Pulsión, Goce: Engarzarse al Yo.
La Cruz libera.
La necesidad de escapar nos lleva así al corazón de la filosofía. Nos
permite renovar el antiguo problema del ser en cuanto ser.
Emmanuel Lévinas
[Kaunas,
1906 - París, 1995]
τά πάντα οιακίζει
κεραυνός
[A todos los rige el
relámpago]
Heráclito
[Éfeso, 535 – 475 aC]
Algunos muchos –aquellos que de algún modo somos un tanto apasionados por
las ideas, por cómo pensaban los hombres que nos precedieron (sobre todo, cómo
pensaban la Pregunta por el Ser )-
nos sigue preocupando (aún en la vorágine del mercantilismo, de los globos de
colores, de los zapatos de neón y de los peinados con hechizo, rizo y
semblante) cómo detrás de esa Pregunta se esconde el deseo de salvación. Pero
no de eternidad, no. Sino de separación; de voz, de liberación, incluso de
amparo ante otros significantes que representen a ese sujeto sediento de
rescate.
El analizante es un sujeto que quiere hacer escuchar su petición de
emanciparse de Otro que lo molesta, que lo induce a repetir síntoma, que –en definitiva-
lo expulsa y lo divorcia del deseo que lo causa. Por eso –como suelo afirmar-
ya está “sano” al hacerse escuchar frente a un analista que no es ni un médico
que diagnostica ni prescribe; ni un juez que dictamina, ni un matemático que lo
estudia como un axioma lógico y abstracto, ni un amigo que lo contiene. Si no,
un pedazo de su falta a quien se instituye –vía amorosa- para espejarse y
responderse por su mismo malestar. De allí que –después de un largo proceso- el
análisis puede convertirse en un dispositivo existencial por la Pregunta Última,
si el analizante así lo demandase, soportando y resistiendo el último camino
que lo captura en su trazo. Pregunta que es –ni más ni menos- por la barradura
del Otro. Es decir: de él mismo. Y hablo de soportar y resistir, porque –como sabemos
con Freud- cada neurótico ama a su
síntoma como el psicótico a su delirio. Es decir: porque ese despegarse del
Otro no es sin angustia y sin pagar el precio de una gran pérdida que Jacques
Lacan bautizó con una letra: (a).
Y como algunos nos aventuramos a esta osadía -que implica un des-a®mado de la consistencia Yoica,
castración mediante- también amanecemos con deseo de recurrir a los grandes
pensadores para que nos acompañen en esta incógnita: enigma harto más filosófico
que Edípico. Por eso preferimos hacer posgrados en Filosofía en vez de en técnicas
de niños o en psicosomática. Porque
sabemos que no hay técnica –a lo sumo hay método- y que la Pregunta se repite
más allá de toda edad y que siempre –para el analista- es lo mismo: sostener el
(horror al) acto. Que Heráclito ya
nos advirtió en su Fragmento 84 y que García Calvo gusta de traducir así: “Y las cosas todas las timonea el rayo”. Es
decir que el relámpago nos guía, y ese relámpago pulsional no está en los
libros sino en la voz/escritura del analizante y en la escucha/lectura de cada
analista. El golpe a destiempo, ilógico; tiene para el analista un sentido; Freud: el sentido de los síntomas. Y ese es
nuestro timón.
En el curso de posgrado
en Filo/Uba que actualmente asisto -coordinado por la Dra. Mónica Cragnolini- cuyo
título para este ciclo es Vida y lazo
social: Heidegger y Lévinas, el Dr. Pablo Dreizik nos introduce hoy en la
problemática del nacionalsocialismo de Heidegger que nos plantea Lévinas. Me
detengo –porque atañe directamente a la problemática del neurótico y la
travesía de su análisis- en los lineamientos específicos que escucho de la
clase de hoy y que tienen que ver con ciertas afirmaciones de Lévinas al
respecto.
El docente puntualiza párrafos
del texto de Lévinas Algunas reflexiones
sobre la filosofía del hitlerismo. Texto que tiene un asterisco al pie en
su título que reza: Artículo aparecido
por primera vez en la revista Esprit Nro. 26, 1934: revista del catolicismo
progresista de vanguardia, casi al día siguiente de la llegada de Hitler al
poder.
