Narcisismo. Castración y Goce.
Hola Marcelo. Le escribo desde
Barranquilla, Colombia. Hace mucho sigo sus escritos. Me preguntaba por qué
tanto acento siempre en la castración y en lo que usted a veces enuncia como “el
problema es creérselo/a”. No termino de entender la cuestión narcisística con
la posibilidad de una vida con menos malestar; al contrario: me da vuelta
siempre el hecho de que es gracias a la satisfacción narcisística que el sujeto
logra sus objetivos. ¿Podría pedirle una aclaración más explícita, incluso con
algún ejemplo clínico? Le repito: he leído mucho sus escritos al respecto, pero
no termina de cerrarme la cuestión; quizás esté un poco influenciada por las
corrientes conductuales que nos llevan a pensar que sólo amándonos obtendremos
nuestros logros. Lo digo en broma, pero un poco en serio bastante; porque ¿no
es acaso la Cultura el proceso por el cual somos lo que somos? Agradezco desde
ya, un sincero y respetuoso saludo. María del Carmen G.
Hola. Gracias por tu correo, aprovecho
para postearlo porque creo que es un tema no sólo que corresponde al núcleo de
goce del sujeto, sino –y por eso mismo- a su posibilidad de encontrar en la
Castración, el fundamento mismo de su posición deseante. Y comienzo por el
final de tu correo. Sí: la Cultura nos hace ser lo que somos, cierto. Pero eso
incluye la guerra. Es decir: el sujeto debería advertir que de su castración
dependerá su destino. Hoy a la tarde, justamente, un analizante me comentaba
que en su trabajo –que lo frustra todo el tiempo porque lo enfrenta con
objetivos que no puede cumplir- el líder de su grupo le decía que se frustre
así con esa frustración genera el trampolín que le permitirá lograr el
objetivo. Aclaremos: se trata de una empresa que está en cierto modo a la moda
de la tecnología y que recluta ingenieros y programadores para transformarlos
en robots que cumplan tareas en pro
de la competividad permanente. Si bien toda empresa más o menos conlleva a anular
el deseo del sujeto en pro del objetivo de la institución; en este caso se
trata de una empresa aún más encarnada en la consolidación de una alta perfomance cognitiva (desconociendo que
la inteligencia es pulsión y que muchas veces está en desventaja con el deseo);
incluso sosteniendo la idea de que la letra entra con sangre.
Para un psicoanalista, como para un
Padre suficientemente bueno, la letra
entra con amor. Estamos harto de dos mil años de historia educativa donde la
letra entra con competividad, espejismo imaginario, sudor y lágrimas. Entonces:
si bien la frustración puede ser un motor para algunos; el sujeto medianamente “sano”
(el que se analiza ya sabe que algo en el orden del deseo se juega en su
síntoma; pero no podemos pretender que una pléyade de robots vayan a buscar a
un análisis el historial de su trazo: ya se sabe que las empresas reclutan y
conglomeran seres equivalentes) no se adapta fácilmente a la cuestión
instituida. Es como los niños que tienen “problemas de comportamiento” y –como digo
siempre- los padres lo traen al análisis para que le arreglemos las tuercas; y
nosotros –al contrario- pensamos qué sanos están que pueden hacer un síntoma
revelándose frente a la igualdad que aburre; más allá del caso por caso y de
que –por supuesto- también hay que adecuarse “neuróticamente” a la Ley. Pero, entonces: aquel que no puede sostener
su frustración no es sólo un neurótico; o un desorbitado y desaliñado
profesional que no merece haberse recibido: es –ante todo- un sujeto que se
cuestiona su deseo. Esto, por supuesto, el analizante no lo sabe. Él cree –claro-
que le falta inteligencia o está fuera de foco con el prototipo “ingeniero”,
por ejemplo. Pero aquí entramos al otro punto: ¿por qué decimos que está en
juego el deseo? Porque frustración no es castración. El sujeto sólo se castra
por un goce concomitante que lo toma. Si no encuentra un goce en juego, no hay
castración; por eso muchos analistas –muy pocos- pensamos que el goce –como dirá
Lacan- es la Castración. Frase por demás fuerte, pero muy obvia: por eso no
entiendo a veces cómo el 80% de los analistas no lo toman. ¿Quién va a
castrarse por alguna cosa donde no se juega su deseo? A lo sumo va a
frustrarse, pero castrarse es otra cosa. Si el sujeto se frustra es porque no
está su deseo ahí. Hay un obstáculo, claro; pero el deseo siempre es superior
al obstáculo. El tema que siempre es mejor para el neurótico suponer que hay un
problemita con los objetivos que con su deseo. Por eso el conductivismo
empresarial lleva a que los empleados crean que falta talento. Y no sólo
empresarial. Una madre un día me presentó un test de inteligencia de su hijo
donde decía que tenía una discapacidad cognitiva. El tema es que ese sujeto ya
había ganado cuatro medallas de natación. ¿Se entiende? Si me comparo con
Mozart o Picasso seguramente seré un frustrado músico o pintor; pero ahí no
está la cuestión.
