Peter Capusotto / Capitalismo con Humor.
El capitalismo salvaje: con sus demandas
al goce total, goce incestuoso, endogámico, al consumo indiscriminado en pos de
un Yo fuerte, inteligente, hermoso, sin fisuras… Un Yo que tiene a todas las
mujeres (una a una, como Don Juan) porque se trata de apostar al sexo (a
tenerla siempre al palo) y no al lazo amoroso. El capitalismo de las empresas, valga el
pleonasmo: que nos hace creer que tener una línea aérea de bandera es superfluo
(después de todo, el país del Norte que
dirige al Mundo, ¿qué línea aérea de bandera tiene? Y sin embargo, mire usted
que bien le va…) omitiendo a quiénes beneficia anulando rutas; o que nos
lleva a suponer que aumentando el tabaco entonces “…se evitarán también que los argentinos sufran 4.200 infartos, 1.100
cánceres y 1.500 casos de ataques cerebrovasculares anualmente” (1). Criterio
tan naif –y cínico- como pensar que escondiéndole
la goma de borrar a los niños, van a cometer menos faltas de ortografía; o
aumentando los paraguas la gente se va a mojar menos los días de lluvia. Con
ese lineal y pseudocientífico sofisma, aumentemos también mucho más los medicamentos, así la
gente -sabiendo que no los va a poder comprar- se enferma menos.
Ese capitalismo hoy se observa más que
nunca en las publicidades de nuestro medio televisivo. Así tenemos ahora a la
de la empresa Chevrolet que ha
inventado un nuevo paradigma: la meritocracia. Y los beneficios de pertenecer a
ella: donde las personas tendrán lo que merecen; y lo que merecen estará en
función de sus horas de trabajo. Bien. Típico discurso del rico (que incluso a
veces ciertos sectores de clase media lo usurpan por esa manía indiscriminada
de “pertenecer” vía identificación): “yo
me levanto a las seis de la mañana y por eso todo lo que tengo lo gané con
mucho mérito”. Es decir que la mucama de hotel que se levanta a las cuatro
para tomar dos trenes y un bondi y llega a las siete a su trabajo, para irse a
las quince y llegar a las seis de la tarde cansadísima, comer y acostarse para
volver a repetir el ciclo; esa mujer, es pobre porque quiere. Todo el mensaje
subliminal de esa publicidad –y del capitalismo voraz- tiende obviamente a
hacerle creer a la media poblacional, que el rico es rico porque lo merece y el
pobre es pobre porque… lo merece. Perfecto. El Estado, mutis por el foro. Nada tiene que hacer en cuestiones de pobreza,
salud comunitaria, educación. Los pobres
son pobres porque siempre fueron pobres y no porque la riqueza y la plusvalía y
el capitalismo anárquico y feroz, los devora día a día. Lo triste de
todo esto no es –creo- el discurso que se baja; sino el que se compra.
Por eso
me parece redondo, el monólogo que posteo a continuación, donde su actor nos
recuerda (me permito escribir la parte final porque a veces el tono no deja
escuchar el contenido, que me parece un guión grotesco de una sutileza intelectual impecable) que
es un juego de retroalimentación perversoide, donde la clase media se distrae devorada por el consumo, mientras duerme el eterno sueño del esclavo.
.
.
…Entiendan que una a veces puede sentirse
acosada por las ofertas.
Y es que es difícil resistir a la
oportunidad de ir a comprar una garompa de elefante echa de goma, sólo porque
te dicen que los jueves te la dan con un treinta por ciento de descuento;
Y entre los martes de electrodomésticos,
el ciberlunes de ropa deportiva y noche de los shoppings se van juntando un
montón de días que arman el año del boludo.
Porque por el camino de las piñas o por el
de las caricias, siempre al lugar que llegan es a tu culo:
Al que entregamos por un poco de
satisfacción de consumir algo mientras seguimos tratando por una escalera
mecánica que baja y te lleva a la enfermedad que te provocan los hijos de putas
que manejan esta civilización…
Y ustedes que mataron simbólicamente a sus
padres para después convertirse en ellos:
Dios les mece la cuna de la imbecilidad
para seguir durmiendo el sueño eterno del esclavo.
Violencia Rivas
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/ Programa 14 / Temp. 9 /
Diego E. Capusotto
[ Morón, Bs. As., 1961 ]