La Espera... Roland Barthes
Y
así es pues: como nos recordaba Jacques Lacan, en el análisis sólo se habla de
amor… Y los analizantes se preguntan, se cuestionan, dudan, caen, se levantan, se apasionan, se frustran, arden, tropiezan nuevamente, se ilusionan... Están a merced del encantamiento, de La Espera. Las dos primeras
sesiones en la misma mañana: el primero tiene 25 años, el otro analizante, el
doble.
El
primer analizante:
“Todo
mal. Le compré la torta, se la encargué… Se la llevé al buquebus. Cuando está
llegando el barco me manda un mensaje diciendo que estaba el otro tipo, que la
pasaba a buscar… Le di la torta y se fue con él… ¿Quién me mandó meterme con
esta mina? Es tan conchuda que cuando llegó a su casa y vio a los perros me
mensajeó diciendo que yo los había atado, que estaban más flacos y que hasta
les había pegado. ¿Cómo puede pensar eso? Está buscando cualquier cosa para no
verme más… Están más flacos porque salían a caminar todo el día, no como cuando
estaban con ella. Y la marca del cuello es la de la correa, no los podía sacar
sin correa. El más chiquito tiraba mucho. ¿Yo pegarle a un perro? ¿Cómo puede
ser que yo este enamorado de una mina así? Yo la iba a esperar a su trabajo a
medianoche, la acompañé a todos lados en este tiempo cortito, hasta le compré
un casco para llevarla en moto… ¿Cómo puede ser que realmente ella piense eso
de mí? ¿Cómo puedo seguir esperándola? Ayer ni dormí.”
El
segundo analizante:
"¿Qué
hago yo metido en este quilombo, que hago yo enamorado? Extrañando a una
pendeja que se va de vacaciones con amigas, que me maravilla su pasión por lo
que hace pero no le importa si llega a fin de mes para pagar el alquiler;
que le pide prestado dinero a su padre... ¿Qué hago? ¿Cómo llegué a esto? ¿A
extrañar así, a depender de sus horarios, a decirle a mi hija que estoy con una
mujer a la que le llevo 25 años… Cómo llegue a esto? Entonces me fui a leer Fragmentos de un discurso amoroso y me
enganché con el capítulo de La espera.
Y me identifique tanto..." Habla después de cómo le atraía
especialmente la figura de Rodolfo Walsh, de su relación con su hija (que
decidió matarse frente a los 150 militares que rodeaban su casa, dejando a su
bebé en la cuna, no sin antes salir en camisón a la terraza y pelear contra
ellos hasta que se quedó sin recursos) y de cómo Rodolfo y Ma. Victoria iban a
encontrarse sin hablar, en una plaza, solo para darle de comer a las palomas y
saberse que estaban ahí, vivos. En la breve carta que Rodolfo Walsh le escribe después
de que ella se suicida, a los 26 años, expresa: "Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso
de esas cosas. (…) Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero
cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te
envidio, querida mía." En puente con estos párrafos, comenta
entonces que le gustaría asociarse con otro actor para poner un teatro. Indago
sobre qué relación encuentra entre la pregunta que se hizo inicialmente ("¿qué hago yo enamorado?"),
el tema de Rodolfo Walsh, el de la pasión de su pareja y finalmente abrir un teatro.
Entonces me dice, a modo de conclusión y como única respuesta: "Ya sé que
me pegó del texto de Barthes. Es el final, cuando habla del mandarín que espera
cien noches a su amada y a la noche 99 se levanta, agarra el banquito y se va.
Uno siempre puede hacer eso. Uno espera porque elige esperar. Yo supongo que en
la noche 60 o 70 el mandarín estaría desesperado. Pero siguió esperando hasta
que quiso. Yo sigo en esta locura porque la elijo." Roland
Barthes, se pregunta en esos bellos párrafos: "¿Estoy enamorado?" Y se responde: "Sí, porque espero."-
El TEXTO COMPLETO de La Espera:
ESPERA: Tumulto
de angustia suscitado por la espera del ser amado, sometidas a la posibilidad
de pequeños retrasos (citas, llamadas telefónicas, cartas, atenciones
recíprocas).
1. Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente patético: en Erwartung (Espera), una mujer espera a su amante, por la noche, en el bosque; yo no espero más que una llamada telefónica, pero es la misma angustia. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.
2. Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los efectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza de teatro.
El decorado representa el interior de un café; tenemos una cita y espero. En el prólogo, único actor de la pieza (como debe ser), compruebo, registro el retraso del otro; esa demora no es todavía más que una entidad matemática, computable (miro mi reloj muchas veces); el prólogo concluye con una acción súbita: decido "preocuparme", desencadeno la angustia de la espera. Comienza entonces el primer acto; está ocupado por suposiciones: ¿ Y si hubiera un malentendido sobre la hora, sobre el lugar? Intento recordar el momento en que se concretó la cita, las precisiones que fueron dadas. ¿Qué hacer (angustia de conducta)?¿Cambiar de café?¿Hablar por teléfono?¿Y si el otro llega durante esas ausencias? Si no me ve lo más probable es que se vaya, etc. El segundo acto es el de la cólera; dirijo violentos reproches al ausente: Siempre igual, él (ella) habría podido perfectamente...", "El (ella)sabe muy bien que..." ¡Ah, si ella (él) pudiera estar allí! En el tercer acto, espero (¿obtengo?) la angustia absolutamente pura: la de abandono acabo de pasar en un instante de la ausencia a la muerte; el otro está como muerto: explosión de duelo: estoy interiormente lívido. Así es la pieza; puede ser acortada por la llegada del otro; si llega en el primero, la acogida es apacible; si llega en el tercero, es el reconocimiento, la acción de gracias: respiro largamente, como Pelléas saliendo del túnel y reencontrando la vida, el olor de las rosas.
(La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados; espero y todo el entorno de mi espera está aquejado de irrealidad: en el café, miro a los demás que entran, charlan, bromean, leen tranquilamente: ellos, no esperan.)
3. La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso (para no ocupar el aparato) sufro si me telefonean (por la misma razón); me enloquece pensar en la hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado bienhechor, el regreso de la Madre. Todas estas diversiones que me solicitan serían momentos perdidos para la espera, impurezas de la angustia. Puesta que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada.
4. El ser que espero no es real. Como el seno de la madre para el niño de pecho, "lo creé y lo recreé sin cesar a partir de mi opacidad de amor, a partir de la necesidad que tengo de él": el otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio. Todavía el teléfono: a cada repiqueteo descuelgo rápido, creo que es el ser amado quien me llama (puesto que debe llamarme); un esfuerzo más y "reconozco" su voz, entablo el diálogo, a riesgo de volverme con ira contra el importuno que me despierta de mi delirio. En el café, toda persona que entra, si posee la menor semejanza de silueta, es de este modo, en un primer movimiento, reconocida. Y mucho tiempo después la relación amorosa se ha apaciguado conservo el hábito de alucinar al ser que he amado: a veces me angustio todavía por un llamado telefónico que tarda y, ante cada importuno, creo conocer la voz que amaba; soy un mutilado al que continúa doliéndole la pierna amputada.
5. "¿Estoy enamorado? - Sí, porque espero." El otro, él, no espera nunca. A veces, quiero jugar al que no espera; intento ocuparme de otras cosas, de llegar con retraso; pero siempre pierdo a este juego: cualquier cosa que haga, me encuentro ocioso, exacto, es decir, adelantado. La identidad fatal del enamorado no es más que ésta: yo soy el que espera.
(En
la transferencia, se espera siempre –en lo del médico, el profesor, el
analista. Más aún: si espero frente a la ventanilla de un banco, en la partida
de un avión, establezco enseguida un vínculo agresivo con el empleado, con la azafata,
cuya indiferencia descubre e irrita mi sujeción; de modo que se puede decir
que, en donde quiera que haya espera, hay transferencia: dependo de una
presencia que se divide y pone tiempo a su darse; como si se tratase de hacer
decaer mi deseo, de agotar mi necesidad. Hacer esperar: prerrogativa
constante de todo poder, “pasatiempo milenario de la humanidad”.)
6. Un mandarín estaba enamorado de una cortesana. "Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco en mi jardín, bajo mi ventana." Pero, en la nonagésimo novena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.
Roland Barthes
“La
Espera”
Fragmentos
de un discurso amoroso
S.XXI,
México, 2004. pp. 123-126.