"Amarás a tu prójimo como a ti mismo..."
Hola Marcelo, como siempre un placer saludarte y leer tus escritos del blog!.
De lo último que estuve leyendo, de esas "terapias" que se sirven de la Neurociencia y que buscan justamente anular el goce,...creen que "el sujeto debe pensar correctamente" como dijo Silvia Amigo en una charla acá en Bahía. Me parece un disparate por ej, que se desarrolle una teoría neurocientífica sobre el autismo, y un tratamiento farmacológico exclusivo para tratarlo. Desconocen que quien no incorpora el falo ni siquiera puede levantarse por sí solo...no? Bueno en fin, para cerrar el telón te pregunto qué pensás de ese mandamiento "Amarás al prójimo como a ti mismo" pareciera que es una fórmula química que a veces hace explosiones., aunque pareciera que está muy impregnada en nuestra Cultura Occidental.
Abz y un saludo dde el sur, Juan Pablo.
Hola Juan Pablo, cómo va todo? Tengo pendiente mi visita a Bahía Blanca…
Sí, cierto lo que recordás… Y con respecto a tu pregunta final, y ya que
nombraste a Silvia Amigo, voy a adjuntar unos párrafos de Isidoro Vegh con
respecto a la sentencia que invocó el Cristianismo.
No podemos olvidar que el amor-odio (hainamoration como dirá
Lacan) es pivote en el núcleo del sujeto; cuando el deseo se engarza al amor y
al goce (es decir: bien engarzado) y a la palabra; el sujeto puede realizar su
experiencia con el Otro que lo represente. Escuchamos todo los días –en palabras
de nuestros analizantes- cómo el malestar de la cultura –el deseo- pivotea en el
conflicto neurótico: donde los sujetos después de un tiempo con sus parejas –por
ejemplo- ya no sienten deseo sexual con el partenaire.
O el deseo sexual por el partenaire baja, y el deseo sexual por otro/as sube:
es una típica problemática neurótica que nos habla del engarce entre el goce,
el deseo y el amor. Y aún aunque muchas parejas han engarzado convenientemente
esta trilogía, sin embargo no pueden estar ajenas –produciendo otros síntomas- al
malestar que produce el lenguaje.
Para Lacan el prójimo es "la inminencia intolerable del goce." El texto de I. Vegh se llama –y por eso es necesario incluir el concepto de
goce aquí-: “El prójimo. Enlaces y
desenlaces del goce.” El autor compara el Eros helénico con el amor Ágape.
(El amor de la falta es el amor del Eros.) El autor allí enuncia conceptos
interesantes para ser pensados; por ejemplo: "si el otro como prójimo es
una afirmación de mi ser, su muerte es un poco la mía". Y también recurre
a ciertos personajes de la Tragedia, como Medea, para permitirnos pensar el
amor de la Madre que no está basado exclusivamente en la falta; cerrando su
texto con una tesis muy interesante que incluye la pregunta ¿por qué
necesitamos un amigo?, y que tiene relación con la falla del nudo. Precisamos del prójimo para remediar nuestra falla. Es necesario recordar que la sentencia psicoanalítica -parafraseando la Cristiana- sería: "amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que no es..." Te dejo pues con su letra; abrazo! MAP
”Amarás al prójimo como a ti mismo”, dice la máxima que tanto molestara a
Freud (Malestar en la cultura, 1930). ¿Cómo habré de amar al prójimo –que no
siempre me quiere bien, muchas veces me quiere para mi mal, me goza, me
ultraja, me usa– del mismo modo que a mí? ¿Cómo habré de amarlo sin discriminar
entre esos prójimos que me son cercanos y aquellos que encuentro en la
indiferencia mutua? Con mis palabras parafraseo su enardecida protesta. Pero el
“ti mismo”, ¿no anuncia un enigma a develar que no lo iguala al Yo? Si la
sentencia perdura a través de los siglos, tal vez ella guarde una respuesta que
nos concierne. Tal vez nos permita transitar algunas encrucijadas de nuestra
disciplina, el psicoanálisis. Y desde allí, también alcanzar alguna respuesta
sobre los lazos que sostienen la trama social.
Para indagarla –es hoy mi camino para avanzar en los enigmas de la
transferencia– me propongo desplegar de inicio una de las tres vertientes de
este otro que llamamos “prójimo”. Se trata de la vertiente imaginaria que viste
su presencia.
