La La Land / Tierra de Todos o de Ninguno.
Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna.
Oscar Wilde
La La Land es una película que conviene a
Hollywood: hace mucho que la Industria Yankee no produce un producto de
característica naif que, a la vez, prescinda un poco de los tratados sobre
xenofobias, guerras racistas y aversiones múltiples. Pero el arte colorido y
fotográfico de Damien Chazelle no alcanza, a mi juicio, para ponerse a la altura
de musicales tales El Fantasma, Chicago, Sweeney
Todd e incluso el siempre digno
Grease; y ni hablar de Cantando bajo
la lluvia o Moulin Rouge.
Pero este trabajo artístico tiene un
mérito a mi juicio imprescindible de subrayar: es una obra de amor donde gana
el desamor; o el amor a sí mismo. Donde los Egos de cada protagónico no pueden
–castración mediante y tapiada- abandonar su goce individual, traspasar por
sobre el interés propio y sostener (y soportar) el Amor que durante lustros
Hollywood intentó subvencionar.
No puede ser casual que el título de
esta obra conlleve no sólo las notas de un pentagrama y las iniciales de la Ciudad de las estrellas; sino también
esa tonalidad naif donde todo sigue
su curso, donde “aquí no ha pasado nada”
y “lalalalala”; y donde “yo soy así,
qué voy a hacer”; sentencias amparadas sin más por los primeros diálogos de
la obra donde queda claro que cada uno de sus protagonistas llegan a Los Ángeles
para “brillar y estar arriba del
escenario”. No debe ser aleatorio que las luces de estas Estrellas nunca encandilen a la Estrella-Ego y que esa llama (Flame como en Fame!) sea ardiente fulgor e incandescente brújula con la que los protagonistas frotan su piel.
Aquí es donde la pulsión –siempre de muerte- arrasa con el amor, como
en las mejores parejas. De allí que La La Land es la Tierra que entierra al Sujeto (del deseo que lo causa) para infatuar al YO. Con el guiño consecuente de darle sintonía y vitaminas al Goce acumulando el Fantasma Ideal donde el deseo queda Insatisfecho para... seguir deseando, música mediante.
No es poco –creo- ese mérito: el
valor, la virtud, de cachetear un poco al siempre incauto público de cine y
teatro, y de decirle: “Señores: todo bien
con el Amor; pero si no se pone primero al otro, eso es Amor-Propio siempre. A ponerse las pilas...”- Claro que cuando el Ego se encierra en sus
reglas y compite y conlleva el signo de resentimiento, provocación y desafío
histérico; es muy fácil decir Te-amo
pero muy complejo sujetarse a la Metáfora Amorosa que –por definición- implica
un cambio de discurso.
MAP
La La Land: La Tierra que Entierra al Sujeto.
Esbozo sobre el Film de Damien Chazelle.
II / 2017
Artes Visuales:
Roberto Casarrubio
[ Madrid, 1936 ]