El trabajo del analista, su renunciamiento y su vacuidad.
No es que sepamos más. En todo caso, como decía el Reverendo Nicolás de
Cusa, somos doctos en nuestra ignorancia. Esta es una comunicación de pequeño
otro a pequeño otro. Sin títulos ni honores. Porque al fin ser analista es una
condición que se alcanza cuando se ha renunciado a otros títulos o siglas
agregadas por reconocer su vacuidad y su vanidad. Beno Paz, IX/15
Es necesario decirnos la verdad: Muy frecuentemente nos extraviamos en
nuestra práctica. Este trabajo pretende ser una ayuda práctica para los ya iniciados.
Se justifica en quenuestra formación teórica adolece de muchas sombras, como la
magra instrucción que recibimos para iniciarnos en el manejo del método, consecuentemente
muchas veces estamos extraviados y solos, en la soledad de nuestros
consultorios. Porque todas esas voces, que podrían estar allí acompañándonos,
callan, desaparecen, cuando se presentan las dificultades.
Hay hitos fundamentales en el proceso
psicoanalítico que nos cuesta reconocer y ubicar. En primer lugar porque las
dificultades que encontramos se deben a la compleja naturaleza del objeto de
nuestra disciplina que es ese sujeto escindido en conscientee inconsciente.Luego,
son muchos los aspectos de la teoría que no terminan de quedarnos claro, aún
después de años de leer y leer. Y de escuchar lo que otros,que tal vez puedan
más, han leído.
En esas condiciones, nuestra lectura y
nuestra adhesión a la teoría se parece más a un dogma, a una religiosidad, que
a una cuestión científica. Leemos y leemos, los mismos libros, una y otra y
otra vez, por años, sin preguntar jamás, cómo es que eso es así, como dicen.
En segundo lugar, aplicar la palabra
que no se cuestiona, sólo puede hacerse desde un semblante de saber. Dejemos de
lado los problemas que eso supone. Digamos nada más que es difícil así
comprometerse en una práctica liberadora.
De cualquier modo, cómo aplicar el método,
cómo comprender qué es y cómo se reconoce la demanda, la posición del sujeto,
el SsS, cómo se sabe si hay transferencia, cómo reconocer la entrada en
análisis. Qué es la posición del analista que debemos sostener. Durante los
primeros años sobre todo, no hay más que oscuridades. Oscuridades y semblantes.
(…)
Algunos estamos más avanzados en eso de
la experiencia con la dificultad. Ese es todo el mérito. No es que sepamos más.
En todo caso, como decía el Reverendo Nicolás de Cusa, somos doctos en nuestra
ignorancia. Esta es una comunicación de pequeño otro a pequeño otro. Sin
títulos ni honores. Porque al fin ser analista es una condición que se alcanza
cuando se ha renunciado a otros títulos o siglas agregadas por reconocer su
vacuidad y su vanidad. Es una comunicación también más allá de los libros. Después
de leerlos. Es para comentar entre nosotros
eso que nos pasa. Nada más.
Ahí tenemos ya, para empezar, el estado
de situación o del arte en cuanto a nuestra formación. Obviamos explayarnos
sobre los antecedentes, como correspondería en una investigación. Esta no es
una investigación, aunque tomemos su corte por una cuestión de costumbre y
buscando rigurosidad. Pero veamos que en el medio de las quejas y a ubicamos el objeto y el problema.
El objeto, es la conducción del proceso analítico. Algo, que tiene su formalidad,
es decir su lógica. Y su justificación. Algo, que tenemos que conducir
nosotros. Pero, digamos la verdad, no entendemos muy claramente en qué consiste
y menos entonces cómo conducirlo.
Estamos asustados, como esos gallegos
del cuento, que viajaban en el piso alto de un microbús y advertían que ellos
no tenían chofer.
(…)
Cuando se investiga algo, como Freud lo
hizo, no se piensa en las aplicaciones que el resultado de la investigación,
aún desconocido, pueda tener. Eso, si es que existe, se sabe después. Freud
tenía razones para encontrar una aplicación. Si bien era un médico, profesor,
investigador de laboratorio, no era exclusivamente un teórico. Y además tenía
razones de su vida personal. Necesitaba trabajar.
Así, desde su nacimiento el
psicoanálisis fue propuesto como un método de tratamiento de eso que se llamó
la psiquis. Luego se planteó como la cuestión del ser. Algo que cojea, dijo Lacan.
