Micropolítica, Psicoanálisis y Capitalismo
“Lo que distingue al discurso
del capitalismo es esto: la verwerfung, el rechazo, el rechazo fuera de todos
los capos de lo Simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. ¿El
rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo discurso que se
entronca en el capitalismo, deja de lado lo que llamamos simplemente las cosas
del amor, amigos míos. Ven eso, eh? ¡No es poca cosa!”
Jacques
Lacan, “El saber del Psicoanalista” – Seminario 19, 1972.
Voy a aprender a llorar sin sufrir,
Sin detenerme a mirar una flor.
Sin detenerme a mirar una flor.
(…)
Llegó la indiferencia metiéndose en mi piel
Pacientemente cruel, ¡matando mi verdad!
Saber que no me importa nada...
De alguna vibración pasada;
Y caminar narcotizado
Por un mundo helado sin amor.
Pacientemente cruel, ¡matando mi verdad!
Saber que no me importa nada...
De alguna vibración pasada;
Y caminar narcotizado
Por un mundo helado sin amor.
Eladia
Blázquez, Sin Piel.
.
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Analizar
significa desatar. Intento revelar en estos párrafos, cómo sólo atándose a la
Castración es posible menguar el sufrimiento de la neurosis nuestra de cada
día. Me valgo, para eso, de un discurso inverso al que tiene como agente el
objeto: el del capitalismo. Que –a diferencia del discurso amoroso- introduce
el tapón para la falta y su consecuente camino hacia un Otro ideal perfecto;
goce mítico obviamente perdido desde el origen.
Como
sabemos por Lacan, en el discurso el
Otro está castrado y el Goce es mítico; es decir: imposible. Esto no es así en
el discurso capitalista (nuevo algoritmo
creado por Lacan a partir del Seminario 16 y especialmente en la Conferencia de
Milán de 1972). Podríamos preguntarnos si el discurso capitalista es realmente
un discurso, ya que –por definición- un discurso es lo que hace lazo, y el
capitalismo –con sus objetos de acumulación- consume al sujeto y tapa
sistemáticamente la falta: impulsado por el imperativo de la pulsión de muerte,
no hay más que un goce que rechaza la palabra (Verwerfung) en pro de la forclusión del sujeto de deseo.
Falsamente –enlace falso freudiano- el sujeto cree que podrá acceder –vía el
consumo metonímico- a un Otro sin falta –sin barrar- y, entonces, a una felicidad
absoluta: de allí que las promesas –en perpetuidad liberal- se afiancen en
declarar que el Paraíso es posible.
En
la Necropolítica, Achille Mbembe nos
recuerda que el apotegma se basa “en los
nuevos actores internacionales que deciden quién debe vivir y quién debe morir
en un momento dado, atendiendo a criterios estrictamente económicos. Y
las nuevas guerras, en consecuencia, son actos bélicos nomádicos que realizan
empresas privadas –en connivencia o no con los Estados, poco importa...– que no
buscan obtener territorio ni someter a las poblaciones; tan sólo afianzar
recursos estratégicos y obtener beneficios inmediatos a cualquier coste.” En la Biopolítica
de Michel Foucault, el autor francés versa sobre la misma problemática que el
autor de Camerún. Los ciudadanos son –en esta necropolítica- meros entes
intercambiables donde su subjetividad queda abolida sine qua non. Claro que, hay que ser honestos, a cierto ciudadano
hay algo de esto –de este goce que lo va a devorar- que le seduce y lo
tranquiliza. La voracidad del poder –vía
tecnología y consumo- no es ajena a esta Demanda del sujeto poco advertido del
latigazo que se viene; de la boca del cocodrilo –como diría Lacan- que se
avecina glotona, hambrienta de poder. (¿Se escucha el falo en todo este andamiaje? No quiero decir que el sujeto es
cómplice de este capitalismo voraz, pero el falo
seduce a cualquier hijo de vecino. Paradójicamente, el sujeto queda expropiado
de un plus de goce que le pertenece por estar caído al Lenguaje. Lacan dixit: “Lo que Marx denuncia en la plusvalía es la expoliación del goce”.)
