Pasión, Amor y Estafa.
El amor es la única decepción programada, la única desgracia previsible que deseamos repetir.
Frédéric Beigbeder
"¿Quien te dijo que dibujes gallinas? Te pedí
que las alimentaras..."- Con ese mandato, acompañado por un cachetazo en la
nuca, el niño protagonista de "Aquiles
y la torturga", la obra fílmica de Takeshi Kitano, carga en sus
espaldas no tan solo una niñez disyunta entre el sistema -netamente
capitalista- y la subjetividad, sino también la culpa, la hostilidad, que lo
confronta a su deseo.
En la obra de Kitano vemos reflejado cómo la pasión, a veces -tan solo a
veces- puede mas que el deber-ser. En el Arte esto toma reflejos reiterados,
conflictivos por definición. Músicos, plásticos, bailarines, actores,
escritores... Todos ellos sufren no solo porque la sensibilidad, siempre a flor
de piel, los toma sobredimensionadamente, sino porque además son oficios que se
alejan -inoportunos y poéticos-, del camino habitual que una Sociedad espera
para la producción y consumo. Es como si un médico, al final de su carrera,
decidiera dedicarse a escuchar psicóticos. O como si un arquitecto, desperdiciando seis u ocho años de
formación, ahora se decidiera sólo por diseñar paisajismos. O como si un
analista, nobleza obliga, decidiera escuchar el dolor del sujeto, más allá de
los manuales, de rótulos y de ideales prenormativos. Los artistas: son esos
tercos sujetos que no se resignan a perder la poesía, a no perderla a pesar de
la seducción del discurso capitalista que convoca y provoca al compre-ya.
La escena cuasi-final de Takeshi Kitano, justamente nos induce a un
pensamiento bifronte: el fuego –metáfora de toda pasión- con que el sujeto se
quema, ardiendo por un deseo que lo toma, que lo causa; que es también su
propia destrucción: hogar y hoguera se conjugan en una desarmonía que
igualmente funciona. Sabemos, y de esto obsesivos e histéricas pueden atestiguar
largo rato, cómo el neurótico se protege de esas llamas, de esa intensidad del
deseo.
La pasión. Siempre del (y por) el significante. Es decir: lo que siendo letra del sujeto, lo divide y lo causa.
Muchos encuentran esa división no solo en su oficio, sino en el vínculo con su
pareja, o con sus hijos. Una analizante, hace poco, cayéndole cierta ficha: "Bueno, tengo que aceptar que si
estudié diez años teatro, con uno mejores profesores de Buenos Aires, y ahora
me dedico a criar a mis hijos y seguir estudiando tan solo como hobby, que
entonces mi pasión no era tal... A no ser que convengamos en admitir... Que mi
pasión era ser madre."- Y no es que se excluyen las pasiones (¿por que
no apasionarse por diferentes cosas?) pero muchas veces prevalece -fantasma
mediante- solo una. Otro analizante:
"Ella se apasionó toda su vida en la danza. Vino a Buenos Aires para
estudiar eso, para formarse en eso. Toda su pasión la volcó ahí. Es joven, es
lógico, es esperable. ¿Egoísmo? Quizás… Pero admiro sus sueños, sus
problemáticas con este tema... Mi problema es que yo puse mi pasión solamente
en ella. Viví para ella. Ella fue sólo mi única pasión… Y ahora que nos
separamos, ella sigue teniendo su brújula, y yo..."-
Cuando un niño no obedece todos y cada uno de los mandatos, es por algo.
Aún esta "sano", según relativicemos y analicemos el caso por caso, y
sin excluir la problemática de la Ley en el goce del sujeto. Cuando en un adulto, solo prevalece el axioma
mandatario de "ir a darle de comer a
las gallinas" quedando atrapado, acorralado, sin poder perder para ganar,
la pasión vira en resignación, ociosa y fastidiosa; elemento que el sujeto
–harto más de colocar su dedicación en ella- pretende apartarla bajo un manto
de poderosas defensas.
"...Ser famoso nada tiene que ver con el
talento... Toda esta conversación acerca del arte... Ve a África y muéstrales a
los hambrientos un Picasso y un plato de arroz. Todo el mundo elegirá el plato
de arroz. El arte no es nada para un hambriento. Tú no eres diferente.
¡Yo elegiría el Picasso!
No seas tan ingenuo. El arte no es mas que una
estafa."-
Cierto. ¿Y qué fortuita cosa no lo es? La escena final de la obra que venimos subrayando, muestra un sujeto que
apenas tiene un solo ojo para observar el mundo. Pero la mirada sigue siendo la misma que
tenía desde que estaba acorralado en un pupitre de su escuela.
Sujeto que decide vender un objeto, un
gadget cualquiera, una nada, en una suma incompatible con lo que alguien
pudiese dar. Llega una mujer, no cualquiera, y le declara su amor: “Yo lo compro. Vamos a casa.”- El director
nos quiere hacer creer en el amor; en la poesía: nos dice que Aquiles
alcanza a la tortuga. Es cierto pero también no es cierto. La amante le compra a
su amado esa nada. Le declara su amor. Una flor, entregada por el amante a la
amada, es esa nada, es decir: todo. Nos
recuerda, por ejemplo, esa escena de “El
mismo amor, la misma lluvia”, que un analizante citaba hace poco, donde el
protagonista le decía a su examada: “Sólo
a vos te interesaban mis cuentos…”- Cierto. El mismo amor, la misma pasión,
la misma tortuga, la repetición y sus avatares pulsiones. El mismo amor, el
mismo engaño… Aquiles no alcanzará jamás a la tortuga; la sobrepasará sí; pero
nunca podrá alcanzarla en términos matemáticos, excepto que el amor –en su
pretendida obsesión de hacer de dos, uno- gane la antigua y helénica carrera. Y
entonces ahí es cierto que la alcanza. Que Aquiles alcance a la tortuga es homólogo a la suposición del enamorado de hacer, de dos, Uno.
Buscamos en el otro la respuesta por nuestro Ser; buscamos en nuestra falta-en-ser, a otro que nos ayude a
soportarla con su respuesta –con su escucha, con su palabra-, con su cuerpo. Es
porque aún puede soñar, y creer que es posible, que un sujeto apuesta por esa
estafa, como paga para presenciar a un actor que le está mintiendo, o como se entrega
al encuentro con la literatura. En torno a lo ficcional, como se desprende,
gira el significante engañoso y febril, que surge frente a la angustia de
nuestra falta-en-ser. En el mismo Seminario 24 –en la clase 10-, Lacan dirá: “A este respecto, el psicoanálisis no es más
una estafa que la misma poesía”.
Cuatrocientos años antes de nuestra Era, Sófocles declaró: "Una palabra nos libra de todo el peso y dolor de la vida. Esa palabra es
amor." Muchos no están dispuestos a engañarse (“Los no incautos, yerran”- nos recordaba Lacan en el mismísimo
título de su seminario 21 homofónico en francés –no por casualidad- a Los Nombres del Padre: los que no se
dejan engañar, se engañan, erran). Algunos prefieren el peso y el dolor de la vida; que es obvio que el amor no los erradica, pero puede amortiguarlos y dulcificarlos bastante. Algunos, en definitiva, ni siquiera pueden suponer que una
candente, palpitante y arrebatada llama les roce a penas, ligeramente, la piel.
Marcelo Augusto Pérez
Aquiles, la tortuga y la estafa del amor.
Buenos Aires, XII-15
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