Ahora: ¿por qué pongo tanto énfasis en
la cuestión de creérselo? Siempre digo que es el principal mal del sujeto; su
Gran Mal, por eso le digo a veces a los analizantes “querete menos”,
exactamente al revés de lo que proponen las terapias conductuales y los libros
de autoayuda, con esa sentencia nefasta de la bajo autoestima y entonces del
consecuente “sos lo mejor del mundo, sos
lo más valioso”, etc y "los otros son quienes no te valoran y te hacen mal”-
Lacan decía que la principal pasión es
la pasión por el YO. Y que si existe una enfermedad, se llama YO que –como tal-
está estructurado como un síntoma.
¿Adónde vamos con todo esto? Para castrarse
hay que aceptar perder algo. Es decir, a la criolla: cortársela. Si me postulo
en un puesto que me queda grande, si por dibujar una línea me creo Klimt, si
por escribir un poema pienso que soy Borges; bien: entonces soy un creído. Y no
se trata de ser humilde; eso es siempre un bienvenido lógico y respetuoso; sino
de dejar de creer que la tenemos tan grande. Me pedís un ejemplo clínico:
aparte del que ya mencioné, puedo decirte que todos los días escuchamos varones
que se creen que la tienen grande y descubrimos que el falo no lo tienen ellos
sino sus señoras esposas. ¿Qué descubre Freud en la histeria sino que es la
Gran Simuladora Fálica? Por eso el falo no es el pene. El problema, ¿cuál es?
Que creerse el falo no lleva a la pregunta por el deseo; porque para eso el
sujeto tiene que asumir su falta; posicionarse castrado: de allí que, en términos
clínicos, sujeto es igual a objeto. El sujeto en falta –el que se angustia- se
puede preguntar por su deseo. El sujeto fálico tiene certezas, no preguntas:
por eso no va al analista; se juntan –por ejemplo- en las empresas que terminan
de construir un robot sin palabra. El tema, claro, es que la palabra siempre
falla. Que para relacionarse con otro sujeto de palabra, tengo que enfrentar mi
propia falta. El sujeto –es cierto lo que decís- logra con su narcisismo sus
deseos; pero siempre castrándose. Si no gana su imagen, no su deseo. Es decir:
gana quererse más él mismo. Cosa que suele pasar cuando el tope narcisístico
toca un techo y el sujeto decide renunciar a su objeto de deseo, que aún lo
toma fantasmáticamente; -que incluso aún lo representa- pero que no obtiene el
goce que el sujeto espera de él. Un sujeto puede castrarse –inconscientemente-
mientras el goce que obtiene de la operación castratoria sea de su
conveniencia, de su satisfacción; sino ya no se castra. Esa satisfacción puede
ser de puro enamoramiento o por conveniencias anexas (status social, ideales
establecidos, etc.) en cuyos casos siempre es una cuestión de sostén de imagen
(estoy con esa persona porque me sube mi propia imagen, ¿se entiende?, me eleva
mi narcisismo, me hace creer que soy el falo). Para esta operatoria el sujeto
dinamiza una serie de mecanismos que incluyen, muchas veces, el hacerse pegar
para ser amado. Paréntesis: no olvidemos que Freud, en Psicología de las masas y
análisis del Yo enunció: "Aun a las personas a quienes parece amar desde el
principio, (El niño) las ama ante todo porque le hacen falta, no puede
prescindir de ellas; por lo tanto, otra vez por motivos egoístas (…) De hecho,
el niño ha aprendido a amar en el egoísmo.”
