Falo y Estructura en Lacan.
Me llegaron en los últimos meses unos correos que tienen como eje común
el interrogante sobre la cuestión del vínculo entre la histeria y el obsesivo.
En la jerga psicoanalítica se suele rotular como el engarce-perfecto: Ella reina y él no gobierna. Ambos se la creen pero
es una creencia funcional, dentro de la disfuncionalidad habitual de cualquier
relación: él la sostiene, creyendo con eso que es indispensable y pagando el
precio de su goce y su deseo; y ella también lo sostiene con las mismas y
exactas afinidades. Suelen conformar una relación duradera ya que al desafío
histérico, el obsesivo lo frena con su fobia ante la posibilidad de pérdida. Como
ambos temen perder(se) y uno de los dos suele ceder fácilmente –repetimos: al
precio de su deseo, haciendo síntoma- el engarce se sostiene.
Sin embargo habría que recordar que en las aristas de todo vínculo siempre
existen tres personajes: Madre, Niño y Falo. (El Padre, como sabemos, está por
fuera y la Metáfora Paterna se transmite a través de cualquier personaje
imaginario, por lo general la Madre. Por eso si la Madre –en una cuestión
perversoide de complicidad con el Niño- no habilita el discurso del Padre, este
queda postergado y/o anulado del triángulo. De hecho, en el transcurso de un
análisis, también se trata de que el analizante pueda escuchar(se) ese discurso
cómplice: como sabemos suelen venir con las ideas muy claras: el malo y la
buena o el bueno y la mala.)
Ahora bien, escuchemos tres ejemplos de analizantes que podrían estar
encuadrados dentro de la neurosis obsesiva. Ejemplos de las últimas semanas que
–a primera escucha- parecerían responder al engarce obsesivo-histérico, y no
digo que no lo sea, sólo que podría haber un corrimiento de lugares:
“¿Qué hago yo con una mina pendeja que le agarran ataques de cólera, que
después obviamente llora y pide disculpas y qué me habrá pasado y cómo llegué a
esto y etcétera; qué hago yo? El otro día literalmente me fajó. Yo obviamente
me quedé quieto, pero vino al balcón y me pegó y hasta me arañó la cara… Bueno…
Le dije que la última persona que me pegó en mi vida fue mi viejo cuando era
menos que adolescente… Soy un tipo de cincuenta años… ¿por qué tengo que
soportar estas escenas? Sí, obviamente discutimos, pero ella en las discusiones
es todo el tiempo de retrucar y retrucar y retrucar; no para nunca,
insostenible… Va por más y por más… Y no sé si será porque es bailarina, viste
que a las bailarías les interesa muy poco la política por no decir nada, como
si el cuerpo no fuese un acontecimiento político; pero cómo que está en otro
mundo… No es una actriz comprometida, ella es capaz de hacer cualquier texto… Y
yo… ¿Cómo me voy a preocupar por lo social si ella está en mi vida y no hay
nada más importante que ella? ¿Qué derecho tengo de quejarme si sólo ella puede
hacerlo? ¿Cómo me voy a quejar si estando con ella debería estar satisfecho,
feliz e incluso agradecido? ¿Qué hago yo con esta pendeja?”-
Otro analizante: “Le dije que espere un mes, dos como máximo, y salíamos
de vacaciones juntos… sabe que me acabo de cambiar de empresa, no me dan ya las
vacaciones, pero no. Se tiene que ir a Rio con una amiga, dice que está
estresada, no puede esperar un mes… A Rio, nueve días… Encima que va con una
amiga, es decir que es probable que salga de joda todos los días, allá quedó
alguien que ella alguna vez vio. ¿Qué tengo que pensar? Para ir a Rio se hace
el cavado; a la playa va a ir bien lookeada; sabe que no me gusta que no se
depile; pero cuando está conmigo no le importa. Tanto ego, tanto pensar sólo en
ella…”
Y finalmente, otro: “Típica de mina histérica: espejitos, manicuras,
peinados, total después yo le cubro los gastos. Mejor dicho: típico de pendeja.
Ella gasta su sueldo en su cuerpo y yo después le pago su obra social, sus
expensas y su supermercado… Genial. Encima se molesta si hablo de mis
problemas, por qué claro: ¿Qué puede ser más importante que ella? No se banca
que tenga mi historia; y ahora se viene el tema de mis hijos. Porque ella es
como una nena más… Dudo si esto es realmente una relación de pareja. Se va a
poner celosa de cualquier cosa… ¿Quién me mandó enamorarme de esta pendeja
narcisista? Ahora en vez de dos hijos, tengo tres.”
Así relatan los analizantes algo que podríamos circunscribir como “los avatares del amor”: no hay amor
perfecto, el amor debería suplir esa falla, la falla es del lenguaje, y así su
ruta… La edad siempre es lógica, nunca cronológica; pero podemos pensar que
muchas veces coinciden y no es lo mismo un sujeto de 20 que uno de 50. De todos
modos, convendría pensarlo en relación al fantasma y su lógica: es decir, a la
cuestión de la pulsión y la demanda. Un sujeto, tenga la edad que tenga,
siempre operará de acuerdo a esa lógica. Si el sujeto es histérico y si su historia
le remite a reacciones de tipo colérico, de goce insistente sin Ley, donde el
narcisismo más engendrado en egoísmo hace su tour, junto a la pulsión; entonces ese sujeto jugará una escena
histérica con todos los representantes teatrales que corresponde. Si, en
cambio, tiende más al primer plano la vertiente obsesiva, entonces el tour será diferente.