Dice
Clara Valverde: “La nueva necropolítica
no necesita armas para matar a los excluidos. Por medio de sus políticas, los
excluidos viven muertos en vida o se les deja morir porque no son rentables. No
sirven ni para ser esclavos. Pero, ¿no es suficiente con dejarles morir sin
acceso a comida, techo y atención sanitaria? ¿Por qué se desarrollan políticas
y maneras de gobernar que aceleran su muerte, que aseguran que estén al límite
de la vida con el “privilegio” de sobrevivir? Pues porque son una amenaza. Sin
darse cuenta ni proponérselo, lo excluidos y los precarios ponen en evidencia,
como cuerpos resonantes, como altavoces, todas las injusticias del
neoliberalismo. Y eso, los poderosos, no lo van a tolerar porque podría
inspirar solidaridad en el resto de la sociedad, solidaridad que se podría
convertir en revuelta. Por eso, a través de muchas formas de violencia
discreta, se aplasta, una y otra vez, a los excluidos. Se les remata. Y se
convence al resto de la sociedad de que participen en esa necropolítica, no
solo asegurándose de que no haya solidaridad, sino también utilizando a los
“incluidos” y a los expertos para mantener a los excluidos a raya. El neoliberalismo se mantiene, en parte,
gracias a esos “incluidos” que aún creen que están a salvo, los que aún creen
falsamente que son libres y los que esperan que vengan tiempos mejores por arte
de magia. Por eso urge, más que nunca, la creación de una empatía radical para
amenazar al neoliberalismo.” [13-DIC-2014: eldiario.es/catalunya/opinions/complices-necropolitica-neoliberalismo_6_334276597.html]
El
anarcocapitalismo –término Foucualtiano- lleva directamente –vía la
globalización neoliberal- al capitalismo de mercado, salvaje en cuanto el
Amo-Empresarial se apodera del dominio no sólo económico sino también social. Como sabemos, el sentido de toda Empresa es la
ganancia: es decir que la lógica del discurso capitalista se da la mano con el
sujeto que –haciendo mutis por el foro su castración- pretende ganar sin
perder. Lo simbólico –vía lo real- cae, y lo imaginario gana: se trata de un
espejo candente y siempre fálico donde la imagen toma el poder resolutivo y
absoluto de dominio. Como también sabemos desde Lacan, la pulsión invocante y
la pulsión escópica hacen aquí su tour conveniente: el sujeto se apodera de
bienes-objetos que satisfacen (a) su pulsión
y crean la ilusión imaginaria –valga el pleonasmo- de que la totalidad
sin hiancia es factible. Dice Lacan: “Las vidrieras están llenas de plus-de-gozar
y (…) mantienen a mucha gente entretenida.” Objetos donde la voz y la mirada (celulares,
televisión, playstation, etc.) cobran
un tamiz por demás preponderante en la cotidianidad del sujeto. Verse al espejo
y ver vidrieras permanentemente con ánimo de consumo, es verse reflejado en un
goce fálico constante, donde el narcisismo cobra privilegio ante la presencia
–y la dignidad- del prójimo.
Es
decir, entonces, que el sujeto de deseo (determinado por lo inconsciente) se
reemplaza por un imperativo de goce donde la perversión impacta contra la
pregunta por la causa. Analizantes muy angustiados salen del consultorio y van
a comprar algo que les permita disminuir ese afecto que los perturba. Lo mismo
ocurre con los matrimonios que ya nada tienen que decir(se) o los trabajos que achanchan
al sujeto o la rutina inercial y monótona del acontecer diario. De allí que en
las antípodas de este discurso, está el discurso amoroso; donde una flor, un
gesto, representa la falta en la que todo sujeto-amoroso se ve involucrado.
Donde la falta es, obviamente, metáfora del sujeto. El enamorado puede sentirse
feliz sin necesidad de visitar un shopping
o sin recurrir a la compra compulsiva: una plaza, un río, un horizonte
compartido; son metáforas de esas miradas que se entrelazan rememorando que
sólo es el amor lo que permite
condescender el goce al deseo. Es en el amor donde la castración
–permutable vía la transferencia- coloca a los partenaires en una dimensión endeble y, a la vez, fortificante y
reconfortante; hermanados por el
lenguaje que, por definición, está agujereado.
