Preguntas a un analista...
1-
¿Qué es ser Lacaniano?
La
pregunta es oportuna en varios sentidos. Primero, en un sentido técnico e
histórico. Segundo, en un sentido coloquial. Comienzo por este
último. Parecería que hay siempre que contestar con la archifamosa
respuesta que Lacan dio en la oportunidad que le preguntaron si había un nuevo
pensamiento lacaniano en el mundo. Él contestó: yo soy freudiano. Se sabe
que esta respuesta tiene varias connotaciones. Primero que él no podía
contestar de otro modo cuando su tesis histórica social reza retornar a Freud. Segundo
que la idea es que en esa respuesta se escuche la protesta hacia el postfreudismo, Anna Freud a la
cabeza, donde se ha querido unir la causa freudiana a una pedagogía y hasta a
un simbolismo infantil de fuerte estirpe. La idea es que al decir “yo soy freudiano” se escuche “no hay otra manera de leer a freud más que la
que lacan ha hecho”. Sabemos que Lacan ha inventado, a ciencia
cierta, algo más que una letra; algo más que el objeto-a (que no deja de ser
letra): ha inventado mucho y se ha forzado para que sus inventos clínicos estén
adheridos a la enseñanza del Maestro Vienés. Pero hay algo que a veces no
entiendo y es esa manía de muchos lacanianos contemporáneos que se privan de
llamarse lacanianos porque parecería que están violando la palabra del Maestro
Francés. Seamos realistas: Lacan era Freudiano; nosotros –quienes
adherimos a la causa freudiana leída por Lacan- somos lacanianos. Me
parece que esa especie de prurito de obviar el mote; es un inmenso prejuicio de
pensar todo lo que la palabra Lacaniano tiene implícita en su connotación
social y, sobre todo, en sectores reaccionarios del mundo.
Pasemos
al otro punto; el técnico, que –obviamente- se relaciona con este. Porque
algunos –y no sólo gente no relacionada al campo psicoanalítico sino los
propios analistas- creen que ser lacaniano es tener un consultorio en cierto
barrio, moverse o gesticular como Lacan, cortar la sesión a los diez minutos o
quizás incluso vestirse de negro. Personalmente sé de colegas que piensan
así aunque no lo dicen, obviamente… La alienación es total. Pero veamos:
Lacan iba a visitar a sus pacientes, si era necesario; Lacan hacía sesiones de
hora y media; Lacan también escandia las sesiones –pero no es lo mismo un corte
no programado que atender diez o veinte minutos en forma standard-; Lacan fue quien
pronunció “no me imiten; no busquen Amos…”; Lacan
tenía pacientes cara-a-cara por
años enteros… etc.
Por
supuesto, sabemos que cuánto más alienado está el sujeto –en este caso el
analista que pretende ser más Papista que el Papa- más inseguro se encuentra…
por eso se cometen disparates tales como no dar un vaso de agua; o no hablarle
al paciente en el ascensor; o no contestar un llamado telefónico; etc, etc,
etc… Muchos etcéteras que uno se va enterando con el correr de la vida y que
uno no puede creer que sea cierto. Incluso analistas que se rajarían la
vestidura si tienen que besar a un paciente; cuando en realidad -como
todo contexto- en Buenos Aires hasta la policía se besa en la calle cuando se
saluda; y es mucho más ridículo no besar a un adolescente o a un paciente de
nuestra edad; que estrecharle la mano con esa frialdad que nada tiene que ver
con un procedimiento de escucha.
Yo
creo que ser lacaniano es –precisamente- posicionarse con una escucha diferencial
que, ipso facto, implica
un procedimiento ético de lo inconsciente freudiano. Una escucha,
una lectura del texto del analizante, que no excluye el hecho de escuchar un
pedido de ayuda puntual –e incluso si es necesario un consejo oportuno sin por esto
hacer conductivismo o algo por el estilo- o manejar ciertos semblantes que, en
cada momento de un análisis, sean necesarios para llevar a cabo una inscripción
significante. Un analista lacaniano no es un ogro serio, apático o frío…
quienes se posicionan en ese estereotipo incluso diría que ni siquiera es por
mimesis sino por síntoma. Y, como siempre, no asombra encontrar analizantes que
pagan por eso y se sienten orgullosos de tener un analista tan cero pasional
–que nunca demuestra un compromiso afectivo con nada- y que incluso posee su
consultorio con una asepsia parecida a un quirófano. Como decía Leo
Mashlía, que el analista ponga cara de culo no quiere decir que ejerza la
neutralidad.