(…)
Trabajando este tema, encontré un autor cuyas reflexiones me resultaron
especialmente pertinentes. Se trata de Tzvetan Todorov y de su obra La vida en
común (1995). Este autor considera que podríamos definir al ser humano desde
tres perspectivas: “Es algo en el orden del ser, es un viviente, pero no es reducible
ni a su condición de ser, ni a la de viviente, ya que al estar habitado por el
lenguaje pasamos a distinguir una relación diferenciable de cualquier otro
viviente en la relación con el otro”. Esto es lo que llamamos, más allá del
vivir, ek–sistir (fuera-de–lugar), esa ek–sistencia del sujeto representado por
la palabra, pero exterior a ella. El reconocimiento, nos dice Todorov, no es
homogéneo sino que reviste diversas formas. La primera diferenciación, la más
importante, es la que se impone entre el reconocimiento de existencia y el de
confirmación. Con matiz irónico, los personajes de la farándula suelen situar
así el reconocimiento de existencia: “No me importa que hablen bien o mal de
mí; lo que me importa es que hablen”. Su correlato lo encontramos en el decir
popular “lo que mata es la indiferencia”, como forma de desconocimiento mayor.
Así, pelear con el otro es un modo de mantener una relación con él. El
reconocimiento de confirmación –al que nos referiremos luego– presupone el de
existencia, puesto que tanto el valor positivo como negativo que se le asigne
confirma la existencia de aquello valorado. De ahí la radicalidad del
reconocimiento de existencia.
En ciertos cuadros neuróticos domina, en un sector de la red que atañe al Otro primordial, un desfallecimiento del deseo en relación con el hijo –por ejemplo, nació el bebé y murió el abuelo materno, con el duelo consiguiente–. Se trata de un momento dramático en el que el Otro desfallece y, con él, el reconocimiento fundante, imprescindible. El ser humano no sobrevive si no hay otro que lo reconozca en su existencia.
Recuerdo un caso muy dramático: un chiquito de ocho años, el menor de la
fratría, murió en un accidente. La madre, que adoraba a este hijo, entró en un
duelo patológico, con un absoluto desinterés por la vida. Su marido estaba
desesperado, ya que, además de perder al hijo, veía a su mujer al borde del
suicidio. Un día, el hijo mayor los reunió a ambos y les dijo: “¿Qué me están
haciendo? Yo existo...”. De modo que, cuando se encuentren con algún malvado
que alardea, con las banderas del mal, de su prescindencia del amor, pregunten
qué otro malvado como él le resulta imprescindible. Hay por lo menos uno, cuyo
amor precisa; cuando ese uno falta, el sujeto cae. Es también la historia de
Vincent van Gogh: a medida que se le fue cerrando el mundo, su único sostén
pasó a ser su hermano Theo; sólo él colgaba sus cuadros. Cuando Theo le anuncia
que se va, Vincent se suicida.
(…)
En cuanto a las estrategias de reconocimiento, una de ellas es la demanda
directa. Por ejemplo, puedo pensar que soy un excelente escritor; si no he
logrado vender ningún libro, me digo, es porque la época que me ha tocado en
suerte no está preparada para recibir semejante creación. Bajo el modo
ilusorio, mi demanda de reconocimiento se proyecta al futuro. A veces esta
demanda se funda en una verdad; de hecho, la obra de Van Gogh se cotiza hoy
entre las más caras de la historia del arte y, más allá de los precios, se
trata sin duda de una producción que merece el reconocimiento. Pero me estoy
refiriendo a su figura recíproca e inversa, que insiste en el futuro del
reconocimiento y que, en la medida en que desde lo Real no se confirma, viene a
desplazarse hacia un futuro ficcional.
Otro reconocimiento puede ser vehiculizado por una demanda, válida o no,
tal como lo vemos especialmente en el tratamiento de niños; por ejemplo, en un
chico muy travieso, cuya violencia es una demanda de reconocimiento. En el
plano social, podemos, por ejemplo, situarlo en la carpa plantada frente al
Congreso, como una forma apaciguada de violencia –una irrupción en un espacio
público–, en relación con un reconocimiento que no es otorgado. Otras
estrategias pueden conducir a renunciar a él, con la clínica que esto comporta
–el aislamiento, la depresión–.
A nosotros, psicoanalistas, este planteo no nos resulta suficiente, porque
el sujeto se escribe con una topología que no tiene ni adentro ni afuera. Desde
esa topología, se trata de ver cómo ese otro, que me habita, me reconoce o no,
me distingue o no, me confirma o no.
Isidoro Vegh
“Serás reconocido por tu prójimo”
Extracto. Texto publicado en
Suplemento Psi de Página/12
01 Jul 2001
ARTE:
Natalia Sánchez Valdemoros
[ Mendoza, 1985 ]