En
el discurso capitalista –arraigado en su estirpe más evolutiva por el
neoliberalismo- el mundo deja su aurea romántica y el consumismo se perfila
como mero voluntariado táctico. De allí que las terapias conductuales se
afianzan en estos regímenes y el psicoanálisis cae no sólo como antipático sino
incluso como estéril. Recordemos a Freud entrando a los Estados Unidos: “Nos aplauden y no saben que le traemos la
peste”. El sujeto, atrapado por una promesa de felicidad futura y estable
que promete cierto Estado emancipado a un liberalismo salvaje, se desata
también y queda desprotegido y desmontado de lo que realmente debería
custodiarlo: la Castración. “Lo que
distingue al discurso del capitalismo es esto: la verwerfung, el rechazo, el
rechazo fuera de todos los capos de lo Simbólico, con lo que ya dije que tiene
como consecuencia. ¿El rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo
discurso que se entronca en el capitalismo, deja de lado lo que llamamos
simplemente las cosas del amor, amigos míos. Ven eso, eh? ¡No es poca
cosa!”
Cuando Lacan –en Función
y Campo del Habla y del Lenguaje en Psicoanálisis- cita a Antoine Tudal nos
está advirtiendo que es imposible atravesar el muro del lenguaje; que no hay
sujeto por fuera de éste; y que –entonces- no hay sujeto sin falta: “Entre
el hombre y la mujer hay el amor. Entre el hombre y el amor hay un
mundo. Entre el hombre y el mundo hay un muro”. En el amor el sujeto
–en posición de deseante- da lo que no se tiene (su castración, su falta) a
quien no es (el falo). De allí que uno no sabe lo que tiene y otro no sabe lo
que necesita. Por eso también la
histérica nos enseñó que no alcanza con los bienes, y su discurso intenta
colocar al Amo en posición de castrado. (“Me vas a amar más allá de lo que
me das, por lo que no tengo”.) El capitalismo, en cambio, es dar lo que sí
se tiene. La histérica nos ha enseñado que toda Demanda es de amor y que no
alcanza con los bienes que pretende satisfacerla; quizás por eso también una
flor representa todo el gesto de amor que el capitalismo pretende
aniquilar. Un sujeto que lleva un ramo de flores lleva quizás todo lo
que se puede significar del amor. Y supongo que no habrá sido casual que el
Modelo Óptico de Lacan esté esquematizado con un ramillete de flores, cuya
inversión debajo de la caja metaforiza el cuerpo perdido, al cual ya no será
posible acceder sino es por artilugios de lo simbólico; es decir: de la
palabra. De allí también –supongo- que el te-amo como verbo performativo,
sea tan significante para una pareja de enamorados: se trata de la palabra que
pone en evidencia que el sujeto que la enuncia está castrado –sin red, a la
espera de un abismo-; holofrase que simboliza la falta. O, como dice el poeta
del tango, la falta que me hacés.
Jacques Lacan nos enseñó a pensar que sólo la
Castración introduce el deseo y que no es sin el pasaje por la angustia. Un Amo
castrado (barrado) es un futuro Sujeto que puede hacerse la pregunta por su
deseo. [Podríamos relacionar esto con el campo del deseo del analista: sólo
cuando el analista percibe angustia en su trazo –a partir del discurso
histérico de su analizante- es que lo convoca (a) su control; es decir: cuando
se percibe castrado. El control del analista ratifica (o rectificará) su
posición frente al Acto.]
Aprendimos
con Lacan que sólo la Castración protege. El discurso capitalista - enemigo del
amor y hermano del consumo global- pretende hacernos creer que la Ley del Otro
no sirve; que no ordena, que sólo es menester creer en las leyes del Mercado. Aprendimos
que –al revés de lo que pensaba Freud- sin Castración suficiente se produce la
Neurosis. Aprendimos, entonces, que –lejos de los que algunos autores “de la
sospecha” pretenden hacernos creer-, no es liberando pulsiones, voluntades y/o
represiones, que el sujeto puede encontrar un lugar en su deseo; sino –es
necesario repetirlo una vez más- atándose a la Castración.
.
Marcelo Augusto Pérez
Sujeto-resto: caído por el discurso capitalista.
XII.2015
Publicado
en Edición Nro. XIII / V.2016
Revista Errancia, de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura.
Revista Errancia, de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura.
Universidad Nacional
Autónoma de México
Facultad
de Estudios Superiores, Izatacala.
ARTE:
Fernando Falcone
[ Buenos Aires, 1977 ]