Vayamos
de entrada a una cuestión obvia pero necesaria de aclarar: el psicoanálisis no
sirve para dejar de sufrir: lo que Freud descubre es que el cuerpo –el aparato psíquico- es un lugar
de conflicto por definición… por eso Lacan ha dicho: el cuerpo está hecho para gozar.
Gozar demasiado es un problema… Acarrea culpa, enfermedad, muerte. Por eso los
neuróticos escapan a eso con un deseo siempre insatisfecho… La Histérica es la
figura por excelencia de este principio lacaniano. Pero una vez a Freud
una paciente le preguntó que podría hacer el psicoanálisis por ella; y él
respondió con una frase hoy muy conocida:“pasar de la
miseria neurótica a la desdicha –o al infortunio, depende la
traducción- cotidiano…” Es
decir: una cosa es sufrir como un neurótico desdichado ad infinitud y otra cosa es
poder soportar el sufrimiento que toda vida conlleva desde su primer grito.
Quien
ha realizado un análisis siempre advertirá que algo se ha modificado; aunque no
sepa bien qué… Ahora, el paciente llega, vía la angustia, con un síntoma.
Y, en ese caso, uno podría afirmar que si ese síntoma que lo hacía sufrir
desaparece –o se transforma- entonces hay una cura. Esto lo digo con
cierto entrecomillado porque a mi juicio el análisis no cura nada; ni mucho
menos previene. La estructura no tiene cura ni se puede prevenir lo
inconsciente. Por otro lado hablar de cura es ya posicionarse desde un
lugar médico, científico. La cura está en oposición a la enfermedad; y yo
afirmo que la enfermedad no existe, y menos la enfermedad-mental como cientos de cientos de
congresos, auspiciados por analistas, se encargan de proclamar y titular en sus
encuentros: está bien para un Estado hablar de Salud Mental; pero me parece que
el analista que habla de eso –y que además dicta congresos sobre eso- no tiene
la menor idea de lo que descubrió Freud. Eso sí: la enfermedad no existe pero
sí existen los enfermos; los que se saben enfermos… Lo explico rápido: una
persona puede ser paralítica; puede incluso haber tenido cinco o diez
operaciones de cáncer; puede tener toda la dentadura cariada; y no considerarse
enferma. Otra, puede no tener nada científicamente comprobable por
análisis, radiografías, etc; y sentirse enferma. Simple. Como dice
Georges Canguilhem, la enfermedad es un concepto vulgar y no científico.
Finalmente;
un análisis no debe ser simplemente un procedimiento de lectura sobre el texto
del analizante. Debe servir para inscribir algo en el orden de lo que
Lacan llamó “un nuevo significante”…
y la función le corresponde al analista… por ahí pasa mucho el famoso “horror
al acto” que hace que se abandone la partida. Yo hasta diría que un
análisis, si bien no pretende discurrir sobre el pasado sino sobre el presente;
tiene que modificar el pasado. Sino es imposible la inscripción. Y
aquí radica, creo, esa famosa frase de Freud de los tres imposibles: educar, gobernar y analizar.
Pero en eso estamos, porque hay deseo.
Es
decir que el nuestro es un oficio imposible que trata de modificar algo del
pasado para inscribir algo en el presente con el objetivo –no de recordar- sino
de olvidar: la
histéricas sufren de reminiscencias; famoso apotegma de Freud.
