Sueños...








Comptine D'Un Autre Ete
La Valse D'Amelie
[ Yann Tiersen ]



Por no poder es que quiero.

Quiero estar para siempre con Lambda, con Kuffy, con Felipa, con Torbaldo, con Pepa. Quiero estar para siempre con Toto, con Enero, con Toribio (el primer gatito que no fue mío pero se adueñó del patio de mi abuela en Flores cuando yo ni siquiera sabía qué era un gato ni qué era un patio). Quiero volver a encontrarme con Pamela y con Camilo: los dos hermanos de hocico caliente que me acompañaron de niño. Y con Capitán, que después heredó una tía. Quiero estar para siempre con los cactus que un día compré para vestir un patio en la casa de los pavos reales,  y también con los que me llegaron –de empañadas manitos- de unos doscientos veintidós kilómetros y aún siguen vivos. Quiero que me escolte una cortina de plástico transparente para bañera: un regalo camuflado, pero yo recuerdo esas ironías. Quiero que me cubra un pantalón negro a rayas blancas que fue el primero con que recibí a mi primer analizante y fue un gesto más de una relación que cayó lenta y necesariamente.

Quiero recordar una y mil veces algunas frases que arraigo: “Prometo portarme bien y no soñar más con budines.” “No pongas de excusa el dinero, solo respondeme si te irías a vivir conmigo.” “No me dejes blanquito.” “Podés renunciar a ese laburo, yo puedo ayudarte ahora.”

Quiero que no se vaya el momento en que –sonriendo y extendiendo los brazos como payasito- abriste la puerta –en vez de cerrarla- mostrando los anteojos blancos que estrenabas. Quiero recordar siempre la madrugada tormentosa que llegué y me esperaste en la ruta de barro y nos fuimos a dormir y Pepa pegó el salto y dormí abrazada a ella, y vos a mí y yo dije: “Nunca me voy a olvidar este día.” Quiero recordar algunas melodías para siempre. Quiero que no se me olvide la fiesta sorpresa que me hiciste cuando di la última materia. Quiero que no se me olvide la noche que yo cumplía años y me llevaste a tu casa –ya era tarde y te levantabas temprano pero igual quisiste ir- y había globos, y regalos, e inscripciones y un champagne pequeño y dulce como vos, y promesas.

Quiero que me protejan los peluches que, silenciosos, custodian mi lugar de trabajo y me observan a cada instante: respetuosos y corteses. Quiero que el cuaderno de tapa de corcho que decía "¿te vendrías a vivir conmigo?" y escribiste en Pernambuco hace más de veinticinco años, conviva con el "fly me to the moon" que escribiste una tarde nubosa en un aeropuerto cerca de un ancho rio. Quiero que las mollejas de los domingos de tu papá se amiguen con las anécdotas sabelotodo en la ciudad donde la iglesia de La Merced se levanta ostentosa, como tu viejo.

Quiero no leer más correos viejos, de no encontrar más sobres y cuadernos con epígrafes, de no toparme más con fotos o con bocetos de otrora: y sin embargo, quiero que sí.  Quiero volver a leer ese mail que empezaba diciendo: “Desde las ocho que estoy despierto, y para que yo no pueda conciliar el sueño…” porque ahí estaba todo el secreto.  Quiero volver a estar contrariado como antes; de tener unas líneas de fiebre como a los tres meses posteriores al encuentro –de febrero a mayo exactamente-: líneas que marcaban el deseo, aunque uno se niegue a orientarse en ese rumbo. Quiero volver a buscar durante ocho meses un hogar y de estar acotado con el dinero y de descubrir que una amiga se sube a unos banquitos y baja de una caja un puñado de billetes para cumplir un sueño. Quiero recordar la tarde que –en medio de unas montañas- escribimos al unísono una serie de líneas con la consigna “sin límites de nada”, donde estábamos siempre juntos en cada sueño. Quiero repetir el día que éramos felices solos, con las calles vacías por un Mundial. Quiero volver a viajar en ómnibus con tus piernas sobre las mías, descalzos y débiles. Quiero recordar –siempre- que en cada instante hay un final, para poder disfrutarlo aún más.

Quiero encontrarme con los momentos en que sufríamos por no vernos; donde el jueves no llegaba nunca y a veces se duplicaba al viernes y había té caliente aromático y pastelería de tías gordas y reproches y culpa.  Quiero encontrarme  con los momentos que te esperaba en la esquina de El Piave y pernoctábamos en un hotel sombrío y estridente y nos despedíamos con bronca: a vos te esperaba tu padre Mercante (qué linda mentira, tan colmada de océano); a mí me esperaba el hastiado e inapetente día. Quiero encontrarme con la última vez que nos abrazamos en una cama y que me dedicaste tu último sueño –como el primero-, mientras rebotaba con fuerza el lago ventoso sobre las rocas sureñas.

Quiero volver a leer despacio, a caminar premioso, a acariciar un vino. Hay una puerta que a cada paso se cierra de a poco. Hay un vino recostado que todavía no pude abrir: lo trajiste en tu valija de sueños (la misma que me mostraste un día, que estaba abierta al cielo, donde guardabas en una frase todo tu ser: “esto soy yo”, dijiste esa mañana). Quiero volver a vislumbrar ese rostro capturado de sorpresa, junto a la hornalla –sartén mediante-, que decía “no me coman las presitas”. Quiero poder prescindir de las vanidades, del orgullo, del egoísmo y de las llaves. Quiero que mis padres se encuentren en algún entrañable paraje. Quiero que mis amigos me visiten de vez en vez, con sus hijos o con sus libros.

Esto soy yo. Esto somos. Estamos hechos de querer y no poder, de deseos inconclusos que nos obligan a seguir soñando. De mitades que aman y mitades que odian. De búsquedas incesantes y vacuas. Estamos hechos de arcones de reminiscencias, de tenaces momentos, de música en la punta de nuestros pies, de discretos silencios, de cómplices miradas, de alegrías infinitas, de ombligos que sonríen, de escenarios y de aplausos. Estamos hechos de abandonos, de descuidos, de pérdidas, de tristezas, de camas triviales, de sexo desabrido, de glacial y de polvo. Y de olvido.

MAP
Prerrogativa enfática del que no puede.
Invierno, 2015.

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