Síntoma y Locura.


"Lejos de que la locura sea un insulto para la libertad [concepción que sostenía la psiquiatría de un Henri Ey], es su más fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del hombre no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevase en él la locura como límite de la libertad”.
Jacques Lacan
Acerca de la causalidad psíquica, 1946.
. "Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana."
Jacques Lacan
Seminario III -Las Psicosis-, 1955.



Como saben los poetas y los psicoanalistas, el sin sentido divide al Sujeto. Esa división, cara a la Ciencia, es la que produce el motor del dispositivo analítico, lo que causa nuestra praxis, incluso el síntoma del Analista, que lo lleva a su Análisis de Control. Ningún Sujeto puede soportar al poeta (sobre todo al poeta que lleva en su interior) por demasiado tiempo: todos sueñan con vivir una locura, con el sin sentido, más ninguno podría sostenerse en esa locura por mucho tiempo. De allí que el Arte, como el soberano sol, siempre podrá observarse de perfil. Algunos críticos en Arte –los más sensibles, los más humildes- lo saben. Por eso viene a cuento el aforismo que, en Cartas a un joven poeta, pronunciara Rainer María Rilke: “Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita”.

Los psicoanalistas también sabemos que el Sujeto busca la locura (algunos se lo permitirán mas que otros) pero que intentará restaurarse, defenderse con su Yo, inmediatamente después de perder el sentido. De allí que el YO es el almácigo no sólo del sentido, sino de la angustia. Por eso, o mejor dicho: también por eso, suelo decir que quien va a un analista ya está afrontando cierto real impensable. Es paradójico, cierto: recurre porque el sin sentido le hace ruido (le vacila su fantasma), pero no se hace el tonto con ello: va a intentar ver el sol, aunque mas no sea de refilón, pero sin gafas, sin engaño.

Como sabemos, la práctica analitica tratará de reducir el sentido, de quitarle goce al síntoma, de abrir la pregunta por el deseo. Este fundamento que motoriza nuestra praxis, no podría subsistir, sin embargo, sin un poco de imaginario. De hecho si el analista solo y únicamente trabaja interpretando, volvería loco a su analizante. El analizante –via “los poderes de la transferencia”, parafraseando el seminario VIII- otorga al analista el aval de la interpretación: se defiende muchas veces, pero el analista esta advertido que también el analizante le paga para eso. Un sueño contado  al analista es entregado para su interpretación, por no decir, con Lacan, que el “deseo es ya su  interpretación (la del deseo)”. De allí que es imperdonable escuchar a veces algo así como “le cuento sueños a mi analista pero nunca me dice nada”- Un sueño –Freud dixit: “la via regia a lo inconsciente”- es el camino privilegiado (como un fallido o un chiste) para abrir el sin sentido y darle sentido. En una conferencia denominada justamente “El sentido de los síntomas”, Freud entendió que el Sujeto está estructurado como un chiste porque su síntoma porta un sentido chistoso, al igual que un olvido o una repetición. Chistoso para cada Sujeto, puesto que le da cosquillas, le hace ruido; puesto que hay un sin sentido (una poiética sexual) que el síntoma porta.

