Alberto Laiseca / Padre Totémico
Una flecha para cada metro: cinco metros de alto, cinco flechas. Cinco metros que distanciaban
al niño de esa Cabeza: “Siempre
admiré a la cabeza de mi padre: el centro de todo su poder…” Cinco metros que distanciaban el
deseo de un niño, de un sujeto, con el sordo corazón de un padre cuya cabeza
sólo pudo dar consejos y órdenes.
Un
niño que no pudo seguir a ese padre a quien admiraba como Dios; y –por lo
tanto- un padre cristalizado, de yeso –como pensaba el hijo de sí mismo-, un
padre que nunca habilitó, que nunca acompañó, que siempre se rió del síntoma de
su hijo (en el doble sentido de la significación: de su hijo como síntoma y de
la personalidad de su hijo). Un padre, en definitiva, que no supo ser un padre.
“Yo
lo quería mucho a mi padre (…) un gigante de 5 metros de alto”.
Este
cuento es –a mi gusto- el mejor de la pluma de Alberto Laiseca; quizás
porque lo juzgo el más Freudiano: recopila y resumen genialmente –poéticamente-
la dificultad de ubicarse en la función Paterna; la problemática cuestión de
facilitar la dinámica deseante pudiendo donar el Falo y no serlo y la ocasión
–en este caso fallida- de poder demostrar los títulos sin la infatuación yoica,
sin el discurso despectivo y con la música que debe acompañar a toda palabra
cuando se pronuncia desde el corazón y no sólo con la cabeza.
Un padre, un
profesor, un hermano, un jefe, una pareja, un amigo: es lo mismo para el caso.
En todo vínculo donde el Falo –histeria o perversión mediante- prevalezca como
desafío, entonces la castración espera sus frutos en silencio. El Sujeto es
Objeto (es falta, es castración) o es Falo. De allí que –como siempre
recordamos- el enamorado está dividido –castrado- y por eso feminizado (como
nos recuerda R. Barthes) a la espera “en
souffrance” como aquellos
títulos que el Sujeto debe saber usar a la “salida” de su Edipo: a la espera de
un saber-hacer-con. En 1922, Sigmund Freud relataba el mito de Medusa
y Perseo y -ya desde su introito- nos recordaba la metáfora entre
decapitar y castrar. Tenemos aquí un padre no-castrado (fálico) en lo simbólico
y un hijo eyectado que ha quedado también decapitado por no poder ejecutar una
mejor salida de su Edipo.
En
este cuento hay un padre que no sabe-hacer-con: que no ha podido adquirir
(parafraseando a Freud que a la vez cita a Goethe) lo que el Otro le ha sabido
(mal) heredar. Y, consecuentemente, lo mismo ocurre con su hijo, el
protagonista de la historia real en que se basa el trágico cuento de Laiseca.
Recordemos el padre de Schreber –único caso de psicosis analizado por Freud a
través de sus Memorias escritas-: un padre inconmovible, todo poderoso. Un
padre o una madre cuya palabra no carga música –es decir: poesía- porque la
Neurosis gana la batalla (o la perversión); es la etiología perfecta –el
hervidero ideal- para engendrar todo tipo de tragedias.
La
flecha es la pulsión; la “cabeza” es ese objeto-anhelado (“…la cabeza de un genio”) que debe morir para que el sujeto
incorpore fallidamente: introyección canibalística al mejor estilo totémico
Freudiano que creo que es el núcleo mismo del cuento y sin duda el instante de
la tragedia; como cuando Edipo –después de saber- se quita sus ojos. La palabra
no puede aquí tampoco darle la oportunidad al protagonista de expresar su
deseo, sin ejecutarlo. “Yo
no sé por qué estoy aquí…”- Es
un acto inconsciente; como el amor que sucede cuando el sujeto se deja
des-fallecer (es decir que muere un poco) ante la falta que el otro le dona.
Pero aquí no hay posibilidad que el padre se presente en falta, fallido,
barrado, es decir: castrado. “Yo
sé que lo quise a mi padre, me daba tan buenos consejos… La cabeza de un genio,
la cabeza de un rey, la cabeza de un Dios.”- Es un padre (o un analista) que no
puede inclinar el Espejo y permitir que el sujeto pueda percibir desde donde es
hablado: pueda escuchar su deseo más allá del Ideal.
Marcelo Augusto Pérez
IV / 2017
Alberto Laiseca
[ Rosario, 1941 / Buenos Aires, 2016 ]
Cuentos de Terror
La cabeza de mi padre
[ A. Laiseca ]