Sueño de Invierno / Cine







Toda vida es un proceso de demolición.
Francis Scott Fitzgerald
Cruck-Up, 1936.
[ EE.UU., 1896 / 1940 ]
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En 1922, Francis Scott Fitzgerald escribía Winter Dreams. En el 2014, Nuri Ceylan compuso el guión y dirigió Winter Sleep. La metonimia que se desliza, metáfora mediante, de uno a otro título, se plasma en la primera imagen del film que ya nos induce su final: soledad, frío, desasosiego, frustraciones, hundimiento: no es lo mismo soñar que dormir. Y el despertar, en el ocaso, puede ser fatal.

La película del director turco es un canto al cine y al teatro. Cuando una obra es tan compacta que integra un guión, una dirección, una fotografía y unas actuaciones de primera línea; es difícil poner en primer plano algunos de éstos soportes artísticos. Sin embargo es propósito de estas líneas delimitar el campo del discurso del film, más allá de la fotografía (excelente discurso y recurso y bastante simbólica en este contexto), más allá de las actuaciones (memorables las dos escenas del protagonista con la hermana y la mujer; y la escena de la mujer con el hermano –dinero de por medio que realza el efecto dramático-) y más allá de la dirección (impecable, de esas que cuidan a sus actores, de esas que dejan marca registrada).

Escribió Francis Fitzgerald, en su Cruck-Up autobiográfico de 1936:

“Sin duda que la vida entera es un proceso de quebrantamiento, pero los golpes que desempeñan la parte dramática del trabajo —los grandes y repentinos golpes que vienen, o parecieran venir, del exterior—, los que uno recuerda y lo hacen culpar a las cosas, y de los cuales, en los momentos de debilidad, se habla a los amigos, no muestran sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpe que viene de adentro y que uno no siente hasta que es ya demasiado tarde para impedirlo, hasta que comprende positivamente que de algún modo no volverá a ser el mismo.”

Cuando Jacques Lacan nos recordaba que el sujeto no puede ser el mismo antes y después de atravesar la angustia; nos enuncia que el fantasma (difícil de atravesar, al igual que su goce concomitante; sino imposible) lleva al sujeto –en esa travesía del antes al después- a una posición donde –de algún modo, como proclamó Fitzgerald- los golpes del derrumbe producen un eco.

La película –maravillosa y cruel, como la vida- despliega en sus apenas tres horas y piquito de duración; un discurso perfectamente neurótico, donde es imposible no identificarse con algunos tramos y donde también es insoluble la novela mítica que los sujetos construímos en el sentido de poder tomar partido por alguien. Las escenas donde actúa el niño hablan por sí misma sin necesitar más que el impecable registro de su rostro; y fusionan y puentean con el hilo del guión que, más al final, dará argumento a quienes nos disponemos a arribar a una conclusión. Un niño cuyo personaje pretendió delimitar el borde de la perversión en el adulto; y muestra cómo se identifica un sujeto a un padre, y cómo por defender esa imagen (que es la suya también) puede llegar incluso hasta la elección de un futuro oficio. (Cuando en una escena conmovedora, la mujer le pregunta qué quiere ser de grande, el niño responde: “policía”.)

Si bien el eje central se construye sobre el personaje de un intelectual que ve caer el invierno sobre su vida; la obra discurre sobre cualquier relación humana, sobre la posición de la mujer en la cultura; sobre cómo se historiza una niñez y, básicamente –creo- sobre la crueldad hacia el otro (incluyendo obviamente los animales) cuando lo que vale es el narcisismo, es decir: cuando sólo cuenta lo que tiene que ver con uno.

Sueño de invierno es un film en un tempo cuasi real, lapso que condensa los vasallajes de toda una vida; espacio en que se despliega la responsabilidad ante nuestros deseos y la culpa neurótica  concomitante y la reparación anexa –consolidando la deuda que el sujeto arrastra-. Ese resto es sin duda la punta de iceberg de la neurosis. No hay perversos en esta obra: hay sujetos temerosos que se defienden porque su inseguridad los abruma y que tratan de vivir con los vestigios de metáforas neuróticas fallidas. Hay soledades, tumbas nevadas, miradas desveladas y cómplices; y hasta el corazón de una liebre en su latido mortal nos hace reflexionar sobre aquello que dos veces aparece subrayado: el camino al infierno está plagado de buenas intenciones.

Su director, muy influenciado por Chéjov y Dostoievski (de hecho la escena del dinero es repetición –con bendita diferencia- de El Idiota) ha declarado su admiración por I. Bergman. Al igual que con el director sueco, aquí nos encontramos con diálogos y escenas que nos flashean con el reflejo lapidario de lo que un sujeto -con sus cielos y sus infiernos- es capaz de edificar para sostener su imagen; es decir: su yo. Es una dicha que en esta época de clishes tecnoinnovativos, de amalgamas de espejitos de colores fraudulentos, de adultos que todavía juegan en escenarios de ensueños; surja en el arte una obra digna de ser escuchada: porque, creo no exagerar, se trata de eso en toda su extensión: de cómo los sujetos podemos (o no podemos) predisponernos –y castrarnos consecuentemente- para escuchar al otro, para aceptarlo, para darle incluso un lugar donde se puedan sentir únicos; más allá de cualquier entelequia.

Marcelo Augusto Pérez
La nieve de la vida.
23-MAR-2015 
Sobre la Película: 
Sueño de Invierno, [Kis uykusu]
[ Nuri Bilge Ceylan. Turkia, Francia, Alemania, 2014 ]

ARTE:
Nigel Allison
[ Irlanda, 1971 ]
Winter Hare Near Slemish Co'Antrim


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