Si pensamos que cualquier Mito-neurótico es tan loco como cualquier Mito- psicótico; advertimos entonces rápidamente cómo cualquier síntoma porta el sin sentido. Fue el talento de Freud quien leyó, en él, un sentido oculto. Y fue Lacan quien enunciara que el síntoma está estructurado a la manera de un mito, con un axioma y una gramática; y que es la metáfora de lo reprimido. Pongamos por caso algunos ejemplos: “Mi mujer me engaña porque yo la tengo chica.” Allí el Sujeto otorga sentido al tamaño. O “Me va mal con los hombres porque nací en año bisiesto.” Allí el sentido lo porta la astrología. O “Me violaron cuando era pequeña, entonces ahora soy lesbiana.” Allí carga con el significado del síntoma, el siempre bienaventurado fantasma de violación. (Aclaremos que cuando decimos fantasma, decimos verdad del Sujeto: “Ya no creo en mis histéricas”, enunciaba Freud. Ergo: “Ya nada es mentira en el análisis: todo lo que me cuente lo tomaré como su verdad.” )  Y tenemos también uno de los Mitos más fuertes en el Siglo XX porque viene amparado con el discurso de la Ciencia (Medicina, Psiquiatría, la que sea), ejemplo: “No puedo salir de mi casa porque tengo fobia.” Allí el sentido lo otorga el DSM-V que clasifica las enfermedades mentales. (Con Canguilhem, o con Foucault, hemos aprendido que la enfermedad es un concepto vulgar; es decir: cultural.) Como vemos, siempre es más fácil aportar un sentido que vivir en el sin sentido: siempre es más fácil responsabilizar al Otro (el tamaño del pene, el año bisiesto, la fobia definida por la Ciencia), que hacerse cargo del sin sentido del síntoma.

Por lo tanto no es menos disparato que un Sujeto crea que su eyaculación precoz viene porque se casó adolescente o porque perdió su virginidad con una rubia; como que otro enuncie que las paredes le hablan o aterrizan aviones en su balcón. El analista trabaja con el sin sentido, con la locura: de allí que todo neurótico es un poeta. Y ni hablar los psicóticos… Por eso, porque necesitamos saber la verdad del caso por caso; es que “nos hacemos el muerto” de vez en vez, y –para abrir el fantasma y entender a cada pequeño loco- preguntamos como si fuésemos idiotas: “¿qué quiere decir bisiesto? ¿Qué quiere decir chica? ¿Qué quiere decir fobia?” Por eso mismo Lacan enunció -ya en su primer Seminario- que "...si un analista cree saber algo -de psicología por ejemplo- empieza ya su perdición; porque de psicología nadie sabe gran cosa, excepto que es un error de apreciación del ser humano."-  (Resulta sorprende que incluso quienes se autodefinen "analistas" estén motivados a hacer doctorados de psicología.) En este "hacerse el muerto"; el analista escucha el saber de lo inconsciente del caso por caso. Las sorpresas con que se encuentra el mismo analizante, hace tambalear su YO y así crear un sin sentido real que nos lleva a aclarar el enigma. Siempre recuerdo que hace muchos años, un paciente llegó a la primera entrevista diciendo “yo soy depresivo.”- Le hago entonces la pregunta de rigor y me empezó a hablar de su madre, de no sé qué ni sé cuánto, y que su madre, oh casualidad, era depresiva. Recuerdo que le dije que me parecía que estaba triste, es decir: le aporté otro significante para que pueda pensarse diferente, desde otro lugar. A la sesión siguiente me dijo que se quedó pensando en eso, y recuerdo –aunque fue hace más de quince años- estas palabras: “claro, ¿de dónde saqué yo que soy depresivo?”- .
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Esto ocurre no sólo con los Sujetos en análisis, sino con todo ser que habla. Ejemplo: el tormentoso sábado pasado –en uno de los Grupos de Estudio- un colega-alumno me manda un sms preguntando si se cancelaba el grupo por la lluvia. Le contesto como coordinador del grupo y no como analista: “No es un recital al aire libre, ¿por qué se cancelaría?”- Pero, ¿qué diría un analista?: “¿qué quiere decir que llueva?”- Es sorprendente escuchar, por ejemplo, que el Sujeto pueda terminar hablando de su Padre a los cinco minutos… A lo que apunta el análisis es a sostener la causa del deseo del Sujeto; más allá de truenos, relámpagos y circulación de tránsito. Si un analizante expresa “Yo quiero ser analista” cuando ni siquiera tiene lectura de las obras de Freud y ni puede sostener un escrito a demanda de un docente; entonces el analista puede escuchar tranquilamente y sin temor a equivocarse, que allí funcionó una identificación –inconsciente- con su analista: el Sujeto quiere ser como su analista; por eso quiere ser analista. Pero no está dispuesto a sostener la causa que dice que desea. No es sorprendente que ese mismo Sujeto no sepa a qué Santo encomendarse, y cuando uno está perdido, se identifica con lo que tiene más a mano.