Y hablando de hacerse pegar como mecanismo sujetivizante: hoy mismo un analizante relataba que
cuando era niño su padre entraba a la habitación y como él y su hermanito
hacían quilombo, el padre les pegaba unos chirlos cada noche. Esto ocurrió por muchas noches. Entonces uno puede concluir: ¿para qué hacía quilombo el niño, noche tras noche? Para ser
pegado, claro. Por supuesto que conscientemente un sujeto ya adulto/sano prefiere ser
amado con amor y no con golpes; pero –como diríamos sarcásticamente- “antes que nada…” Incluso hay que adherir a esto el goce del golpe (en este caso en la zona anal) que se juega en el acto. Así es pues como “antes que
nada” un sujeto –creído que ES ingeniero- es pegado e invitado a abandonar la
pregunta por su deseo. Por eso el texto freudiano “Pegan a un Niño” ha sido
interpretado como “un niño/sujeto ES
siendo pegado”. Lo mismo ocurre con los Actings
de cualquier sujeto: ¿para qué –por ejemplo- una histérica atacada en un
brote pleno, rompe una casa y se va golpeando la puerta? Obviamente, para ser
llamada; se va para volver. Para reivindicar
–vía esa Demanda inconsciente- su posición fálica. Por supuesto que “un poco tenemos que creérnosla” –como digo
a veces- sino no podríamos hacer nada, ni un huevo frito; pero ya creerse
demasiado el personaje es un problemón. De allí que encontramos caricaturas
como aquellas que se creen los buenitos, los inteligentes, los sensibles, los
malos, etc. En el recorrido de un análisis un analizante puede advertir con qué tipo de fantasma está tomado y esa advertencia puede -a veces, no siempre; otras abandona justamente cuando el analista advierte ese goce- el punto de su "creérselo". La otra vez supervisando un caso, el analista me decía que no olvide que el analizante abandona el análisis cuando yo formulo la declaración donde es tomado en su punto de goce, es decir: fue descubierto y no soportó "verse/escucharse" en el punto donde sabe que es pura ficción, pura cáscara. Por eso todos somos un pequeño engaño para otros; y ese engaño queda perfectamente expuesto -y velado a la vez- en el enamoramiento; y mientras ese engaño no se revela (incluso mientras el analista pueda hacerse el tonto con ello, que ocurre al comienzo) la relación sigue siempre "ciega y respetuosamente" vigente. ¿Cuándo el amante renuncia a su amada? Cuando la descubre. Muchas películas sellan así el final de un amor. Por eso, a diferencia de lo que cree la gente; los sujetos se vinculan no porque se conozcan sino porque se desconocen. Sólo conocen un imaginario. Mérito doble de aquellas relaciones donde aún con la caída del imaginario, se sostiene el vínculo. Por eso se escucha decir, a las mujeres por ejemplo, "ahora que me engañó ya no es lo mismo" o "yo no perdono una infidelidad"; con lo cual están enunciando: "no quiero ver su falla porque eso me refleja la mía". ¿Cuándo se presenta un síntoma, la fobia por ejemplo? Cuando cae el Otro. Cuando el Otro está en falta, barrado.
Finalizo –aunque suene a redundante- con
esto: creérsela siempre nos invita a posicionarnos como Falo. Pero el sujeto sólo
puede acceder a su deseo a través de la falta, como objeto. El sujeto que no “sabe”
castrarse a tiempo, gana imagen, pero pierde algo en el orden del deseo. ¿Viste
–por ejemplo- aquellos que se creen que porque escribieron un párrafo ya creen
que escribieron la mejor novela? Bien: a esos sujetos nos estamos refiriendo. Son
por lo general –y por algo obviamente es así- quienes menos trayectoria tienen
en lo que hacen –que apenas están empezando- o quienes –en nombre de “la dignidad”-
creen que se afianzan en su recorrido
pero no pueden percibir que sólo se infatúan con su imagen. El YO, al ser
estructuralmente engañoso, enseguida cree que un “te amo” o un “usted es un
genio” lo ubica en un lugar de privilegio; desconoce la alienación en que se
encuentra al depender de la palabra del otro. Por eso están tan a la moda las
cuestiones del “me gusta” en las redes sociales: sin el otro el sujeto ni
siquiera a veces come; de hecho hoy día muchas veces no puede ni comer sino lo
postea. Alienación hecha y derecha. Necesitamos permanentemente al otro para
construir nuestro imaginario. Necesitarlo demasiado habla de la insuficiencia
permanente en que nos encontramos. Con un sutil guiño histérico: a veces la
mejor manera de demostrar necesitarlo es hacer una buena performance para demostrarle que no lo necesitamos. Cordialísimos
saludos! MAP
ARTES PLÁSTICAS:
Pablo Picasso
[ Málaga, 1881 / Mougins, 1973 ]