Furor Curandis...





 
 
 
Hola Marcelo Augusto. Estoy incursionando recién en el psicoanálisis y algún día iré a Buenos Aires (…) Hay algo que no termina de cerrarme en relación a la famosa cuestión del Saber del Analista y del furor curandis. Quiero decir: ¿es que acaso el analista no busca que el analizante pueda estar bien? ¿El saber del analista no podemos identificarlo con el saber de cualquier otro oficio? Digo: si voy al dentista, busco su saber para que me arregle el diente…
Gracias y buen 2016! G. L. / Mex. DF

Hola (…) El analista no busca nada, menos que menos la curación –no somos médicos ni salubricistas- que es una cuestión significante para cada sujeto (como “el bien” o “el mal”): para algunos “curarse” es divorciarse de una relación que lo viene fagocitando y ahogando; para otros es encontrar en esa fagocitosis, la felicidad misma. Estamos acostumbrados a manejarnos con parámetros, culturales obviamente, de lo que está bien y lo que está mal: ¿quién dice que para fulano está bien estar en pareja, por ejemplo?
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El psicoanálisis descubre: Primero) que el sujeto no quiere su bien; o –mejor dicho- que su bien es sufrir. De allí que todo fantasma es masoquista. Segundo) que lo que el sujeto desea no es por lo general lo que quiere. Tercero) que el saber es del sujeto, no del analista. De allí que Lacan –refiriéndose a los pacientes y a su saber- dirá: “no saben que lo saben”. De allí también que le pedimos que asocie permanentemente: “¿qué piensa usted?” o “invente” o “¿qué quiere decir tal cosa?”- Abrimos significantes justamente porque no sabemos cuál sería el susodicho Bien del sujeto. Por eso el analista tampoco busca nada, sino que encuentra, como Picasso. Y lo que encontramos son, de hecho, una serie de cuestiones ligadas al goce, y no precisamente a la pacifica felicidad.
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Ejemplo y termino: Un analizante –casado y, a la vez, con una amante- hace síntoma porque en su ideal eso está mal. Está mal porque “mi padre siempre fue fiel a mi madre”, está mal porque “qué pensarán mis hijos”, está mal porque estamos en una sociedad con Edipo occidental y cristiano, etc. Okey: pero las pulsiones no preguntan lo que está bien o mal para cada sociedad; Freud nos enseñó que la sexualidad es perversa polimorfa (y lo sexual no sólo es coger, obviamente) y lo que deseamos no tiene mucho que ver con el ideal; es decir: con lo que nos gustaría, con lo que tenemos incluso. Si un analista respondiese en base al furor curandis –que sería también en base a sus ideales, a su fantasma, a los ideales culturales- podría llegar a suponer que lo que dice este analizante (su queja) es lo que realmente quiere sacarse de encima. Pero entonces no entendimos nada del psicoanálisis y de las enseñanzas de Freud y de Lacan.
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El tema es exactamente alreves: gracias a que este señor tiene una amante, es que puede sostener el vinculo con su señora esposa. (Oh casualidad neurótica, supone que no pierde nada: tiene, en términos freudianos, a las dos: la puta y la madre). Gracias a su queja, a su síntoma, nosotros escuchamos su verdadero deseo. Como nos enseñó la histérica: “No vaya a creer que es eso…”-
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¿Qué hacemos frente a esta cuestión? Lo mismo que frente a cualquier conflicto del analizante: tratamos de operar para que la pelota quede bajo su pie y si quiere, y puede, haga algunos goles. Jugamos de cinco con un poco de pata larga para ayudarlo a llegar al arco contrario y que meta el gol. Ahora el problema es justamente ese: ¿qué sería hacer un gol? Si –en este caso- el analizante se separa y va a buscar a su amante para casarse con ella, ¿qué garantiza que en unos años no vuelva a repetir el síntoma y necesite –repito: necesite- otra amante para sostener el vínculo? Quizás no, por supuesto. Pero la repetición inconsciente nos induce a pensar que probablemente, fantasma mediante, repita. De allí que quizás más que creerse Maradona, el analizante deba conformarse con jugar el partido sin muchos goles; pero disfrutando. Por lo tanto aquí no hay una cuestión del bien y del mal: en todo caso habrá que ver como distribuye su goce para ver si realmente apuesta a su causa, más allá de los ideales, y si está dispuesto a perder, las veces que sean necesarias, para volver a ganar.
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[Es muy difícil para el neurótico aceptar jugar el campeonado sin meter nunca un gol de media cancha. Sin ser “el arquero” o “el mediocampista” por excelencia. De chiquito ya nos enseñan –y la Educación toda se basa en estos paramétricos guarismos-  a ganar absolutamente siempre. Llegar a puestos importantes, ¡ni hablar llegar a presidente!, suelen ser movimientos muy elogiados por la sociedad, cuando en realidad tendríamos que preguntarnos cuánto de delirio yoico hay en esas posiciones; y sobre todo cuánto de insuficiencia neurótica: tenemos presidentes que cuando fueron intendentes no fueron capaces ni de solucionar los pozos de la vereda y de pronto quieren luchar contra el narcotráfico o enviar una aeronave a la estratosfera para llegar a Japón en dos horas desde Anillaco . Si eso no es un delirio yoico, ¿el delirio dónde está?]
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En definitiva: el analista trabaja sin su fantasma cuando respeta el deseo de analizar; y no el de curar nada. Por su parte, el analizante debería leer desde donde y cómo construye su escena y cómo se coloca de objeto en ella, vez por vez, sin olvidar el punto de “no creérselo” porque ahí surgen los nuevos síntomas: “el YO es –como tal- un síntoma”- Lacan dixit. Insisto siempre en esto: todo lo que nos pasa (“lo bueno” y “lo malo”, otra vez de acuerdo a la significancia de cada sujeto) es porque nos la creemos: nos enamoramos porque nos la creemos; y nos divorciamos por lo mismo. No hay nada que no empiece y termine en nuestro narcisismo.  Cordiales saludos, MAP.
 
ARTE:
Salvador Dalí
[Figueras, 1904 / 1989]
La tentación de San Antonio, 1946.

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