Son los mismos Sujetos que suelen tener el “te amo” fácil: “yo lo amo, yo lo amo, yo lo amo”, gritan por doquier. Cuando ni siquiera pueden sostener la demanda de su pareja. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué estos mecanismos van juntos? Porque se trata de una Histeria. Y la histérica –separando afecto de representación- también suele confundir imaginario con simbólico y escapar así de su real. Sólo se ama a ella misma. “yo quiero ser analista (como vos)” es idéntico entonces a “yo lo amo”; porque en realidad se trata siempre del amor narcisista que no puede trocarse –vía castración- al acto y que se elabora vía identificación. No olvidemos que la identificación es por amor. De allí que cuando uno pregunta por estas frases tan contundentes, se encuentra con cáscara pura, o con lágrimas. Es a esta soledad del síntoma que también apunta la travesía del análisis. No todos los Sujetos pueden sostener este anclaje, porque conlleva un sin sentido, de allí que lo primero que hace es defenderse: “¿Cómo me preguntás que es amar? ¿Cómo me preguntás por qué quiero ser analista?”- Nosotros sabemos que no es porque le gusta el psicoanálisis. A muchos nos gusta la pintura, la música, la literatura o la cocina; y no queremos ser ni cheff ni artista plástico. No es disparato, entonces, preguntar boludeces.

El Sujeto, en su recorrido poético con su deseo, no puede menos que verificar ese sentido en el sin sentido. Como sabemos, el sin sentido puede ser cubierto por muchas variables; enamorarse es un paraje, un anclaje, privilegiado para anudar el deseo al goce. Pero –aunque puede ser el más fuerte- no es el único. Y, como todo lo que define lo Humano, porta en sí mismo el sin sentido más arcaico.



Todo lo que define lo Humano, queda enmarcado en lo que no tiene una utilidad directa con la Vida. Como dijimos hace poco: ¿Qué sentido tendría la poesía? ¿Para qué podría servir hablarle a un Otro, semana tras semana, año tras año? Como la poesía, el psicoanálisis no acierta con lo utilitario; y sin embargo -y sólo quienes se analizan pueden atestiguarlo, como quienes se acercan a un poema, a un lienzo, a una partitura- parece que el Sujeto encuentra en él no tan sólo un espacio para pensarse -para encontrarse con su deseo- sino también para descubrir una voz, es decir: para realizar un canto. Freud nos enseñó que el neurótico encuentra cierta satisfacción en el padecer, que sería lo mismo que preguntarnos ¿que sentido puede tener que un hombre enferme?

En la soledad de su dolor de muelas (agujero que, como nos decía Lacan, constituye todo su mundo), el Sujeto encuentra un preciado goce. Esta soledad no es la misma que la que puede encontrar un artista con su obra, o un matemático, un científico, un poeta.

Algo de eso hay en el Sujeto al final de un análisis. El sin sentido asoma a un nuevo espacio. Como el artista que cede su obra, que transforma su sublimación en desecho, que puede darla, incluso en intercambio anodino y trivial de las leyes del mercado. Se trata de una soledad diferente. Incluso de una angustia diferente. Porque va cayendo la ficha, como decimos en criollo, que si hay que llevar una cruz, al menos que sea la propia. El deseo es la cruz del neurótico. Sin duda. Pero en el recorrido de un análisis es esperable que esa cruz no porte los clavos dolorosos de una vida carente de sentido.
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Marcelo A. Pérez
El sin sentido del síntoma con sentido  [en un análisis].
IV / 2016
ARTE:
Leonor Fini
[ Buenos Aires, 1907 / París, 1996 ]

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