura, un tercero estructurante entre campo y persona.
Función y campo son
conativos y, prescríbase: un encuentro poético o nada. Poética, polisemia, indeterminancia,
pistas para encontrar lo que está perdido para siempre.
¡Nada más inconveniente
que un especialista!
Enseñar es cuestión
de incertidumbres, ¡de clandestinidades!
La función docente es
generar deseo. Posicionarse de modo histérico frente al grupo o el estudiante,
como un analista frente a su analizante, como una soprano cursilona de ópera
frente a su tenor obsesivo y luego no satisfacer, correrse. Entonces el fin, la
finalidad, está empezando a devenir. Esta es la ética del
docente: contener, permitir, instalar un encuadre/ley, seducir y desviar ese
impulso hacia la "construcción amorosa de saber". Me llevo esta
expresión de Carlos Byington, del título de su libro fundamental.
¡Transmitir datos es
el origen de toda patología pedagógica!
Las enfermedades del
aula son entre otras la bajada dogmática, el preconcepto, básicamente proceder
a la satisfacción del deseo, pervertir el encuadre, el exhibicionismo ilustrado
de algunos didáctas, el terror a no saber. Debiera consensuarse un DSM de
patologías del aula, pero nunca nos pondríamos de acuerdo, ¡igual que los
psiquiatras!
Si al final de una
clase, sueño colectivo, docente y estudiante despiertan llenos de dudas, ¡es
por ahí! Si al final de un texto sucede lo mismo, ¡es por ahí, va bien!
Si alguien sale de un
aula o de un texto lleno de datos, ¡qué los arroje lejos, lo más lejos posible!
Volverá a encontrarlos seguramente, cuando sea necesario, en el teléfono
celular.
Por último, o por
principio: Si alguien se siente satisfecho con este tráfago de palabras, el
autor estará éticamente equivocado.
Juan Trepiana
El amor en el aula
Fragmentos Pedagógicos
Publicado Originalmente en:
Revista del Campo Grupal
Artes Visuales:
Dave Cutler
[ EE.UU. ]