El psicoanalista opinólogo.
Nuevamente -y como alguna otra vez posteamos (http://psicocorreo.blogspot.com.ar/2012/11/salud-mental-psicohigiene.html)- la genialidad y el sarcasmo de Roberto Harari, nos acerca cierta reflexión que todo analista debería pasar por. Muchos olvidan, en su praxis, que el goce del sujeto no tiene nada que ver con las buenas intenciones del (fantasma del) analista. De allí que, en términos de nuestra clínica, es isomórfico al tratamiento que un analista pretenda controlar y direccionar a un analizante que come desaforadamente, o a otro que para llegar al orgasmo necesita de unas trenzas rubias o de un zapatito rojo, o a aquel otro que tiene coito sin preservativo o a aquel que come con exceso de sal. No hacemos pedagogía ni medicina y nuestro sillón no representa un púlpito moral y religioso. En todo caso habría que pensar que el síntoma acarrea una porción de goce y de deseo, y que lo inconsciente es la dominante: no hay voluntariado ni voluntarismo, no hay prevención de la estructura ni prevención de un fallido (que resulta el acto mejor logrado del sujeto) ni prevención de nada: por eso no hacemos psicohiginie. Si a eso le sumamos que toda pulsión es parcial; tampoco entonces hay psicología evolutiva. Y también, en todo caso, habría que recordar que al neurótico le sirve sobremanera pensar (y controlar) que existen formulas y manuales de procedimientos, que son meras defensas para aceptar su Falta. MAP
...El psicoanálisis post-freudiano excluyó el deseo y condujo la intelección del psiquismo en términos de necesidad, sea alimenticia, sea cualquier otra. En ese orden, ¿por qué no definir también, ingenuamente, cuales son las necesidades afectivas del niño, cuánto amor debe recibir para no ser patológicamente "frustrado"? Se aplica para ello, una vez mas, el esquema de la necesidad, y el dislate nocional y clínico se encuentra garantizado. Así se explica el surgimiento -como caso testigo, entiéndase- de un celebrado René Spitz mentando indicaciones acerca de la imprescriptible presencia materna "amorosa", lo cual ha repercutido en una puericultura bienintencionada disfrazada de psicoanálisis. Porque, ¿cuánto hace ese afán consejero, generalizador y superyoico, a la andadura del psicoanálisis? Es una manera de disolver nuestra disciplina en aras del credo profiláctico, psicohigienico, presagiando que podrían evitarse los trastornos mentales brindando amor. Pero ¿que quiere decir dar amor? ¿Será, para la madre, cantarle a su niño? ¿O hablarle con apelativos rayanos con el ridículo? ¿O tomarlo a menudo en sus brazos? ¿O estar un mínimo de tiempo con él? ¿O no dejarlo ni a sol ni a sombra? ¿O amamantarlo todo lo posible? ¿O..? No hay cómo dar las "buenas normas"; sin embargo, la generación de una legalidad espuria de tipo superyoico, con claros mandatos "para no frustrar al niño", no solo tiene historia en el psicoanálisis, por cuanto mantiene su vigencia como indeseado efecto psicologiazante inherente a la difusión mediática de nuestra disciplina. En lo cual, es claro, desempeñan su parte -nada desdeñable- los psicoanalistas-opinólogos.
Roberto Harari
[ Buenos Aires, 1943 / 2009 ]
Lumen, Buenos Aires, 2007.
ARTE:
Marc Chagall
[ Bielorrusia, 1887 / Francia, 1985 ]