Pero después buscó expresarlo en términos del teorema de Godel. Traducido y
puesto a nuestro servicio, dice algo así como que todo sistema –un fantasma
neurótico lo es- produce puntos de indecisión que él mismo no puede solucionar.
Tratar psicoanalíticamente a alguien es
primeramente llevarlo a la consideración de sus puntos de indecisión, que
llamamos ruptura del discurso en el uso de la lengua; síntomas, que reconocemos
como formaciones de lo inconsciente. Luego hay que conducir esa experiencia, que
se reproduce en transferencia, hacia una modalidad de solución en esos mismos puntos,
que ha de ser relativamente novedosa. Es decir, no del todo independiente del
modo de ser mismo. Porque eso de la muerte subjetiva y volver a ser… El
resucitado se parece bastante al finado, salvo en esas sutiles pero
fundamentales cosas. Así lo dijo Freud en la universidad de Clark.
(…)
Cómo se hace. Qué alcance tiene. Manejar la
transferencia, como suele decirse, es poder operar con el modo de ser del
analizante, una vez reconocido en su singularidad, que es con lo que nos enlaza.
Lo cual supone también algo más difícil, que es el manejo, el dominio, de
nuestro propio modo de ser, que es con lo que le contestamos. Y, luego, la otra
gran dificultad es que aunque todo salga bien, lo cierto es que no todos los
goces pueden ser reducidos.
Estas tres condiciones son las
limitantes del alcance del método aún en su campo de mayor eficacia que es el
de las neurosis. Por eso es que pocas son las veces que podemos llegar a lograr
el propósito de un tratamiento. Evito el término o la expresión “fin de
análisis”, porque es otro debate.
Vamos ahora sí, como dijimos, directamente
a considerar las dificultades que tenemos, puestos ya a trabajar como analistas
con el material que entonces recogemos. Y el problema se produce por la
oscuridad de la teoría, en parte, dijimos, dado que no está expresada
totalmente en términos formales, sino en términos míticos y basada en el
principio de autoridad y no en demostraciones.
A propósito Lacan dijo en el Seminario
del Acto, “lo digo y no lo escribo, porque no se el por qué”. No reparamos en
eso.
Y, por otro lado la enseñanza, como
adelantáramos en el resumen, ha sido
hasta la fecha la resultante de los vicios de nuestras instituciones.
(…)
1.- El motivo de consulta es
aquello por lo que dice que viene el que consulta. Es por lo que nos demanda.
-¿Por qué no decimos “pedido” u otro sinónimo? Porque arrastramos a nuestro uso
la palabra francesa demande.- ¿Por
qué no hay que responder a eso? Porque eso que dice no es el problema a
resolver. No es el problema, sino cómo, la manera, el modo, en que el
demandante cree que es su problema. Es así como él lo piensa, lo siente. Como
se le ocurre. Como puede experimentar algún sufrimiento y expresarlo desde sus
ideas.
Es
parecido a cuando alguien va al médico y le dice “doctor me duele acá”. Y se
señala una parte del cuerpo. Eso, es lo que la persona siente. Pero no hay que
responder a eso porque “eso” no es el problema. Eso es sólo cómo se siente.Para
el médico al menos puede ser un indicador que puede orientarlo. Pero nuestro
objetivo es la causa que hace que nuestro consultante sienta “eso”. Y esa
causa, que da lugar a su modo de sentir y de entender el mundo, se ha originado
en la combinación de antecedentes primarios. Y esa ecuación es lo que se va a
actualizar en la transferencia.
No
hay que decir mucho para provocar o promover el montaje de la transferencia. En
realidad cuanto menos digamos mejor. “Eso”, viene solo, sin que lo llamen. En
la página uno del Seminario I, Lacan lo dice: El maestro zen llega y da una
patada o pega un grito. No importa, sólo hace una señal para que sepan que él
está ahí. Cada uno de los discípulos reaccionara según su lógica primaria.
2.- Demandar o pedir análisis
ya es otra cosa muy distinta. Se entiende que la persona ha comprendido el
punto anterior. Sí. Ha tomado debida cuenta que una cosa es lo que experimenta,
como consecuencia de un problema, y otra cosa es el problema en sí. Esto es,
que debe tener cierta introducción, digamos así, en lo que reconocemos como una
cuestión cultural.
Recuerdo
una añosa abuela de una zona rural que a la tercera entrevista se quejaba: “Es
la tercera vez que vengo. Y sigo igual.”
