Pinochos, marionetas o niños de verdad.
¿Puede Pinocho ayudar a comprender la
actual experiencia infantil? Los diagnósticos, pronósticos, síntomas y
malestares de la niñez, ¿pueden ser repensados al leer la historia del
títere-muñeco-marioneta? Desde que vino al mundo, Pinocho nunca coincidió con
el cuerpo de madera; por eso en sus desventuras siempre remite a otras escenas
donde se juegan fantasías, travesuras, miedos, verdades y dolores. Estos
escenarios se realizan en la experiencia infantil. Cuando no puede hacerlo, en
nuestra práctica con los niños damos lugar a que otra escena se constituya; nos
rebelamos contra la fijeza y la inmovilidad que, sin artificios ni ficciones,
sufre.
El cuerpo de Pinocho delata lo que él no
quiere decir: le crece la nariz, se le cierra la boca, tiembla la madera, se
queman las piernas, muere y revive. Goza, sufre, se arriesga, transgrede,
aprende, actúa, representa, entonces descubre asombrado que su cuerpo, más allá
de él, habla. No lo puede dominar, y necesita del otro: Gepetto, Hada, Grillo,
amigos, ogros. Sólo puede separarse de lo corporal si se refleja en los espejos
que le devuelven la imagen de un sujeto, sin la cual sería sólo un pedazo de
leño. Los pequeños nos transmiten ese saber: para apropiarse del cuerpo, hay
que separarse de él, dividirse y mirarse en el deseo del otro.
Pinocho es una marioneta, pero no tiene
hilos que sustenten sus movimientos. Es un títere pero no tiene guante que le
dé movilidad, ritmo, vida. Es un muñeco pero nadie le presta la voz, los
gestos, la musicalidad. Es un niño que difiere del resto, proviene de un árbol,
el cuerpo es duro, de madera. La ambigüedad, la vulnerabilidad y la
metamorfosis nominan sus aventuras.
(...)
Pinocho no coincide con la madera, así como
un niño nunca lo hace con su cuerpo. Ambos son lábiles, están expuestos al
avatar de lo contingente y lo inevitable. En la diferencia entre el organismo y
el sujeto, entre los hilos de la marioneta y el entretejido infantil, se juega
la curiosidad y las peripecias de cada infancia.
El niño y Pinocho no comienzan siendo uno;
se originan a través del deseo de los otros que desean ser deseados por ellos,
mucho antes del nacimiento. Es el origen del devenir, de lo singular. Un niño
deviene otro para reconocerse como uno distinto. Nuestra querida marioneta,
como paradigma de la infancia, desea y demanda ser el deseo del otro, a tal
punto que no hay un objeto para satisfacerse, por eso busca y en la búsqueda
inalcanzable transmite la humanidad de un muñeco que quiere ser un niño de
verdad y, para ello, necesita mentir, negar la realidad y crear otra. Sólo que
al hacerlo el cuerpo, la madera, se ensancha, se torna plástica. El crecimiento
desmesurado de la nariz da cuenta de ello.
Los niños que nacen con una problemática en
el desarrollo, en la estructuración subjetiva, que tienen alguna dificultad
corporal-motriz, neurológica o genética, los pinochos, nos enseñan y demuestran
día a día no sólo la vulnerabilidad y provisoriedad de lo corporal, sino que la
herencia, tanto genética como simbólica, no está determinada toda de antemano,
que depende en gran medida de la experiencia que tiene que realizar, y de lo
contingente. Esta indeterminación hereditaria abre las puertas a la plasticidad
de cada desarrollo y subjetividad. Entre lo heredado y el deseo hay diferencia
y tensión, nunca coinciden. Por esta causa, un niño se emancipa de la herencia
y puede hacerla propia.
Esteban Levín
Extracto de su texto:
Pinochos, marionetas o niños de verdad. Las desventuras del deseo.
Artículo publicado en Página/12, Buenos Aires, 07/05/15.
Pinochos, marionetas o niños de verdad. Las desventuras del deseo.
Artículo publicado en Página/12, Buenos Aires, 07/05/15.
ARTE: Foto sobre el Dibujo Pinocchio
De la Película Producida por Guillermo Del Toro.