Lo visual y el engaño...
…Es
en el seminario de 1962-1963 donde Lacan introduce la mirada como objeto a.
Durante varias sesiones ha mostrado de qué modo la angustia es correlativa de
cada uno de los momentos de relación del sujeto con los objetos parciales,
relación marcada, incluso instaurada, por la dimensión de la pérdida [17] :
seno, heces, falo...En la sesión del 15 de mayo de 1963 dice: " Si
partimos de la función del objeto en la teoría freudiana, objeto oral, objeto
anal, objeto fálico -como saben, pongo en duda que el objeto genital sea
homogéneo a la serie- todo lo que ya he bosquejado (...) les indica que ese
objeto definido en su función por su lugar como a , el resto
de la dialéctica del sujeto con el Otro [18] ,
que la lista de esos objetos debe ser completada. En cuanto al a,
objeto que funciona como resto de dicha dialéctica, ciertamente tenemos que
definirlo en el campo del deseo en otros niveles, de los que ya les indiqué lo
bastante como para que sientan, si quieren, que groseramente es cierto corte
que sobreviene en el campo del ojo y del que es función el deseo
fijado a la imagen" [19] .
Y esta imagen no es otra que la que se instaura desde el momento constituyente
del estadio del espejo, núcleo del registro imaginario. Resulta absolutamente
sorprendente constatar la audacia de Lacan, pues para ubicar esa función de
corte en la imagen, retoma su antigua formulación del estadio del espejo,
caracterizado precisamente por su función totalizadora; es
precisamente esa función de totalización de la imagen especular, la que brinda
al sujeto la ilusión narcisista de un dominio que aún no posee.
De
ahí el carácter ilusorio del yo (ideal) que en ese momento se coagula
alienándose en la propia imagen reflejada [20] .
Cito: "El investimiento de la imagen especular es un tiempo fundamental de
la relación imaginaria, fundamental por el hecho de que tiene un límite y
es que no todo el investimiento libidinal pasa por la imagen
especular. Hay un resto. Ya he intentado (...) hacerles concebir
cómo y por qué podemos caracterizar ese resto bajo un modo central, pivote en
toda esta dialéctica (...) bajo el modo, digo, del falo. Y esto quiere decir
que desde ese momento, en todo lo que es localización imaginaria el falo
llegará bajo la forma de una falta, de un - j . En
toda la medida en que se realiza en i(a) [21] lo
que llamé la imagen real, la constitución en el material del sujeto de la
imagen del cuerpo funcionando como propiamente imaginaria, es decir,
libidinizada, el falo aparece en menos, aparece
como un blanco. El falo es sin duda una reserva operatoria,
pero ella no sólo no está representada a nivel de lo
imaginario sino que se halla delimitada y,
digámoslo, cortada de la imagen especular" [22] .
La función del corte se revelará fundamental en la causación del deseo,
correlativa de la causa misma del sujeto, aunque implicando otro registro, real,
en su incidencia en la imagen especular: "les enseño a localizar, a
enlazar el deseo con la función del corte, a ponerlo en cierta relación con la
función del resto. Ese resto lo sostiene, lo anima, y aprendemos a localizarlo
en la función analítica del objeto parcial" [23] .
Precisando:
Lacan va a ubicar, en la dialéctica de la imagen total, identificatoria, del
espejo, aquello que se hurta, que escapa. Y eso es la mirada: función de hueco,
de agujero, de falta en el espejo, de mancha irreductible... Un paso
imprescindible en esta demarcación de Lacan, es el axioma de una distinción
radical entre el campo de la visión, comandada por el ojo, y la función de
la mirada operando en el lugar, como ya se dijo, de objeto a, resto
caduco...Por eso habla en la misma sesión del espejismo incluido "desde el
primer funcionamiento del ojo, el hecho de que el ojo es ya espejo e implica ya
en cierto modo su estructura, el fundamento, por así decir ’estético
trascendental’ de un espacio constituido, debe ceder el sitio a esto: que
cuando hablamos de esa estructura trascendental del espacio como un dato
irreductible de la aprehensión estética de cierto campo del mundo, esa
estructura no excluye más que una cosa: la de la función del ojo mismo, de lo
que él es. Se trata de encontrar las huellas de dicha función excluída que
ya se indica lo suficiente para nosotros como homóloga de la función
del a en la fenomenología de la visión misma" [24] .
