Renuncia...




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Renuncié hace unos días a mi columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y renuncio hoy a mi columna de los viernes en El País, de España. Noventa columnas y dos años de trabajo en La Nación; ciento veinte columnas y tres años en El País. Aprendí mucho de ambos periódicos. Aprendí, sobre todo, que solamente me puedo divertir en un medio sin publicidad, y que solamente puedo dormir los viernes —de un tirón, sin telefonazos intempestivos— en un medio sin ideología.
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No puede ser posible que cuando las cosas le van muy bien a las empresas tengas que escribir menos —porque entra publicidad— y cuando las cosas le van mal a las empresas tengas que escribir menos —porque le quitan páginas al diario. ¿Qué tiene que pasar, económicamente hablando, para que los lectores leamos en paz (o para que los periodistas escribamos en paz) un texto de mil palabras?
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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna dominical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.
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Cada vez que enviaba una columna incorrecta a La Nación, sonaba el teléfono de casa. Es horrible cuando te corrigen desde un país donde hay cinco horas de diferencia horaria, porque el llamado fatal ocurre, casi siempre, a las dos de la madrugada.
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—Hola Hernán, disculpame la hora pero estamos cerrando —me decían.
—No, todo bien, decime —contestaba yo con la voz seca y el lado izquierdo de la cara con marcas de almohadón.
—Estábamos editando tu columna y nos saltó una duda. ¿Qué querés decir, exactamente, en el párrafo sobre Ratzinger?
—En qué parte.
—Donde ponés que a "Ratzinger le gusta que le metan una lámpara de pie en el ojete"... ¿Está contrastada esa información?
—No. Es una sospecha que tengo.
—Pero es muy delicado decirlo sin un sustento. Es una información muy fuerte.
—No es una información, es un chiste. ¿Querés sacar 'ojete' y poner 'ano' Por mí todo bien, no soy quisquilloso.
—Me preocupa más la expresión 'lámpara de pie'... A nuestros lectores no les gustan esas referencias lumínicas hacia la Iglesia Católica.
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Entonces yo me levantaba, iba a la máquina y empezaba a quitar chistes y pensamientos trasnochados hasta que quedaba una columna más decente. También menos mía, es verdad. Pero mucho más decente.
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Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se basan en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, cada vez menos, en sus lectores.
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Hernán Casciari
[ Mercedes, 1971 ]
Renuncio, extracto.
Pinturas:
Nancy Rhodes Harper
[ EE.UU. ]


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