Con
respecto a la duración; habría que hablar del comienzo. Creo que depende
de cómo comienza, cuánto dura y cómo termina. Por eso cada analista
deberá hacerse cargo de esto para cada caso. Uno como analista debe, es
un derecho y una obligación ética, insistir sobre el motivo de consulta –sobre
el síntoma charlatán que debe ser desplegado- y no dar por supuesto
absolutamente nada. Hay pacientes que tienen muchos problemas:
adicciones, falta de trabajo, soledad, ansiedad, miedo a volar, o incluso –lo
digo irónicamente pero para que se entienda el concepto- tienen que tomar el
colectivo a las cuatro de la mañana para ir a trabajar… muchos problemas… Eso
no quiere decir que estén sentados frente a nosotros para resolver ESOS
problemas… quizás vengan para hacer el duelo de la muerte de un ser querido o
para poder dar la última materia de la facultad. Hay que preguntar y no
dar por supuesto. Es como si llegase un gasista a la casa de uno y este
profesional, con cierta tendencia a hacer de todo un síntoma, comienza a oler
gas en las escaleras… pero cuando llegar le dicen que lo contrataron para
cambiar la garrafa porque está muy dura la manija… Digo una boludez para
que se entienda lo siguiente: esa familia está acostumbrada a vivir con la
pérdida de gas (quizás incluso se muera de eso); es decir tiene una manera de
gozar… pero lo que le importa es que alguien le de vuelta la manija de la garrafa
para poder seguir cocinando… Ahora claro: con el correr de un análisis la
idea es que la familia cocine y no se ahogue… es decir, se modifique algo en el
orden de ese goce. Por eso se podría diferenciar la demanda del
síntoma. Sabemos que hay cosas que al paciente lo está matando
lentamente; incluso cosas nimias como que tenga 30 años y siga viviendo con sus
padres; pero no tenemos la lámpara mágica como para adivinar científicamente si
eso le impide ser feliz. Algunos sujetos mueren felices, aunque
prematuramente.
El
final de un análisis depende, pues, de la apertura. De pensar que todo
síntoma esconde algo en el orden sexual, de la satisfacción sustitutiva. En
pensar que el goce fálico del síntoma puede transformarse en Otro Goce que de
lugar al término creado por Lacan: el sinthôme.
El
famoso escrito de Freud, “Análisis
Terminable e Interminable” creo que hay que leerlo de dos
maneras: el análisis es interminable porque uno siempre habla; por tanto
siempre cometerá fallidos, producirá sueños y hará síntoma. Pero uno no siempre
le habla a un analista. En la fórmula creada por Lacan del Discurso Amo;
en la zona inferior (donde se lee el matema del fantasma) tenemos la economía
del síntoma y su atravesamiento… Uno siempre habla pero no siempre le habla a
un analista. Y hablarle al analista no es hablar a un cura, no es una
simple confesión. El analista, a diferencia del cura, sabe que cualquier
cosa que uno diga va a ser usado en su contra. “Tu eres Eso” –dirá Lacan; es
decir que el analista –muy antipáticamente- propone que al rol de víctima con
el que el paciente se muestra; se le devuelva su responsabilidad frente al
conflicto. A diferencia del cura; el analista cree y debe hacer creer al
analizante, en lo que Freud ha llamado inconsciente. A diferencia del
cura, el analista sabe que el paciente dice más de lo que dice, o de lo que
calla.
Se
podría decir, también, que en cada sesión debería haber un final de análisis.
3-
¿Cuándo se utiliza el diván?
El
diván no es un mueble de decoración. Esta aclaración obvia no la es tal
cuando uno escucha a colegas que están tan preocupados por el tipo o estilo de
diván que van a poner en su consultorio. Incluso, por extensión metafórica,
llamamos diván a una cama; y –como decía Lacan- mejor tener una cama porque se
trata de “problemas de cama”…
Por lo tanto el diván requiere de cierta muñeca del analista.
Hay
pacientes que no quieren usarlo nunca; y otros lo piden en la primera
entrevista. De estos últimos son de los que hay que estar más advertidos;
porque responder a esa demanda puede ser muy iatrogénico; por más que uno sepa
que ese paciente ya hizo diván con otros analistas.
El
analista no trabaja con el saber del otro; ni del otro analista ni de un
médico. Debe escuchar a cada paciente como si fuese la primera vez;
aunque ese paciente estuviese hace años en análisis.
