Trampa del Espejo: Arte y Narcisismo / "Yo seré tu ilusión"
En el trompe-i'oeil
no hay naturaleza, no hay paisaje, no hay cielo, no hay línea de fuga ni luz
natural. Tampoco hay rostro, no hay psicología ni historicidad. Aquí todo es
artefacto, el fondo vertical erige en signos puros objetos aislados de su
contexto referencial. Translucidez, suspense, fragilidad, abandono — de ahí la
insistencia del papel, de la carta (carcomida por los bordes), del espejo y del
reloj, signos difuminados e inactuales de una trascendencia diluida en lo cotidiano
— espejo de láminas usadas en las que los nudos y las líneas concéntricas de la
albura marcan el tiempo, como un reloj sin aguja que deja adivinar la hora; son
cosas que ya han durado, es un tiempo que ya ha tenido lugar. El único relieve
es el de la anacronía, figura involutiva del tiempo y del espacio.
Aquí no hay frutas,
carnes o flores, no hay cestas, ni ramos, ni todas esas cosas que hacen las
delicias de la naturaleza (muerta). Ésta es carnal, se coloca carnalmente sobre
un plano horizontal, el del suelo o el de la mesa — a veces juega con el
desequilibrio, con el borde despedazado de las cosas y la fragilidad de su uso,
pero siempre tiene la gravedad de las cosas reales, subrayada por la
horizontalidad, mientras que el trompe-l’oeil juega con la ingravidez, marcada
por el fondo vertical. En él todo está suspendido, tanto los objetos como el tiempo,
e incluso la luz y la perspectiva, pues mientras la naturaleza muerta maneja
volúmenes y sombras clásicos, las sombras que dan la impresión del
trompe-i'oeil no tienen la profundidad propia de una fuente luminosa real: son,
como el caer en desuso de los objetos, el signo de un ligero vértigo que es el
de una vida anterior, el de una apariencia anterior a la realidad. Esta
misteriosa luz sin origen, cuya incidencia oblicua no tiene nada de real, es
como un agua sin profundidad, un agua estancada, dulce al tacto como una muerte
natural. Aquí, las cosas han perdido desde hace tiempo su sombra (su
sustancia).
(…)
En el trompe-l'oeil
no se trata de confundirse con lo real, se trata de producir un simulacro con
plena consciencia del juego y del artificio— remedando la tercera dimensión,
sembrar la duda sobre la realidad de esta tercera dimensión— remedando y
sobrepasando el efecto de real, sembrar una duda radical sobre el principio de
realidad, pérdida de lo real a través del mismo exceso de apariencias de lo
real. Los objetos se parecen demasiado a lo que son, este parecido es como un estado
secundario y su verdadero realce, a través de este parecido alegórico, a través
de la luz diagonal es el de la ironía del exceso de realidad. La profundidad
está invertida; a diferencia del espacio del Renacimiento ordenado según una
línea de fuga en profundidad, en el trompe-l'oeil el efecto de perspectiva se
proyecta de alguna manera hacia delante. En
lugar de huir los objetos panorámicamente ante el ojo que los explora
(privilegio de un ojo panóptico), son ellos los que «engañan» al ojo por medio
de una suerte de relieve interior — no porque dejen creer en un mundo real que
no existe, sino porque deshace la posición privilegiada de una mirada. El ojo,
en lugar de ser generador de un espacio abierto, es sólo el punto de fuga
interior de la convergencia de los objetos. Un universo distinto se abre en la superficie
— no hay horizonte, no hay horizontalidad, es un espejo opaco alzado ante el
ojo, y no hay nada detrás. Esto es propiamente la esfera de la apariencia — no
hay nada que ver, son las cosas las que le ven, no huyen ante usted, se colocan
delante de usted, con esta luz que les llega de otro lado, y esta sombra que
surte un efecto y, sin embargo, no le proporciona nunca una verdadera tercera
dimensión. Pues ésta, la de la perspectiva, es siempre también la de la mala conciencia
del signo hacia la realidad, y por ésta mala conciencia está podrida toda la
pintura desde el Renacimiento. De ahí viene, distinta del goce estético, la
inquietante extrañeza del trompe-l'oeil, de la luz que proyecta sobre esta
realidad reciente y occidental que se desprende triunfalmente del Renacimiento:
es su simulacro irónico. Es lo que fue el surrealismo para la revolución funcionalista de
principios del siglo XX — pues el surrealismo tampoco es otra cosa que el
delirio irónico del principio de funcionalidad.