Si
comprendió que hay algo en él que le viene algo así como de herencia entonces
el sujeto se ubica como tal, como histórico, y reclama que se trabaje con él
según la causa de su mal lo requiere.
(…)
5.- Hay un momento, si todo va
bien, en que la demanda inicial, la demanda o la queja por el efecto de la
causa y no por la causa, como dijimos, hay un momento, en que puede ocurrir que
deje de aparecer y en su lugar emerja una pregunta por el propio ser. El
consabido “mire usted lo que me pasa” se convierte en “qué hago yo en medio de esto”.
Fue la cuestión que Freud le planteó a Dora. Pero Dora, si ese hubiera sido un
tratamiento de prueba –no lo fue porque eran los inicios de Freud- lo hubiera
reprobado. Ella, según testigos que la visitaron, ya a los sesenta años de
edad, cuando vivía en New York, se seguía quejando de las mismas cosas. Es
decir que el de Dora, aparentemente, era un goce irreductible.
Qué
hace a la posibilidad de ese cambio de posición del sujeto, de sujeto
demandante a sujeto por fin cuestionado. De sujeto que espera pasivo la
solución del Otro a sujeto activo que se interroga y busca el auxilio del otro
SsS, pero sólo su auxilio, necesario, porque la convicción de indagarse ya está
instalada.
Aquel
que preguntaba por un síntoma ahora se pregunta por sí mismo. Antes de ese
cambio se trataba de síntoma en el cuerpo, síntoma en el habla, acontecimiento
en el cuerpo. Está bien, son categorizaciones descriptivas. Son útiles. Ayudan
a discriminar y a comprender. Pero el punto es que, como sea, es síntoma para el
sujeto que lo padece también. Cuando lo ha comprendido, se pregunta por qué
“eso” le sucede. ¿Qué hicimos para que cambiara su concepción del problema?
En
realidad lo más importante es lo que no hicimos: Hablar. Decir. Pronunciarnos.
En cualquier sentido que sea. Porque eso, da lugar, deja espacio para recrear
el drama primario. Es que el sujeto aprovecha lo que decimos, interpretándolo
según su imaginario y nos lleva a su fantasma de relación con el Otro. Así
queda instalado el goce. Así se cierra la pregunta sobre el ser y la culpa es
del otro. Pero, en cambio, si no decimos nada, si sólo preguntamos, la pregunta
sobre el propio ser aparece… sola. Basta con no obturarla.
Luego,
hay otro problema con el que debemos encontrarnos en el proceso. -De paso
digamos, se llama proceso porque como se ve, es un camino que muestra cambios
lógicos y lleva a alguna conclusión-. El problema es que cuando el sujeto en
análisis descubre qué y cómo era “eso” en el medio de lo cual estaba, nos dice:
“Bueno,
muy bien, ya sé de qué se trata. ¿Pero y ahora qué hago con saberlo? No me sale
hacer otra cosa. ¿De qué se trata un análisis? ¿Es esto y no tiene nada más?
¿Se trata de saber qué le pasa a uno y…? ¿Ahora qué tengo que hacer? ¿Un acto
de voluntad? ¿No tiene otro recurso el psicoanálisis?”
¡Qué
momento para nosotros! Es muy difícil –nuestro fantasma mediante- sustraerse al
impulso ético de dar una respuesta. ¿Cómo no vamos a decir qué es lo que se
puede hacer en ese punto y cuáles son los recursos del psicoanálisis a quien
hemos llevado hasta allí? Sin embargo, el problema es que con saber sobre el
propio goce no alcanza para dejarlo. Nuestros analizados ahora nos intuyen
sujetos supuestos no saber más. Y, por supuesto, un acto de voluntad vale lo
mismo que en una adicción. Es que, justamente, hay una adicción, un apego, un
acostumbramiento, un no saber cómo hacer sin eso, sin ese objeto a, que es un espectro
de los ideales primarios. Justamente la adicción es cuando el objeto adictivo
funciona como a. ¿Quién lo va a dejar? Y el renunciamiento que hay que hacer es
respecto de los ideales.
Es
decir, hay que renunciar a los primeros vínculos de amor-odio. Los más fuertes,
los primeros, y modelo de todos los posteriores. Los que nos dicen quiénes
somos y para qué estamos, aún en el caso en que nos dicen que no somos nada y
que estamos de más, pasando por todas las variantes, infinitas, que constituyen
el modo de ser de cada uno. ¿Qué podemos responder entonces? “Buf…!” Y alentar
a que siga. Lo lograremos, como siempre, transferencia mediante. Es decir, que,
en ese punto, solo por amor se sigue. Como el Capitán Van Der Decken.