No
nos va a sorprender que un paciente que dice haber tenido muchos análisis
previos con diván; y que pida el diván en la primer entrevista; después de dos
o tres entrevistas previas comience a faltar o a desplegar resistencias típicas
de todo neurótico.
Particularmente
yo no ofrezco el diván si no estoy bastante convencido de que el analizante
quiere laburar de verdad. Y esto es un tema; porque un pedido de análisis
es, ante todo, una demanda de amor. Es decir entonces que el analizante
–en un principio- está ahí para ser amado, no para hacer análisis. Y si es
neurótico entonces es como un niño que pide los brazos. ¿Y, entonces,
cómo vamos a recostar a un niño? ¿Cómo vamos a privar de la mirada nuestra a
alguien que necesita no sólo ser escuchado, sino ser mirado? Es un punto
delicado saber cuándo el paciente está en condiciones de prescindir de la
mirada del Otro. Y también es un tema delicado hacer un diagnóstico de estructura.
Analistas
que se estereotipan llevando a todos los pacientes a diván en tres o cuatro
encuentros; realmente están cometiendo una atrocidad. Y esto no sólo se hacía
en una época muy lacaniana en Argentina, sino que se sigue haciendo aún. El
psicoanálisis es –por definición- el caso por caso. Es como decir: “a ningún paciente beso, a todos les doy la
mano…”- Decir “ningún”,
decir “todos” es ya no hacer
psicoanálisis: eso es estadística pura.
A
veces en los controles se escucha que el analista dio un pase a diván sin saber
ni cuándo ni porqué lo hizo. Contar un sueño, asociar un fallido, llegar
puntual a la consulta, no es un principio de pase a diván. Eso es
quedarse en el registro simbólico-imaginario. Hay que ver el real de cada
caso. He conocido psiquiatras que trabajan con diván sin siquiera ser
analistas a los que le he preguntado cómo llevan al paciente al diván y me han
contestado: “lo llevo…
después de algunos encuentros…” Bue… una escala zoológica
bastante amplia.
Por
otro lado, no hacer el pasaje a diván porque el paciente no quiere es también
otro tema delicado. Hay analistas que dan el pase a diván sin previo
aviso. Yo no hago eso. Más bien invito al paciente al diván una sesión antes;
para estudiar la reacción o los comentarios posibles. Si bien a veces
puedo llegar a ofrecerlo sin discutirlo; tampoco puedo obligar a un paciente a
volar en avión si tiene fobia a las alturas… Es, como siempre, el caso por
caso.
A
veces –y esto también se escucha en los colegas- se tiene el paciente en diván
pero no hay análisis en absoluto; y a veces se está analizando muy bien sin la
utilización del diván. “Analizar
bien” es un tema a discutir pero básicamente quiere decir: el
paciente hace algo con el goce que lo perturba.
A
veces me han llegado mails para
supervisar por escrito; otras veces a través de un msn… es todo un tema.
A ver: consideremos que hay dos maneras básicas de control: el analista lleva
el caso con apuntes escritos y lee cosas frente al analista-de-control; o bien el
analista DICE, deja caer, el caso frente a su analista. Por supuesto yo
creo en este segundo método ya que el análisis es siempre del sujeto que
tenemos enfrente… es como suponer sino que la Madre de la que habla el paciente
es la Madre de la realidad y no de su fantasma.
Un
control es un análisis en si mismo. Primero porque no se analiza en sí
“el caso” sino el real de analista. Segundo porque el analista escucha a
su colega y no “el caso”. Tercero porque lo que está en juego es la
operación transferencial y técnica de ese análisis en particular que se trae a
supervisión. De hecho funciona perfectamente como un análisis común: se puede
cortar la sesión, hacer asociar un fallido del analista-supervisante; etc. Como
dijo Lacan, el análisis es análisis a secas.
Yo creo que es tan así que cuando un analista lleva a supervisar un caso, no es
en cualquier momento cronológico; sino en un momento lógico donde el caso está
haciéndole síntoma. Por tanto, hay un real del analista en juego. Por
tanto es perder tiempo, o hacer simplemente discurso universitario, que el
analista que pide control lea el caso: el caso tiene que ser ofrecido sin leer
a la escucha del colega elegido en transferencia, como todo análisis. Y el
analista tiene que leer el discurso que se despliega frente a él. Leer un
caso, traerlo escrito, es ya otro síntoma. De hecho se le pide al
analista que no lo haga; pero tampoco podemos obligarlo… si es tan imperativo
para él –y a veces tan justificable como “no me quiero
olvidar de nada”- por algo es; lleva a interpretarlo.