La profundidad está
invertida; a diferencia del espacio del ¿Renacimiento ordenado según una línea
de fuga en profundidad, en el trompe-l'oeil el efecto de perspectiva se
proyecta de alguna manera hacia delante. En lugar de huir los objetos
panorámicamente ante el ojo que los explora (privilegio de un ojo panóptico),
son ellos los que «engañan» al ojo por medio de una suerte de relieve interior
— no porque dejen creer en un mundo real que no existe, sino porque deshace la
posición privilegiada de una mirada. El ojo, en lugar de ser generador de un
espacio abierto, es sólo el punto de fuga interior de la convergencia de los
objetos. Un universo distinto se abre en la superficie — no hay horizonte, no
hay horizontalidad, es un espejo opaco alzado ante el ojo, y no hay nada
detrás. Esto es propiamente la esfera de la apariencia — no hay nada que ver,
son las cosas las que le ven, no huyen ante usted, se colocan delante de usted,
con esta luz que les llega de otro lado, y esta sombra que surte un efecto y,
sin embargo, no le proporciona nunca una verdadera tercera dimensión.
Pues ésta, la de la
perspectiva, es siempre también la de la mala conciencia del signo hacia la
realidad, y por ésta mala conciencia está podrida toda la pintura desde el
Renacimiento. De ahí viene, distinta del goce estético, la inquietante
extrañeza del trompe-l'oeil, de la luz que proyecta sobre esta realidad
reciente y occidental que se desprende triunfalmente del Renacimiento: es su
simulacro irónico. Es lo que fue el surrealismo para la revolución
funcionalista de principios del siglo xx — pues el surrealismo tampoco es otra
cosa que el delirio irónico del principio de funcionalidad. Como tampoco el
trompe-l'oeil forma parte exactamente del arte ni de la historia del arte: su
dimensión es metafísica. Las figuras de estilo no son asunto suyo. El punto de
mira es el efecto mismo de realidad o de funcionalidad y, en consecuencia,
también el efecto de consciencia. Apuntan al envés y al revés, deshacen la
evidencia del mundo. Por ello su goce, su seducción es radical, incluso si es
ínfima pues proviene de una sorpresa radical de las apariencias, de una vida
anterior al modo de producción del mundo real.
………….
Trompe-l’oeíl, espejo
o pintura, lo que nos embruja es el encanto de esta dimensión menos. Lo que
crea el espacio de la seducción y se convierte en causa de vértigo. Pues si las
cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido, una estructura donde
fundar su sentido, sin duda también tienen por nostalgia diabólica perderse en
las apariencias, en la seducción de su imagen, es decir, reunir lo que debe
estar separado en un solo efecto de muerte y de seducción, Narciso.
La seducción es
aquello que no tiene representación posible, porque la distancia entre lo real
y su doble, la distorsión entre el Mismo y el Otro está abolida. Inclinado
sobre su manantial, Narciso apaga su sed: su imagen ya no es «otra», es su
propia superficie quien lo absorbe, quien lo seduce, de tal modo que sólo puede
acercarse sin pasar nunca más allá, pues ya no hay más allá como tampoco hay
distancia reflexiva entre Narciso y su imagen. El espejo del agua no es una superficie
de reflexión, sino una superficie de absorción.
(...)
El «alma gemela» es
su versión espiritualizada. Las grandes historias de seducción, las de Fedra,
Iseo, son historias incestuosas, y siempre son fatales. ¿Qué hay que concluir,
sino que es la muerte la que nos acecha a través del incesto y de su tentación
inmemorial, incluso en la relación incestuosa que mantenemos con nuestra propia
imagen? Ésta nos seduce porque nos consuela por la inminencia de la muerte del
sacrilegio de nuestra existencia. Retroceder en nuestra imagen hasta la muerte
nos consuela de la irreversibilidad de haber nacido y de tener que
reproducirse. Por este trato sensual, incestuoso, con él, con nuestro doble,
con nuestra muerte, ganamos nuestro poder de seducción. «I’II be your Mírror.»
«Yo seré tu espejo» no significa «Yo seré tu reflejo» sino «Yo seré tu
ilusión».
Jean Baudrillard
De la Seducción
Fragmentos de sus
Capítulos:
El trompe-l'oeil
o la simulación encantada
I’II be your mirror
Cátedra. Colección Teorema.
Madrid, 1989.
ARTES PLÁSTICAS:
Cornelis Norbertus Gysbrechts
[ Bélgica, 1630 / 1683 ]