Antes de explicitar aún más esta operación de Lacan, de colocar en dos planos
radicalmente distintos la visión (del ojo) y la mirada, refiriéndose
y apoyándose en la fenomenología desplegada por M.
Merleau-Ponty, citemos todavía este pasaje de la siguiente sesión a la que
venimos comentando: "El origen, la base, la estructura de la función
del deseo como tal es, en un estilo, en una forma que debe precisarse, ese
objeto central, a , en tanto que está no sólo separado
sino además elidido, siempre en otra parte que allí donde el deseo lo soporta y
sin embargo en profunda relación con él. Dicho carácter de elisión en
ninguna parte es más manifiesto que en el nivel de la función
del ojo. Y por eso el soporte más satisfactorio de la función del deseo,
la fantasía, está siempre marcado por un parentezco con los modelos
visuales en los que comúnmente funciona, en los que, por así decir, da el tono
de nuestra vida deseante"[25] .
Después
de establecer estas primeras, capitales puntualizaciones sobre la mirada como
objeto a en el seminario sobre la angustia, Lacan volverá con
mayor detenimiento al tema en su seminario del año siguiente 1963-1964, llamado
"Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis"; en la sesión
del 19 de febrero de 1964 alude nuevamente al "camino del sujeto" y
dice: "este camino, en tanto es búsqueda de la verdad ¿habrá
que desbrozarlo con un estilo de aventura con su trauma reflejo de facticidad?
¿o localizarlo donde siempre lo ha hecho la tradición, a nivel de la
dialéctica entre lo verdadero y la apariencia,
tomada a partir de la percepción en lo que tiene de
fundamentalmente ideica, estética, digamos, y acentuada
mediante un centramiento visual?" [26] .
Después
de estas palabras, Lacan reconoce ante su público su relación de amistad y de
diálogo fecundo con Maurice Merleau-Ponty, cuyo libro póstumo Lo
visible y lo invisible acaba de aparecer, gracias al cuidado de Claude
Lefort: "Lo visible y lo invisible puede señalar para nosotros
el punto de llegada de la tradición filosófica -esa tradición que empieza en
Platón con la promoción de la idea, de la que podemos decir que, de un punto de
partida tomado en el mundo estético, se determina por dar al ser un fin, el
bien supremo, alcanzando así una belleza que es también su límite. Y no en
balde Maurice Merleau-Ponty reconoce en el ojo su rector" [27] . En
un escrito homenaje a la memoria del filósofo, titulado simplemente Maurice
Merleau-Ponty, Lacan se refiere al "ojo tomado aquí por centro de una
revisión del estatuto del espíritu, comporta sin embargo todas las resonancias
posibles de la tradición donde el pensamiento permanece empeñado. Es así que
Maurice Merleau-Ponty, como cualquiera en esta vía, no puede hacer más que
referirse una vez más al ojo abstracto que supone el concepto cartesiano de la
extensión, con su correlato de un sujeto, módulo divino de una percepción
universal" [28] .
Como ocurre con otras muchas de sus referencias, Lacan toma las formulaciones
de Merleau-Ponty como punto de partida de sus elaboraciones; así, destaca la
vocación anti-idealista del filósofo al promover al primer plano la
"función reguladora de la forma", tal como éste la había expuesto en
su Fenomenología de la percepción, pues esta obra "nos remitía
por tanto a la regulación de la forma, que preside no sólo el ojo del
sujeto, sino toda su espera, su movimiento, su aprehensión, su emoción
muscular y aún visceral -en suma, su presencia constitutiva,
señalada en su así llamada intencionalidad total" [29] .
Lacan
señala a continuación la manera en que Merleau-Ponty "fuerza los
límites" de su propia fenomenología, al plantear que, antes de que el
sujeto vea, "es mirado desde todas partes"; es decir, se plantea la
preexistencia de una mirada, o de otro modo, "de la dependencia de lo
visible respecto de aquello que nos pone ante el ojo del vidente. Y aun es
demasiado decir, pues ese ojo no es sino la metáfora de algo que más bien
llamaría el brote del vidente -algo anterior a su ojo. El
asunto está en deslindar, por las vías del camino que él nos indica, la preexistencia de
una mirada -sólo veo desde un punto, pero en mi existencia soy mirado desde
todas partes" [30] .
