La soledad del analista
Observemos que casi todas las personas que enseñaron psicoanálisis en la
Argentina, no vienen de la psicología ni de la medicina: Masotta, Sciarretta o
el mismo León Ostrov que era filósofo, y así muchos más. Además, los psicólogos
vivían todos aterrorizados por la ley del psicólogo, si se les suicidaba el
paciente, por ejemplo. Entonces todos los psicólogos preferían tener un médico
en casa. Todavía quedó la inercia de eso, en la Facultad de Psicología, uno
encuentra que casi todos los tipos importantes son médicos. Si yo fuera
psicólogo, los apretaría, diría: viejo, hagamos un cambio, ustedes enseñan acá,
y nosotros enseñamos psicología médica en la Facultad de Medicina. Los
psicólogos son así de esclavos. Heredan de las madres, psicólogas, el gusto por
el médico, el guardapolvo, todas esas cosas. Y, digámoslo, un psicólogo no es
un psicoanalista, pues un psicólogo en la Argentina tiene una confusión total
en la cabeza. Un médico sabe que no sabe, entonces va y estudia, hace el
didáctico. O no lo hace, depende de su responsabilidad personal. Un psicólogo
tiene una confusión en la cabeza, porque cada materia en la Facultad es una
cosa diferente, contradictoria con la anterior. No es ni psicoanálisis ni
psicología. Si hubiera una carrera perfectamente organizada, las cosas estarían
claras. Pero no, toda la carrera está como teñida de psicoanálisis. Le agregás
a eso la minusvalía académica y te da esa dependencia de la que hablaba
antes.
Bueno, pero además está toda la cuestión de la ley del psicólogo y la carrera hospitalaria...
Bueno, pero además está toda la cuestión de la ley del psicólogo y la carrera hospitalaria...
Pero a un psicoanalista no le preocupa eso. Ahí está la confusión. Un psicoanalista, en términos freudianos o lacanianos, es un señor que tiene un consultorio. La ciudad lo conoce y lo consulta. No tiene nada que ver con el hospital ni con la salud pública ni con la sanidad.
¿Un psicoanalista no tiene nada que ver con los hospitales?
No.
Por ahí, como primera etapa de formación, mucha gente hace la concurrencia en el hospital.
Allí está el mito, ¿qué tipo de teoría tiene uno si imagina que viendo muchas veces una cosa que no entiende, la va a entender? Si yo no sé nada de botánica y voy todas las mañanas a ver árboles al botánico, ¿qué va a pasar? El psicoanálisis no dice que hay un montón de personas hermosas que quieren saber la verdad, dice que hay un montón de neuróticos que reprimen las cosas. No veo por qué nosotros escaparíamos de eso mismo que decimos. No podemos pensar que la humanidad está compuesta por neuróticos, psicóticos, etc., y custodiada por nosotros que seríamos gente adulta y madura, que todo lo que hacemos tiene explicación racional. Que haya cientos de concurrentes en un hospital no tiene ninguna explicación racional, exceptuando la idea de que la gente hace laborterapia, van a verse con amigos para continuar bajo un aparato institucional. No franquear un umbral que los haga a ellos mayores de edad “kantianos”, gente que se maneja con su razón y no con hábitos sociales, etc. Un ejemplo, muchas veces he ido a dar clase a hospitales, nunca encontré un psiquiatra que me enseñara nada, más vale yo le voy a dar clase a él. No hay una psiquiatría en serio. No veo que los psicólogos que van a los hospitales a ver locos avancen algo sobre la demencia o sobre la locura. Cuando se quiere avanzar hay que tomar un libro por ejemplo sobre la epistemología psiquiátrica, entonces se aprende algo. Pero mirando locos no se estudia nada, de hecho, los psicólogos pasan años en hospital y no saben nada. ¿Por qué no son sabios, por qué no publican libros, por qué no hacen artículos, por qué no renuevan algo? Si una persona después de aludir a su práctica, lo que dice, ya lo leíste, ¿qué aprendió de su práctica?
Volvamos a la formación
del analista. ¿Hay saberes imprescindibles?
Freud pensaba en la certeza del propio inconsciente adquirida a través del análisis personal, y en ciertos saberes que hacen falta, pero que quizás no alcancen porque pueden servir para tapar todo. El inconsciente es un agujero de los saberes constituidos. Puedo decir cualquier cosa o dar una conferencia sobre algo, acostarme a dormir y tener un sueño que me revela alguna cosa respecto de mis intenciones, que no tiene nada que ver con lo que creía que era lo que estaba haciendo. El control es un poco como mantener abierta esta diferencia entre lo que se sabe como saber constituido o “saber sabido”, dice Lacan, y ese elemento que hay que mantener de ignorancia, de espera que induce a la búsqueda, cierto grado de insatisfacción. De lo contrario, analizar a alguien sería insoportable.
(…)
Hay un problema y es que hay que tener cuidado con la práctica, porque es
una cosa que adormece. Adormece al analista por lo que Lacan llama sujeto
supuesto saber. El silencio del analista para el otro es un saber, y la palabra,
siempre alguna cosa de la que el analizando no está muy seguro. Esto es algo
que tiene que ver con la estructura transferencial misma, no está seguro si es
una tontería o es algo tan sabio que él no puede entender. Quiere decir que la
responsabilidad no se puede compartir con el paciente. Uno no le puede decir:
“¿le parece que vamos bien?” Estás solo ahí, sos responsable. Los analistas
estamos obsesionados por el objeto, qué goce te atraviesa, pero ser analista es
aprender a hablar la lengua del paciente, aprender a plantear los conflictos en
los términos en que él se los plantea, no como uno se los plantearía. Y, por
otro lado, que la gente aprenda a contar su historia en términos que no son los
de su familia es un paso grande en la vida.
Germán L. García
Entrevista Imago Agenda
Buenos Aires, Nro. 56, Dic./ 2001
ARTE:
Agnes Cecile
[ Roma ]