El eje común de estos discursos (a modo de muestra-de-botón) no es tanto la histeria de la pareja que los
analizantes relatan (desear ser deseada) sino la edad-lógica donde el sujeto se
ubica, fantasma bien arcaico y primordial donde el Sujeto se relaciona con el
objeto que fue para el Otro. De allí que los analizantes reiteren el
significante “pendeja”. Es cierto que el síntoma histérico acrecienta estos
avatares: buscar un Amo pero para reinar sobre él; es decir: para destituirlo. (Serie
que lógicamente empieza en el Padre, y se trasladará después a profesores,
jefes, el analista, etc.) El desafío histérico, más sus demandas constantes,
hacen un cóctel interesante cuando se enfrenta a otro sujeto de sus mismas
características, porque “el querer
tenerla más larga” se transforma en un callejón sin salida; pero no
hace falta, a veces, que el otro sea también un histérico: el neurótico –como digo
siempre- cuando demanda, siempre lo hace desde la posición de hijo. Cierto: en el
obsesivo esto está mucho más acotado (por la fobia que el obsesivo tiene frente
a la pérdida e incluso a no demostrar una imagen caída: demandar es estar en
falta) pero puede suceder que también en el vínculo histeria/obsesión se
presenten casos donde la castración es figurita difícil.
Escuchemos ahora la otra cara de la moneda y advertiremos pronto que la
histérica se queja de lo mismo: es decir, de otro que no sostiene o que hace mutis por el foro con su deseo. De allí,
entonces, que la posición siempre es Madre-Hijo, donde el Falo es la cuestión
de la disputa. Veamos:
“Es un pelotudo que lo único que hace laburar. Como si aparte faltase
dinero. O peor: como si con su dinero sostuviéramos la cara; si yo dejo de
laburar se va todo al carajo. Encima no es capaz de acordarse de ningún
aniversario: hace años que no salimos ni a pasear al perro. Yo entiendo que un
matrimonio no debe ser simbiótico; pero esto es ya el colmo… Te digo que
envidio bastante esas relaciones donde son tan parejas, donde piensan el uno en
el otro, van tomado de la mano, se pelean hasta para ver quién lava los platos
o quién cocina porque ambos tienen ganas de quererse y ayudarse… Este nooo: si
puede ni cocina ni saca la basura ni lava ni nada… ¿Qué hago yo con un boludo
como este, qué me enamoró? Mi viejo es igual!”
“Claro, es el típico pendejo de Relaciones Públicas que lo único que sabe
poner su carita en el face para que
sus amigos condescendientes y doscientas calentonas le pongan la manito y le
digan que es un potro… Si al menos me tendría en cuenta para algunas cosas; eso
me pasa por haberme enamorado de un narcisista que hace culto a su cuerpo todo
el tiempo; después nos dicen a nosotras…
Cuando no está en casa, está en el gimnasio o en el boliche… El otro día
le dije si me podía acompañar al ginecólogo, porque tengo miedo de que sea algo
grave y ya sé que es una demandita pero bue… Tampoco. Es un evasivo con el compromiso;
siempre lo fue. Pero ¿alguna vez se pondrá las pilas? Huye, igual, cuando le
conviene: cuando no te arma toda una escena que no para su speech nunca!
Cortála! Le digo, tanta arenga tanta arenga: parecés mujer! Y yo que quería un
hombre con todas las letras: es tan cagón que hasta capaz si me tengo que
operar ni me acompaña… Ahora que lo digo pienso: me pregunto si realmente
quería un hombre o un pendejo fóbico con carita linda.”
Estos relatos demuestran, de todos modos, cómo incluso independientemente
del síntoma del partanaire, los
sujetos –como dijimos up supra- se
ubican en el triangulo Madre-Hijo-Falo. El obsesivo suele caer con mayor
naturalidad en la posición paternalista-de-Madre (aunque parezca un oxímoron),
en cambio en la histeria siempre se juega la posición infantilizada por la
carrera sin fin hacia el falo. La imagen, el cuerpo en cuestión, es mucho más
fuerte en la histeria (cuya mascarada nos recuerda al teatro puro) que en la
obsesión, de allí que un sujeto histérico siempre tardará más en su caída (“siempre es retrucar y retrucar, siempre va
por más…”) y en cambio el
obsesivo suele resignarse más rápido.
Resignación que, obviamente, también es por su imagen; por miedo a perder. Si
bien tenemos, psicología mediante, la versión caricaturesca del obsesivo que se
arregla, que sale en corbata y sombrero, que lustra sus zapatos, etc.; no
deberíamos dejarnos influenciar por el imaginario, siempre engañoso. Las
estructuras se escuchan, no se ven. Y es sólo en el dispositivo analítico donde
la histeria y la obsesión son parte del discurso.
Insisto, sin embargo, en que
podamos –los analistas- no leer un DSM-V en el discurso del analizante, sino
más bien la compulsiva manía de ubicarse huidizamente en relación a su deseo;
concentrando en un goce fálico todo el avatar fantasmático puesto en acto. Un
vómito, una parálisis, una hemorragia, una contractura, una fobia, una obsesión: son meros
síntomas. La cuestión realmente estructural es el engarce neurótico que todo
vínculo conlleva. Y una relación es en sí una estructura. Y, como nos aclara de
entrada Lacan en la Bedeutung del falo;
el falo es, justamente, lo que hace nudo en la estructura. Sería prudente recordar que, para nosotros, no hay estructura sin falta y que Lacan ha conceptualizado en principio al falo como el representante de la falta: significante del deseo. Para después presentarlo como el significante del goce.
Marcelo A. Pérez
El falo: nudo de engarce entre sujetos.
Diciembre / 2015
Diciembre / 2015
ARTE:
Ellen Jewett
[ Canadá ]