Lo que me interesa
señalizar de lo que escuché hoy, es un par de párrafos dedicados a lo que
Lévinas concentra con el término de Rivè a soi.
Primero nos introducimos
al texto mencionado ut supra donde
nos dice: “El hombre se renueva
eternamente frente al Universo. Hablando de modo absoluto, no hay historia. Porque
la historia es la limitación más profunda, la limitación fundamental. El
tiempo, condición de la existencia humana, es, sobre todo, condición de lo irreparable.” Es decir que ya nos advierte de qué se
tratará el Malestar. Y nos invita a entender –como pensaba Heráclito- que sólo
hay Sujeto en la Transformación. Aclarando en un párrafo muy poético: “Detrás de la melancolía del eterno flujo de
las cosas, del ilusorio presente de Heráclito, nos encontramos con la tragedia
de la inmovilidad de un pasado imborrable que condena toda iniciativa a no ser
más que una continuación. La verdadera libertad, el verdadero comienzo exigiría
un verdadero presente que, siempre en el momento culminante de un destino, la
recomience eternamente.”
Y también: “El sentimiento acuciante de la impotencia
natural del hombre ante el tiempo constituye el todo trágico de la Moira
griega, toda la agudeza de la idea del pecado y toda la grandeza de la revuelta
del cristianismo. A los Atridas que se debaten bajo el peso de un pasado,
extraño y brutal como una maldición, el cristianismo opone un drama místico. La
Cruz libera, y mediante la Eucaristía que triunfa sobre el tiempo esa
liberación se realiza cada día. La salvación que el cristianismo quiere aportar
equivale a la promesa de recomenzar lo definitivo que el flujo de instantes
cumple, de superar la contradicción absoluta de un pasado subordinado al
presente, de un pasado siempre puesto en tela de juicio, siempre puesto en
cuestión.”
Luego saltamos al tema del cuerpo y del Yo: “El cuerpo no es sólo un accidente afortunado o desafortunado que nos
pone en contacto con el mundo implacable de la materia —su adhesión al Yo vale
por sí misma-. Se trata de una adhesión de la que no puede escaparse, y a la
que ninguna metáfora podría confundir con la presencia de un objeto exterior.
Se trata de una unión cuyo gusto trágico y definitivo nada podrá alterar.”
Acá nos detenemos. Específicamente en esto: “su adhesión al Yo vale por sí misma-. Se trata de una adhesión de la
que no puede escaparse…” Tenemos que
en francés, el filósofo escribió rivè a
soi. La traducción más común es “remachar”. Hay otra: “engarzar”.
Para Lévinas –entonces- el Malestar es que
uno esta engarzado a sí mismo. En joyería, engarzar implica unir piezas, pero
para engarzar hay que remachar. El síntoma del sujeto es que se encuentra
remachado a sí mismo, uno no puede dejar de ser quien es. De Lévinas a Heidegger
podríamos decir que la angustia, llega cuando uno es demasiado uno. (No me siento
mal porque no puedo ser Marcelo, sino porque soy demasiado Marcelo.) Como
sabemos esto, para Lacan, se llama “Creer en el Yo”: "Que el sujeto acabe por creer en el YO es una locura." De allí que identificó al Yo con el
síntoma. De allí que nos resulta cómico y a veces hasta ridículo, que un sujeto
–espejo mediante- se mire y se crea lindo o inteligente.
El Rey que se cree rey, y que para Lacan no es menos loco que un sujeto que
se cree rey, esta remachado en su ser. Para Lévinas un sujeto engarzado en su
mismidad no puede acceder al encuentro con el otro: esta alienado porque es
demasiado sí-mismo. No puede dividirse, no puede perder(se). El sujeto se salvaría
si se puede perder, aunque sea un poco, y entender que ser Rey depende del
Otro, y de los otros. Es -por decirlo así- no sólo una función, sino un mero
titulo, un significante. Como ser padre o ser hijo. De allí que nos cause risa
el padre que se cree padre -más allá del vinculo genético y del momento exacto
que cumple esa función- o el analista que se cree analista o el hijo que se
cree hijo.
