Cómo ayudar(te).



Después de un mes de consultas y entrevistas, cataloga las diversas posibilidades, las opiniones divergentes de los veinticuatro médicos que visitaron. Usted piensa debe ser la diabetes. No importa lo que digan los médicos, usted decide que es la diabetes, como siempre lo ha sido cada vez que él se enfermó. Piensa que va a mejorar.

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Su esposo comenzará los tratamientos dentro de una semana. Usted y su esposo detestan la deferencia, la lástima, la curiosidad disfrazada de preocupación. Nunca le gustaron las flores ni los bombones. Nunca le importaron las tarjetas de buenos deseos en colores pastel con citas de los Proverbios escritas con cursivas enruladas. (…) Le recuerda a su esposo, tal como dijeron los médicos, que no es demasiado tarde para dejar de fumar.

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Le suplica que deje el trabajo. Él contesta que no piensa rendirse tan fácil. (…) No, no va a dejar su trabajo.
Usted deja su trabajo. De todos modos, nunca le gustó. ¿Quién dijo de chico quiero ser mecánico dental? Los chicos quieren ser artistas, veterinarios, bomberos.

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Estudia la enfermedad. Va a la biblioteca pública. Lee todos los libros que tienen sobre cáncer. Pide libros en préstamo a otras bibliotecas hasta que todos los empleados la conocen por su nombre. Finalmente desiste y va al campus de la universidad.

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Quiere consultar el fichero. (…) Aprende el sistema decimal Dewey. Aprende a leer microfilms. Aprende a buscar en la base de datos electrónica de la biblioteca. Su productividad se dispara.
Visita la biblioteca de la universidad casi todos los días. Se abalanza sobre libros, revistas, publicaciones académicas. Si aprende lo suficiente sobre el cáncer podrá subyugarlo. Si investiga lo suficiente –si desmenuza cada ensayo, lee cada estudio, explora cada artículo- encontrará un tratamiento. Si él muere será su culpa. La cura estaba debajo de su nariz; si sólo hubiera leído el número del último invierno de La acupuntura en la medicina, con una tirada de cuatro mil ejemplares.

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Recuerda un artículo del New york Times sobre unos chimpancés inoculados con cáncer en Johns Hopkinks y la droga experimental que los salvó. Trata de recordar por qué una droga que produjo un resultado tan extraordinario no fue aprobada para su uso en humanos, cuáles serán los efectos colaterales que la volvían tan peligrosa. Se pregunta si comercializarán pronto esa droga. Sabe que tardarán diez, veinte años, por lo menos.

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Se irrita cuando un médico no conoce una determinada droga o experimento o una clínica en el Sudeste asiático. Cuando el médico pide disculpas, se sopla iracunda el flequillo y mira por la ventana más próxima para hacerle saber que no puede engañarla.




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Compra una planta, algo hermoso y fácil de cuidar. La coloca sobre una mesa al lado de la ventana para que reciba luz. La riega todos los días. Se convence de que mientras la planta siga viva, su esposo vivirá.

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Le compra cigarrillos. La primera vez que se los pide, pasa el día considerando las órdenes de los médicos. Cuando por fin acepta que todo eso no tiene ningún sentido, cuando por fin comprende que los cigarrillos son sólo otra clase de morfina, que el final ya está aquí, que lo único que les queda para sacrificar es el sufrimiento, está dispuesta a darle cualquier cosa que él le pida.

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Una noche, cuando él esté despierto y alerta, de buen humor, cuando los médicos se hayan ido y los visitantes, como la mayoría de los espectadores, hayan salido de la habitación, destápelo y tóquelo. Acarícielo. Chúpele la pija. No se detenga cuando él se queje. No lo haga acabar, como solía hacerlo, con sus manos. No pare hasta que termine, hasta que el chorro caliente le llene la boca sus pies, los de él, golpeen los barrotes de la cama. No haga que tenga que agradecérselo.

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Llévelo a la playa. (…) Llévelo a media mañana, envuelto en mantas, porque es primavera y todavía está fresco antes del mediodía. (…) Sosténgalo cuando tosa y tosa y tosa. Vibrará como un esqueleto en sus brazos. Cave un pozo en la arena para que escupa adentro. Tape con arena la bilis marrón amarillenta cuando el pozo esté lleno.

Siéntese como turistas mirando el mar, y pregúntense por qué nunca hicieron eso. Viven a pocos kilómetros de la playa y en diez años de matrimonio nunca vinieron aquí juntos, ni una sola vez. Píenselo, pero no se obsesione.
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David James Poissant
Cómo ayudar a tu marido a morir. Fragmentos.
El cielo de los animales.
Edhasa. Barcelona, Buenos Aires, 2016.
Artes Visuales:
Justyna Kopania
[ Varsovia, Polonia ] 

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