En esta formulación, para nada idealista, Lacan confluye con el Sartre de El
ser y la nada, y con las sugerentes indicaciones de Roger Caillois acerca
de la función de los ocelos en la naturaleza, que más que referidos a una
cuestión "mimética", poseen todo el estatuto de una mirada ciega,
cuyo objetivo es aterrar al depredador.
Pero
a la vez que reconoce la pertinencia del punto de partida de su amigo filósofo,
Lacan se deslinda de la vía fenomenológica: "En el campo que nos brinda
Maurice Merleau-Ponty, más o menos polarizado, por cierto, por los hilos de
nuestra experiencia, el campo escópico, el status ontológico se presenta por
sus incidencias más facticias, e incluso más caducas. Pero nosotros no
tendremos que pasar entre lo visible y lo invisible. La esquizia que
nos interesa no es la distancia que se debe al hecho de que existan formas
impuestas por el mundo hacia las cuales nos dirige la intencionalidad de la experiencia
fenomenológica, por lo cual encontramos límites en la
experiencia de lo visible. La mirada sólo se nos presenta bajo
la forma de una extraña contingencia, simbólica de aquello que encontramos en
el horizonte y como tope de nuestra experiencia, a saber, la falta
constitutiva de la angustia de castración. El ojo y la
mirada, esa es para nosotros la esquizia en la cual se
manifiesta la pulsión a nivel del campo escópico" [31] .
Como veremos enseguida, esta distinción que Lacan establece entre el campo de
la visión, centrado en el ojo, y la función de la mirada
resulta capital para la formulación de ésta como objeto a. Añade
enseguida: "En nuestra relación con las cosas, tal como la constituye la
vía de la visión y la ordena en las figuras de la representación , algo
se desliza, pasa, se transmite, de peldaño en peldaño, para ser siempre en
algún grado eludido -eso se llama la mirada" [32] .
Lacan va a ubicar a continuación lo que llama "función de la mancha",
punto focal, escotoma en el cuadro total de la "representación".
Antes de abordar ese punto, asentemos ahora que para él el ejercicio cartesiano
del cogito, en el que el sujeto se capta como pensamiento, y que a
la vez instaura la conciencia en su relación con la representación, es
correlativo de la formulación me veo verme: Je me voyais me
voir, cita Lacan a la Joven Parca de Valéry. Y avanza:
"Esta captación del pensamiento por sí mismo aísla un tipo de duda,
llamada duda metódica, que incide sobre todo lo que puede dar apoyo al
pensamiento en la representación"[33] .
Pero lo que muestra Lacan es que en el enunciado me veo verme, no
es seguro ni palpable que yo sea invadido por la visión; más bien es un momento
que funda cierta certeza del sujeto ligada a una representación.
Para
Lacan el momento inaugural de la experiencia cartesiana del sujeto es
correlativo, históricamente, del establecimiento de un modo del espacio que
marca de manera rotunda la episteme de varios siglos: "en
la misma época en que la meditación cartesiana inaugura en su pureza la función
del sujeto, se desarrolla una dimensión de la óptica que, para distinguirla,
llamaré geometral" [34] .
Esta óptica geometral basada fundamentalmente en el gradual desarrollo de la
perspectiva, es, por así decir, el sustrato que va a posibilitar el surgimiento
del sujeto en sentido moderno; el sujeto de la ciencia que, aunque suene
paradójico, es también el sujeto del psicoanálisis, aunque no sin
la subversión que, con Lacan hemos venido desplegando. Citaremos a continuación
un pasaje un tanto extenso del seminario, pero que condensa muy bien su
posición: "El arte aquí se liga con la ciencia. Leonardo da Vinci, por sus
construcciones dióptricas, es un sabio a la par que artista. El tratado de
Vitrubio sobre la arquitectura no está muy lejos. En Vignola y en Alberti
encontramos la indagación progresiva de las leyes geometrales de la
perspectiva, y en torno a las investigaciones sobre la perspectiva se centra un
interés privilegiado por el dominio de la visión -es imposible no ver su
relación con la institución del sujeto cartesiano, que también es una especie
de punto geometral, de punto de perspectiva. Asimismo, en torno a la
perspectiva, el cuadro -esa función tan importante de la cual tendremos que
hablar más adelante- se organiza de una manera completamente nueva en la
historia de la pintura" [35] .
Recordemos que para Da Vinci y compañía, el cuadro es una metáfora de la
ventana; es este un motivo que insiste en su célebre Tratado de la
pintura, así como en el de Alberti, en Durero, y lo encontramos
profusamente ilustrado en Vasari, testigo privilegiado de la época. El marco de
la ventana es equivalente al marco del cuadro, por el que confluyen los rayos
luminosos focalizándose en el ojo del espectador-vidente. Este es el espacio
geometral que para Lacan aloja y es correlato del sujeto cartesiano; podemos precisar
todavía más que es el mismo espacio enmarcado por el espejo, en el cual el yo
ideal se coagulará en una forma que lo aliena desde su origen.
Y
tanto en el espejo, como en lo que Lacan llamará la "función del
cuadro", encontraremos un escotoma, un punto ciego resistente a la
proyección en la imagen; como vimos antes, Lacan escribe - j para
indicar eso que se hurta a la dialéctica totalizadora de la imagen. En cuanto
al cuadro, va a hablar de la función de la mancha, punto en el que de nuevo
ubicará aquello que agujera la superficie representada en él: "Si la
función de la mancha es reconocida en su autonomía e identificada con la de la
mirada, podemos buscar su rastro, su hilo, su huella, en todos los peldaños de
la constitución del mundo en el campo escópico. Entonces nos daremos cuenta de
que la función de la mancha y de la mirada lo rige
secretamente y, a la vez, escapa siempre a la captación de
esta forma de la visión que se satisface consigo misma
imaginándose como conciencia" [36] .
Es decir que, así como antes Lacan había cuestionado a Descartes por hacer del
momento terminal del cogito un momento de coagulación en la
certidumbre, fundadora del ser, y no como sostiene él, un punto de "puro
desvanecimiento", de fading, de caída del sujeto, así
ahora propondrá un momento homólogo, en el cual la mirada-mancha horada la
representación-cuadro-"espectáculo del mundo". Agujero de la mirada
que implicará una caída no menos radical del sujeto en su función de resto:
"La mirada, en cuanto el sujeto intenta acomodarse a ella, se convierte en
ese objeto puntiforme, ese punto de ser evanescente,
con que el sujeto confunde su propio desvanecimiento" [37] .
Entonces todo aquello que permite al sujeto de la conciencia volverse
"hacia sí mismo", implica un escamoteo radical de la función de la
mirada; por eso Lacan puede afirmar que "en esta materia de lo
visible todo es trampa".
Concluyamos
refiriéndonos a un trayecto que ha marcado de manera contundente el arte del
siglo XX: el de Marcel Duchamp. En un trabajo en curso, intentamos desplegar el
lugar central de la mirada como resto, en el sentido expuesto antes, en varios
de sus objetos, -"cosas", como él las llamaba-: del Gran
vidrio, en línea recta hasta esa fascinante instalación que es Etant
donnés.
Josafat
Cuevas S.
El sujeto y las trampas de lo
visible.
Extracto
Coyoacán,
Septiembre, 2003
ARTE:
Marcel Duchamp
[ Blainville-Crevon, 1887 - Neuilly-sur-Seine, 1968 ]
Gran Vidrio, 1915-1923.
Ref._:
[17] "En
cada nivel, en cada etapa de la estructuración del deseo, si queremos
comprender de qué se trata en la función del deseo, debemos localizar lo que
llamaré el punto de angustia". Seminario del 15 de mayo de 1963.
[18] Puede
verse aquí claramente el desplazamiento aludido antes. No se trata tanto del
significante (y el saber adyacente) en la relación del sujeto con el Otro, sino
del objeto que para Lacan es un índice del resto irreductible de esa relación.
[20] Lacan,
J. "El estadio del espejo como formador de la función del yo [je]
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica", en Escritos, op.
cit., pp. 86 ss.
[26] Lacan,
J. Seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Ed. Paidós, Barcelona, 1987, p. 79, subrayados nuestros.