Vayamos a un ejemplo de ayer con un
analizante donde por suerte es un ingeniero que no se cree ingeniero, pero
sufre porque no puede dejar de serlo, es decir, de caer en la creencia que lo
es: hace muchísimos años que se analiza y eso lo llevó a entender cuál es el
problemita de creérselo. Cuenta: "Hubo
una época que mi vieja me tenía podrido, me llamaba para que le solucione todos
los problemas por teléfono. Y un día me llamó porque se le había pegado un vaso
con una tasa, y obviamente yo -por teléfono- le despegue el vaso de la tasa,
porque no puedo dejar de ser ingeniero y un ingeniero sabe que son dos objetos
de diferente material, entonces le dije que la ponga en agua caliente o en la
heladera. Ese es mi mal. Por eso un día cuando fui a su casa y me dijo que no
funcionaba la tele, yo la desarme, agarre un plumero, la limpie, la volví a
armar y la tele funcionó… Ser un ingeniero que resuelve algo con un plumero,
transformo el gesto de mi vieja, imagínate…" Un ingeniero es un ingeniero, no puede usar
una escoba. Pero permitirse jugar con la técnica del plumero, provoca en él una
separación con el significante y con el engarce del malestar que le produce ser
siempre él. Solo que, y acá hay un pequeño engaño, no pudo dejar de arreglar el
problema: porque no solo es ingeniero, sino que es muy buen ingeniero –casi un
robot, excepto cuando cae enfermo- que responde siempre a la demanda (de amor)
del otro. Cierto: está harto de ser él, esta abrochadísimo, engarzadísimo a su
fantasma: se ha permitido muy pocas veces que ese fantasma se con-mueva: por ejemplo cuando fue a la Facultad
a dar un parcial sin saber, única vez
en su Carrera, o cuando viajó sin red a México a buscar a su futura mujer y
madre de sus dos hijos, sin saber si
ella lo rechazaría ya que apenas se conocían.
Quisiera cerrar estas líneas con un correo
de hoy que me envía un analizante radicado en Suiza desde hace años, que se
desprende de un breve diálogo que tuvimos ayer vía skype. Se trata de un
problema con su padre donde él se ve triangulando con su tío y finalmente –pisando
el palito- queda mal parado ante ambos en un discurso perversoide de ellos
donde él mismo no pudo dejar de alimentar con
las mejores intenciones. Se trata, claro, de cómo re-construirse, de cómo
liberarse de esa Demanda del Otro, de cómo sacar la nariz pegada contra el
vidrio -y de poder alcanzar esas cosas, y ese (A)mor- a pesar del terror y del
abismo de soledad que eso presentifica. Es decir: de una otra vida donde vivir sin tanto Malestar.
Con su autorización –y valentía para
espejarse y saberse barrado-, me permito citar textualmente sin ninguna
omisión, estos siguientes párrafos que me cayeron ante mí en el momento justo de
escribir este posteo. Los reproduzco al final porque me parece la síntesis
poética perfecta de lo que queremos expresar a veces cuando decimos no sólo que
el analizante ya está “sano” al advertir un síntoma que lo divide y recurrir a
un analista (e incluso al autorizar el despliegue público de su trazo, sin
resistencias petulantes ni orgullos improductivos), sino además cómo se lee la
metáfora del Rivè a soi donde el
sujeto –machacado en su YO, alienado a los significantes que otrora lo
representaron- intenta zafar (buscar en
el vértigo) de la infatigable pulsión que lo lleva siempre a la repetición
del fracaso; sabiendo en el fondo que no hay Cruz que pueda con la finitud del
movimiento que nos conduce –como el relámpago- a lo Inevitable.