Y…
como el capitán… hay que morir y resucitar. Ese es el costo. ¿Cuántos pueden
hacerlo?
(…)
6.- Ha llegado el momento tan
ansiado. Para nosotros. No hay que olvidarlo. Él o ella, aún no saben muy bien de
qué se trata si no hemos sido claros en los pasos anteriores. No sabe qué es un
tratamiento de conducto. Vamos a perforar hasta el hueso y a anular un nervio,
un sensor de la emotividad. Si todo sale bien, después de varios años y mucho
trabajo, de ir al analista aunque llueva, aunque tenga ganas de quedarse en
casa, aunque hoy no quiera ir, aunque hoy no lo quiera escuchar. Si todo sale
bien, ya habrá perdido la capacidad de enamorarse. No totalmente, pero, esa
ingenuidad que le permitía perder la cabeza, esa forma de locura, Lacan dixit,
ya no. Ya no. Se la habremos cambiado por cierta serenidad que mucho apreciará
pero sin embargo no le impide la añoranza de la locura.
Pero
no nos adelantemos. No es el momento de hablar de lo que hay a la salida.
Hablemos de la entrada. Lo que pasa es que uno quisiera saber para qué entra y
qué le va a pasar. No está mal preguntarse esas cosas.
(…)
Freud
ya nos dijo lo que había que decir a la entrada. Igual no nos escuchan y si nos
escuchan no les importa. Contar los sueños… Van a soñar para nosotros porque
saben que nos interesa. “Cuente todo lo
que le venga a su pensamiento”… No lo van a hacer. Para qué se lo decimos…
Digamos “Comencemos”. Y ya. Y si preguntan “y
por donde empiezo” lo mejor es hacer un bufido tipo “Buf…”. Como el maestro Zen. Y que empiecen por lo que les salga.
Así se empieza. Van a empezar, ya hablamos, de lo que consideran que les pasa.
7.- Y para terminar el DSM del
analista esforzado, digamos algo teórico. En realidad es algo que hay que saberlo
porque ayuda mucho en la práctica: El análisis tiene dos fases. Si bien las dos
son investigativas, la primera es puramente indagatoria, porque en ella se
trata de saber quién es el que viene, en el sentido de la posición del sujeto
ante el otro. Posición subjetiva, se dice. Es ubicarlo en el drama primario.
Cuál es el drama, en lo singular, y cuál es su lugar en él.
Luego,
se trata de lograr la implicación, la pregunta por el ser, en el más allá de la
demanda. Y esperar la transferencia. Luego, la segunda parte, es el análisis
propiamente dicho, en el cual, hay dos cosas que hacer: Preguntas e
intervenciones.
Las
preguntas son todas aquellas que creamos pertinentes. No hay que dar nada por
sobreentendido. Nunca se sabe.
Las
intervenciones pueden ser comentarios, afirmaciones. Todo tipo de expresión
puede constituir una intervención. ¿Qué es una intervención? Es oponer, o bien
ofrecer, un goce distinto; según se mire, porque ofrecer algo diferente es una
oposición a lo que ya hay. ¿Y cuándo se interviene? En dos momentos: Cuando no
hay consistencia del fantasma (sistema de ideas de la persona) y el sujeto no
sabe qué hacer. Cuando hay consistencia absoluta y el sujeto no puede hacer
otra cosa que lo que siempre hace y esto resulta en contra de sus intereses. O
no, pero lo mortifica.
Esta es otra cosa que hay que atender.
Alguien desde el diván me dijo una vez: “Ya entendí. Pero no voy a hacer nada que
afecte a mis hijas.” Y se quedó en su lugar social, muy mortificada. ¿Fin de
análisis? No, pero al final se termina ahí. Hasta que, tal vez, solo tal vez,
con el tiempo, en otro lugar, quizás, seguramente con ayuda de las
circunstancias fortuitas, se abre un espacio nuevo donde el sujeto se anima a
hacer algo a lo que se siente impulsado y ya no afecta a su entorno. La vida, a
veces, ofrece soluciones. El psicoanálisis puede ayudar a verlas y no dejarlas
pasar.
Beno Paz
Extracto de su escrito, inédito:
Qué
es, para qué es, cómo se hace y qué alcance tiene el psicoanálisis.
Sept/ 2015
ARTE:
Ana Neves Guerreiro
[ Faro, Portugal, 1974 ]