Sartre / El Salto del Sujeto.
Nietzsche sabía que la
esperanza es la mayor causa de la infelicidad. El Buda –a diferencia de la
máxima Cristiana: “Espera el mañana, allí
vivirás un mundo mejor”- también
promulgó el mismo apotegma Nietzschiano: “Abandona
la esperanza, abandona el deseo, y entonces vivirás el aquí y ahora.” Jacques Lacan identificó a la esperanza como “las mañanas que cantan” y dijo haber
tenido noticia de cómo en su nombre muchos sujetos se dirigían al suicidio. La
cuestión es que la esperanza –y su padre: el deseo- es un problema del sujeto
inmerso en el lenguaje. El problema es del lenguaje. Gracias al lenguaje
amamos, deseamos, tenemos esperanza; pero sólo por el lenguaje –y a diferencia
del animal- somos esclavos de ello mismo. Es decir: no tenemos un deseo; el
deseo nos tiene. Hay un deseo al que se le supone un Sujeto. El Sujeto está atrapado
–dominado- por el deseo que lo constituyó como tal.
En estos tiempos donde nos
venden buzones de todos los colores -buzones que hemos comprado desde la
infancia y seguimos comprando incluso pensando que somos buenos padres, buenos
hijos, buenos analistas, buenos amigos- los Sujetos anclamos en la llamada
Esperanza, la ilusión de que “hoy no se
goza, mañana sí”. El problema es que –como decía Lacan: el sujeto (a nivel
pulsional) siempre es feliz; por lo tanto “hoy
se goza más que mañana”. De hecho
cuanto más pienso, cuanto más procrastino, más gozo. El síntoma –prototipo neurótico
del goce- esconde ese deseo de un próspero mañana. Pero resulta que en la
clínica psicoanalítica escuchamos día a día cómo el neurótico –en nombre de esa
esperanza- padece su síntoma que acarrea desde tiempos donde el Paraíso se ha
Perdido. Sí: lo que estoy enunciando es que el Acto –único momento donde el
Sujeto debe demostrar que lo es: es decir, que ha salido de su Edipo con sus títulos bajo el brazo- es lo que
diferencia un deseo histérico insatisfecho (o prevenido fóbico, o imposible
obsesivo), de un deseo decidido. Es decir: de elegir lo que la brújula de lo
inconsciente está señalizando. Es decir: de hacernos cargo de nuestros sueños,
que –según Sigmund Freud- son ya un deseo cumplido.
Entonces nos encarrilamos pues
al tren de estos buzones que el Sujeto compra. El buzón del matrimonio feliz con hijos, perros
y cargo empresarial; el buzón de que un título universitario me hace mejor
profesional e incluso mejor persona; el buzón de que para ser buen analista
tengo que adecuarme a un encuadre e incluso a decir cosas importantes
(desconociendo que el que tiene que hablar es el analizante, lo que no implica
que el analista pregunte y mucho: pero preguntar no es palabra plena); el buzón de que las cosas –mañana o quizás pasado-
van a mejorar; el buzón de que la amistad (una de las formas del amor) o la
pasión son para siempre. Todos estos buzones son espléndidas defensas que el
Sujeto adopta –firmemente, mitológicamente- para postergar el Acto. Pero el
impotente, el eyaculador precoz, el fóbico, la anorgásmica, desconoce que en
esos síntomas está el núcleo de su goce, como dijimos: lejos de esperar gozar
en el futuro, goza hoy a más no poder. Sólo que este goce supera sus maniobras
conscientes y lo deja desestabilizado con un esfuerzo económico importante para
dominar su angustia que –si tenemos suerte- algún día emergerá.
El analista no pretende la eterna
felicidad del analizante ni mucho menos la cura, que no existe. Pero espera. Es
la única esperanza que justifica un Acto en suspenso. Espera que la angustia emerja
para que el deseo sea escuchado y quizás tal vez el analizante pueda pasar de la miseria cotidiana al infortunio
neurótico. Freud lo supo: nunca dijo que el amor excluía el sufrimiento;
también sabía que un deseo que no depende de los buzones que nos vendieron sino
del nuestro propio que compramos; es siempre menos trabajoso pero no excluye la
carga con la que los Sujetos tenemos que arreglárnosla día a día. Porque
obviamente no es lo mismo ser un neurótico advertido que un miserable
desamarrado de su Acto. Claro que para ejecutar el Acto, siempre es necesario
un Salto. En psicoanálisis lo graficamos con el Esquema de la Angustia del Seminario 10 de Lacan: pasar del Goce Mítico al Deseo, no es sin Angustia. Por eso todo Salto no es sino al Vacío, justamente porque nada ni nadie garantizan
su resultado. Y es ese Vacío el que nos constituye en el lenguaje. Muchas veces, claro, es demasiado tarde para saltar... Y muchos prefieron caer, y seguir cayendo, en el buzón mismo que han comprado del Otro.
Cierro y cito unos párrafos que
poéticamente sintetizan mis líneas.
Marcelo
A. Pérez
La esperanza: el camino hacia
un mañana que no existe.
23 – VI -2017
Lo sé. Sé que nunca más encontraré nada ni nadie que me inspire pasión. Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, al principio mismo; en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace. Sé que nunca más saltaré.
Jean-Paul Sartre
[París, 1905 – 1980 ]
La Náusea.
[ 1938 ]