Hola Marcelo,
He quedado pensando mucho con todo lo que
pasó con mi viejo, y la charla de ayer. Releo una y otra vez la estructura del
lenguaje familiar, las mentiras, y me pregunto cuántas veces yo he mentido así
y aún lo hago. Es como un espejo. Igual puse mucha distancia, física y
temporal, de ellos (mi flia) y analizarme con Fridman me ayudo a reconstruir
otro Cris, otra versión de mi mismo, uno más acorde a mis gustos y a lo que yo
quería ser, y fui lo que pude, hice en parte lo que quise y me di cuenta que yo
funcionaba mejor en el mundo. Pero algo de ese lenguaje familiar repta: Yo no
quiero ser así, me pregunto cuánto de ese decir mendaz también es mío y cómo se
hace para cambiarlo. Me doy cuenta que es como vos me dijiste una vez: "Hasta cuándo vas a huir, no es la
huida acaso tu historia?" Y también me dijiste: "Hay que ver qué hacer con esta papa caliente que es la
herencia..."
"El chiquilín
te miraba de afuera" Sí. Y el chiquilín sigue mirando
porque es eso, un chiquilín que quedo
aterrorizado de lo que pasaba en mi casa y miraba de afuera. Al menos mirar de
afuera fue lo mejor y tal vez lo sea, porque, cada vez que me metí, el interior
era una mentira. Olía a podrido. Y será por eso que viví una vida desde
afuera, abandonado en la calle por mi vieja a los 16 años sin herramientas para
afrontar el mundo, mirando lo que los otros ven. Con hambre. Y será por eso que
vivo una vida desde afuera, sin laburo, sin mujer, sin amigos, con hambre de
otras cosas que pueden llegar a ser peores que no morfar. Hambre que te
quieran, hambre de sentirte útil. Hambre de una caricia. Todo miro de afuera, chiquilín e inmaduro. Como a las minas
que me gustan, porque las minas que me gustan son las pelotudas, no las
inteligentes, me atraen estéticamente, así de pelotudo soy. Y ni siquiera me
llevan el apunte porque a esas tipas les va la guita. Y yo miro a la guita de
afuera también. Y me doy cuenta que terminé en suiza por una desilusión amorosa
con una suiza en el año 97. (Pero es otra historia)
Antes yo leía, leía muchísimo, a
filósofos, antropólogos, sociólogos, bios
de artistas, iba a muestras de arte, buscaba intelectuales y me atraían las
minas inteligentes, pero Europa me cambió. Porque no fue ni es la Europa de
Cortázar ni de Woody Allen. El capitalismo se la calzó entera. Igual yo no
puedo precisar bien que pasó, porque yo leía. Pero me olvidé de todo. Como si
esos libros me hubieran conformado una identidad pero no los recuerdo. Si sé
influyeron a ser quien soy. Como la música que llevo en el cuerpo.
A veces pienso que logré ser como un gato
o un animal cualquiera, que gracias a no entender la lengua a mi alrededor vivo
por fuera, mirando desde afuera, no puedo ignorar el saber sobre la muerte, ni
otras cosas, pero igual es bastante. Vivir y olvidar. Hasta un día desaparecer
sin surgir. Entonces ocurre que me debato entre la idea de ser un pedo al aire,
cosa que me cae mal, y la necesidad de trascender y dejar huella que no me
dejaba dormir en mi adolescencia, pero que ya no me importa tanto (finitud,
gracias Heidegger). Vivir en suiza es como haber llegado tarde a algo, ya se
fue. No está más. Y me quedé mirando a lo lejos.
Yo escribí hace unos años un temita que le
puse "una otra vida para vivir"
(another life to live for) Como
fantaseando una otra vida para vivir con una mejor suerte, porque esta... Estoy
fallado y no gracias a mi precisamente. Todo lo que me pasé haciendo desde los
22 años fue tratar de convertirme en mejor persona, más sana, más normal psíquicamente.
Buscar es un vértigo dice Alejandra.
Por eso no quiero hijos, porque estoy
fallado y tengo miedo de cagarla. La tipa se va y se los lleva y la historia se
conoce.
En fin. Seguiría pero ya está bien. Abrazo, Cris.
Marcelo A. Pérez
De la Cruz Cristiana a la Responsabilidad
Neurótica.
[ Pulsión, Goce: Engarzarse al Yo.]
Buenos Aires
1 / VI / 2016
ARTE: