Falo, Duelo, Amor.
En el duelo real, es la "prueba de
realidad" lo que me muestra que el objeto amado ha dejado de
existir. En el duelo Amoroso, el objeto no está ni muerto ni distante.
Soy yo quien decido que su imagen debe morir (y esta muerte llegaría tal vez a
escondérsela). Durante el tiempo de este duelo extraño, me será necesario pues
sufrir dos desdichas contrarias: sufrir porque el otro esté presente (sin cesar,
a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque esté muerto (tanto, al menos,
como lo amaba).
Así me angustio (viejo hábito) por una
llamada telefónica que no llega, pero debo decirme al mismo tiempo que ese
silencio, de todas maneras, es inconsecuente, puesto que he decidido despreocuparme:
pertenece solamente a la Imagen Amorosa de tener quien me telefonee;
desaparecida esa imagen, el teléfono, suene o no, retoma su existencia fútil. (¿El punto más sensible de este duelo no es
que me hace perder un lenguaje, el lenguaje Amoroso? Se acabaron los "Te amo".)
El duelo de la imagen, si lo pierdo, me
angustia; pero, si lo logro, me pone triste. Si el exilio de lo
Imaginario es la vía necesaria de la "curación" debemos convenir que aquí
el progreso es triste. (...) Aunque
justificado por una economía -la imagen muere para que yo viva- el duelo Amoroso
tiene siempre un remanente: una expresión regresa sin cesar: '"¡Qué lástima!"
Roland Barthes
Fragmentos de un Discurso Amoroso
El exilio de lo
Imaginario
Jacques Lacan declaró alguna vez
que de lo único que el analizante habla en un análisis, siempre, es de amor.
Muchas veces suelo decir que el analizante está frente al analista para realizar un duelo. Amor y Duelo son dos caras de la misma moneda. Lo saben
quienes se enamoraron y lo saben quienes no quieren enamorarse. Y son dos caras
de lo mismo, porque el sujeto –aunque no quiera saberlo- deberá enfrentar a la
larga un duelo si comienza un amor. De hecho, no podrá volver a comenzar otro sino
finaliza ese trabajo de duelo. Y algunos duelos no sólo son muy largos, sino infinitos.
Dicho trabajo fue bien descripto
por Sigmund Freud en muchos artículos (el paradigmático Duelo y Melancolía, es
el más conocido; pero también en todos los textos donde versa sobre la vida
amorosa) y es el mismo trabajo que debe hacer el analista cuando decide oficiar
en su praxis. Porque el analista, como también suelo decir, debe tener presente
que el analizante –si todo marcha relativamente bien- llega para irse en algún
momento. No puede ser casual que los sujetos, al quedar embarazados (sean madres o padres) enuncian que es la primera vez que tuvieron
la experiencia de finitud con ese primer embarazo. Es decir: se sabe, aunque no se quiera saber,
que los hijos –como los analizantes- en el mejor de los casos deberán dejar a
los padres, convirtiéndose así en artífices de sus propios destinos: un hijo
que puede dejar a un Padre, es un sujeto que ya está comenzando a elaborar la
muerte de ellos; porque ya es él mismo un potencial Padre. Es decir, es un sujeto que puede comenzar a matarlos. Y, nuevamente en el
mejor de los casos, son los hijos quienes entierran a los padres. De allí
también que se escucha en padres que han perdido a un hijo; frases como “no
tengo palabras para expresar este dolor”: y es cierto. Si se muere un padre,
uno es huérfano; pero no hay ningún significante que nombre la muerte de un
hijo.
Entonces: en un análisis siempre
se está duelando. (Ya sabemos, técnicamente, que ese duelo es el duelo por el
falo; por aceptar que uno ya no completa al otro; que el otro ya “no nos hace falta”).
Estas últimas
semanas, el tema del duelo se presentó, en los análisis que están bajo mi
responsabilidad; con una fuerza y en un plano de mayor notoriedad discursiva.
He tomado para este posteo, a un par de analizantes y recorto aquí ciertos párrafos
que me han quedado resonando. No siempre se trata de un duelo con el partenaire sexual; aunque siempre –insistimos-
el duelo sea amoroso. Da lo mismo de
quiénes son estos párrafos; si de este analizante o de aquel; si míos o del
lector de estas líneas: son los de todos los sujetos que, alguna vez, han
podido enunciar aquello que el poeta –y también Lacan- dijo de este modo: “Ahora que interrogo tu ausencia, puedo
decir que tú eras mi falta.” Aquí van, entonces:
Dice: "Soñé con él, hacia un
año que no soñaba con él. Claro, después de toda la gente que conozco y ninguno
captura mi deseo más allá de un polvo, hasta me suelo decir: volvé que te
perdonamos... Y tras el sueño, muy breve donde yo lo iba a buscar, me viene un
tema musical. Una canción cursi que interpretó para una telenovela Cacho
Castaña: se llama para vivir un gran amor.
Pensé: ¿por qué me vendrá este tema? Y claro, la respuesta está en el
titulo: Para vivir hay que tener un gran amor. Lo busco en youtube cuando estoy en el bar desayunando, me pongo los
auriculares, y lo escucho. Y escucho que dice: "necesito de tu calor para vivir"- y me pongo a llorar en
el bar... Diez de la mañana, desayunando, llorando. Y como si fuese poco asocio
con lo que le pasa a una prima que no puede dejar de pensar en su ex después de
cinco años de divorcio. Y le cuento todo esto a un amigo... Me escucha, y me
dice: "las viudas". A mí me corrió un escalofrío cuando
pronunció esas dos palabras. No porque me sienta una viuda. Yo sé que lo dijo
en referencia a lo mío y lo que le decía de mi prima; y ya se también que todo
duelo es duelo de una muerte. Me corrió escalofrío porque después de escuchar
esa canción en el bar, asocie con la película "Viudas" que habíamos visto con mi
ex, y pensé en el tema musical que está en la peli que canta Vicentico. Pensé
que mi ex una vez me dijo que –cuando se tomó un taxi a la madrugada porque
llegaba tarde al laburo- el tachero la estaba escuchando –nosotros estábamos en
una de las tantas separaciones que tuvimos- y a él se le caían las lagrimas.
Viuda, si. Pero lo peor es que el muerto está vivo, pensé. Dos días después,
después de trece meses de separación, me lo vuelvo a encontrar. Vivo. Bien
vivo. Se me aflojan las piernas, claro. Uno hasta se pone esotérico en estos
casos: un sueño, una canción, un encuentro ¿casual?… Todo en dos días... Pero… ¿Qué puede hacer uno
ante tanta pasión, ante un amor tan romántico –como me dicen todos- si sólo nos
sirvió para separarnos días tras días..?”
...
Él llega al análisis a fin de
poder terminar una relación que con el correr de las sesiones advertirá que no
quería terminar. El malestar que la cultura le impone (las
pulsiones son parciales, la monogamia es un problema, el amor no es la
respuesta total, y así su ruta) hace que él crea que puede ser libre. Es decir:
que cojiendo cada semana con una diferente, las pueda llegar a tener a todas...
Se separa de quien ahora es su ex; comienza unas sesiones a entender esto de
que “hay que matarla” y un par de semanas después de dicha separación, lo
encuentro en una esquina del barrio, muy contento, y me dice: "Prepárate marcelo para la próxima
sesión, ya la mate." Yo, un tanto inhibido por el encuentro (timidón
como me pongo cuando estoy fuera de mi semblante de analista) le murmuro:
"Umm... No te la creas."-
Él se ríe, sin entender de que hablo, y nos despedimos. Esto ocurrió hace
aproximadamente cinco meses. Hace dos meses decide –frente a la angustia que le
ocasiona el “caso no cerrado”; wasapearla. En uno de los mensajes le escribe: “Te odio. Te extraño.” Es decir: ya
entendió algo de lo que le sucedía. Él ya sabe que ella está con un compañero
de trabajo; tiene plena seguridad de que no está enamorada, pero -según él- ella busca –en
el partenaire- seguridad; y entonces dice que es posible que con él siga
adelante. Sin embargo no se resigna y vuelve a contactarla. Se encuentran en un
café. Ella le dice que por favor la deje en paz, que está tratando de hacer
algo con este nuevo novio. Él no puede creer que después de nueve años de
relación, ella le diga eso. Él que, justamente, decidió separarse a pesar de
ella. Y, como dijimos al comienzo, decidió hacerlo porque su deseo estaba en
muchas otras mujeres circundantes y porque la demanda de ella le comenzó a
parecer urticante. En la última sesión de hace días, declara: “Yo no sé cómo voy a hacer… Cada chica que
conozco, todo okey, cojemos bien… y después… Nada. Otra vez lo mismo. Primero
pensé que era miedo al compromiso (porque ellas se quieren casar a las semanas)
pero no es eso. No es eso: es que todavía no la puedo matar.”-
...
Él habla del poder que su Padre
(ya muerto hace muchos años) ejerció sobre él, de la victimizacion de su madre,
y -nuevamente- del discurso autoritario de su padre. Pregunta todo el tiempo
sobre cuestiones teóricas psicoanalíticas (engañándose en el punto de creer que
el saber textual le puede aportar algo a su sufrimiento) y está contento porque hace pocas semanas,
encontró “un nuevo amor” que lo hace
estar bastante apasionado y sexualmente activo, el cual describe, desde el
comienzo, como “un chico muy bueno y muy
muy lindo”. En medio de la última sesión, observo yo el piso y veo que hay
algo en el piso, lo toco con el dedo a modo de adherirlo y levantarlo, y
observo la mirada del analizante que sigue mi dedo y mi rostro a modo superyoico-represivo,
como diciéndome "Que obsesivo, ¿que
es esto que estés tan pendiente de una basurita en el piso?". Es el
mismo analizante que viene quejándose semanas atrás de un brote de celos que le
agarra con su nueva pareja (pareja de elección de objeto homosexual, aclaración
pertinente ya que celos, paranoia y homosexualidad vienen muy ligadas en
función del narcisismo nuestro de cada día) y es el mismo analizante que no
puede dejar de mirarse al espejo del ascensor cada vez que bajamos -para
acompañarlo a la salida-. ¿De qué estamos hablando acá? Tema celos: ¿cómo su analista,
mientras él habla, va a estar pendiente de una basurita en el suelo? Tema
celos/imagen, anexo I: ¿cómo alguien va a estar pendiente de otro que no sea
yo? Tema espejo, anexo II: ¿Cómo podré amar de un modo donde la imagen (la mía,
Ideal), no me capture de esta manera? Tema padre, anexo III: la sesión termina
en realidad cuando –bajando- le recuerdo cómo es capturado por la imagen que no
puede dejar de mirarse en el espejo del ascensor. Pero anteriormente en el
consultorio, le pregunto si no cree que de alguna manera la pregunta por el
Padre no es la pregunta por el quién soy: es decir, por el referente significante que lo anude, de
algún modo –vía su historia- a este presente. El duelo del padre, es el duelo
que deberá trabajar para poder desplazar el amor imaginario (y su
sintomatología de celos) por un amor simbólico que lo represente más allá de la
imagen. Pero también el duelo por la madre, aún viva, que es el duelo por un Poder; es decir: de poder dejar de ser su falito.
...
Él comienza en análisis porque
ella se le metió en su vida; y en sus sueños. Es decir, que se enamoró.
Paradoja mediante (nadie visita a un analista porque se enamora) ella le
comenzó a cuestionar su fantasma por la relación que él posee con su madre (con
quien además de vivir con, tiene un vínculo por demás bastante –como decirlo-, simbiótico). Es decir que ella ocasiona
que él genere un síntoma. Podríamos citar al tango que interpretó clásicamente
Julio Sosa, y –cambiándole el género gramatical- decir de este analizante: "Nunca tuvo novia, pobrecito"-
Entonces, y quizás por eso, él siente a sus treinta años, que debe tener un
estoicismo sublime con ella y soportarle todo. Piensa, en su juego fantasmático,
a la posible pérdida como un derrumbe total. No puede entender, porque ese
mismo fantasma se lo impide, que toda pérdida amorosa lo es. Por tanto, él se
vincula con ella (goces respectivos mediante) soportándolo casi todo. Soporta que ella ya no quiera cojer casi nunca; soporta
que no se depile el vello púbico ( a él no le gusta selvático ); soporta que
ella lo acompañe tres días de feriado largo a la costa pero discuta todo el
tiempo y se ponga a jugar con el celular durante horas en vez de salir a cenar
y disfrutar una caminata juntos a la orilla del mar; soporta que ella vea todo
el tiempo el noticiero –canal siete en este caso (y él está en las antípodas de
su ideología)- en plenas mini-vacaciones; soporta que ella prefiera interrumpir
una cena para irse del restó si su hermana le avisa que Silvio Rodríguez aparece
en la Plaza de Mayo; soporta: él casi
todo soporta. El tema es que lo que él no puede soportar (es decir, sostener)
es el plano de la relación simbólica. Quizás aún no lo sepa. Es una ficha que
deberá aparecer. Todo lo que soporta –en el plano imaginario- es el goce de una
defensa contra el vínculo en sí. Cierto: no se separa para no perder. Pero no
precisamente para no perder a su chica. No aprieta acelerador, porque –en el
fondo- no quiere ni puede sostener aún una relación. (De hecho sus síntomas
obsesivos lo llevan a poner excusas diversas para no proyectarse con ella: “hace apenas un año nos conocemos” o “es de izquierda”, etc.) Ingresa a un
análisis porque siente que algo pierde; lógico. Él piensa que es su novia; pero
el duelo que deberá elaborar es con su madre. Es decir, con el falo que él cree
que es para ella. Su pareja le hace hoy síntoma; porque –justamente- lo invita
a elaborar esa posible pérdida.
Marcelo Augusto Pérez
De falos, duelos, y vaivenes
amorosos…
Buenos Aires, 28 Mayo 2015
ARTE:
Caras Ionut
[ Rumania ]