También
es cierto que hay colegas que hacen psicoanálisis grupal; o supervisiones
colectivas, etc… Pero, en lo particular, no creo que eso sea realmente
eficaz. Estamos olvidándonos de que también el colega tiene un
fantasma. Y hace síntoma.
5-
¿Por qué alguien puede elegir un analista y no otro?
Por
varias razones. Si de “elección” hablamos, lógico; porque muchas veces
–obras sociales mediante- el paciente no puede elegir mucho. (Aunque sabemos
que uno siempre elije).
En
general la elección más consciente suele caer en pensamientos tales como “vive
cerca”; “cobra poco”; “cobra mucho y debe ser bueno”; “se parece a un novio que
tuve”; etc etc. Esas son justificaciones. Pero, como sabemos desde
Freud, la elección comienza en otro plano. Con el correr del tiempo uno
debería advertir que algo más de lo imaginario se juega en ese “espejo”… Es
decir; es como pensar que una persona se enamora de la otra por el color de pelo
o por la altura o por si tiene mucha o poca teta. Se necesita algo más
que eso… o algo menos. Es cierto que como dijo Lacan el analista tiene
que “tener tetas”; pero se
está refiriendo a poner-el-cuerpo y
a algo en el orden de lo imaginario. Pero la elección pasa por otro plano
más sutil. El paciente que nos escucha, nos ve en una conferencia; o incluso se
topa con nosotros en el pasillo del edificio cuando sacamos la basura; está
registrando otra cosa y no simplemente el plano imaginario. Se entra quizá
por eso: “viste de corbata, debe ser serio”
o “viste simple, debe ser al pan pan
y al vino vino…” o “vive
en villa freud: debe saber mucho…” Pero hay algo en otro
orden que incluso el paciente desconoce y que transfirió inevitablemente en la
persona del analista.
A
veces impacta advertir que nuestro consultorio tiene a todos los pacientes con
cierto común e inconsciente denominador, más allá del sufrimiento lógico y de
las diferencias de cada caso. Con el correr del tiempo yo puedo darme
cuenta que ese común denominador pasa por cierto Rasgo Unario de
identificación inconsciente.
Sin
embargo, es cierto, el orden imaginario cuenta mucho. Hay pacientes que
nos elijen por haber leído un escrito; otros porque somos jóvenes; otros porque
somos viejos; otro porque somos del mismo sexo; etc.
Cuando
llega a mi consulta un paciente que ha leído algo mío yo suelo preguntar qué,
porque muchas veces eso ya habla de cierto malestar; pero igual el paciente en
general no va a decir exactamente qué línea (del escrito o del trazo de mi
persona) ha hecho que me visite para desplegar su dolor.
Creo
que lo importante es que, más allá de ese imaginario, el paciente perciba que
las dudas de su elección son coherentes; que entregar su angustia y su síntoma
a un desconocido no es cosa de todos los días; que tiene derecho a saber cómo
trabajamos; y, fundamentalmente, que nos perciba honestos. Honesto no quiere decir que no
vamos a hacer cierta trampa si es necesario (porque también semblantear un
objeto es ya hacer-como-si;
y eso no lo hacemos porque somos mentirosos en sí mismo sino porque estudiamos
el caso por caso y consideramos que muchas veces es necesario decir cosas que
–si fuese un amigo por ejemplo- no la diríamos; está dentro de la maniobra
transferencial del análisis); honesto quiere
decir que no le estamos vendiendo ninguna panacea universal, ninguna píldora de
la felicidad; ni queremos hacerle perder tiempo ni especular con su dolor.
Marcelo
Augusto Pérez
www.psicocorreo.com.ar/entrevistas.html
ARTES VISUALES:
Leonora Carrington
[ Lancashire, Reino Unido, 1917 ]
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