Síntoma y Goce. La Demanda del Gran Mimosón.









"El amor es una pregunta que intenta alcanzar el ser del otro.
Puede haber amor, pero no existe hasta ser nombrado."

Jacques Lacan
Seminario 8; La Transferencia.

“Enamorarse es producir una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable.”
Jorge Luis Borges

"El psicoanálisis auténtico tiene que ver con la escritura arriesgada (...)
¿Qué es el riesgo? (...) Arriesgado viene de Risco y Risco es la piedra, el risco (...) la roca de la castración. (…) Sobre el mito prometeico: ¿En qué consiste el análisis? En devolverle el fuego al sujeto."

Teodoro Lecman
Entrevistado en Lacaneadores Sin Divan
Año I, Nro. 11.
[ lacaneadores.blogspot.com.ar/2014/06/lacaneadores-sin-divan-radio-on-web-nro.html ]




El sujeto neurótico sufre –como habíamos dicho anteriormente- porque suele suceder, desde sus orígenes, que desea donde no goza y goza donde no desea. Si bien –clínicamente- para nosotros deseo y goce van de la mano (como siempre repetimos, el goce del neurótico es tener un deseo insatisfecho), sabemos que la queja del sujeto perfila la cuestión de la falla, del hiato, que hace que construya su síntoma. El discurso de nuestros analizantes lo explícita siempre: “deseo a todas menos a mi mujer” o “lo quiero pero con él no puedo tener orgasmos” o “pasado el período inicial, ya no puedo gozar con él/ella.” De allí, entonces, que siempre recordamos que el amor suele ser una respuesta bastante integral (aunque no total) de esta problemática. Cuando un sujeto está enamorado –de allí el epígrafe de la cita de Borges- sucede que deseo y goce coinciden de un modo menos insatisfactorio, parafraseando al poeta, indudablemente. Creo que es un error de muchos analistas –y seguidores de Lacan- suponer que todo deseo debe quedar insatisfecho. Repetimos siempre: el deseo, técnica y teóricamente hablando, siempre es insatisfecho; pero un análisis supone un deseo-decidido, pasando por la castración obligada que hace –a partir del amor y vía la angustia- que el goce condescienda y el sujeto se confronte con lo que le causa, con su falta.

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El problema del neurótico es -desde sus orígenes- que no sabe lo que desea, simplemente porque la dimensión inconsciente lo sobredetermina: el sujeto de la enunciación es inconsciente. No sabe lo que desea porque no sabe lo que dice. (El deseo no puede desvinculase del lenguaje.) Cree que sabe (porque tiene un YO) pero, como aprendimos y lejos de lo que creen las psicologías yoicas, el YO es fuente de desconocimiento. Cuando Lacan dice que el deseo es el deseo del Otro, nos está diciendo que es en el Otro donde surgen los significantes que confrontar al sujeto con un deseo que lo toma: de ahí que en el Grafo del deseo va a suplantar el Código por el Otro y el Mensaje por el Significado del Otro. El sentido viene del Otro. O, para decirlo con más énfasis, el Otro nos da sentido. No-saber-lo-que-desea no quiere decir que, explícitamente, el discurso del neurótico no nombre el deseo; y sé que soy un poco atrevido a decir esto cuando en la jerga lacaniana se repite que el deseo es innombrable; pero cuando se dice innombrable se quiere decir que el deseo siempre está en otra parte: hoy deseo esto, mañana aquello. 
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Quiere decir –pues- que la falta es estructural (el deseo surge de la falta) y que es incurable. El psicoanálisis no cura nada. Y de allí que no hay psicoanálisis preventivo (como sí hay una psicología preventiva): nadie puede saber cómo prevenir un fallido, un olvido, un sueño.  Por otro lado, lejos de lo que los neuróticos nos dicen (“no soporto más sus demandas” o “nunca acaba a tiempo” o “no quiero que me rompan las pelotas”) los analistas sabemos que el sujeto es –como a veces digo- El Gran Mimosón. No puede estar sin la Demanda, no puede prescindir del otro, y del Otro. De allí que tampoco existe “libertad” alguna: de hecho no hay sujeto más esclavo que el que está en duelo, tratando de prescindir de alguien que ha sido su falta. Este Gran Mimosón tratará, obviamente, de defender(se) su posición de goce; pero no podrá sin embargo prescindir del síntoma que esta supuesta libertad le hace gozar de.  De allí también que, en el mejor de los casos, un partenaire se transforma en sinthome. [Basta recordar -haciendo una síntesis brutal- que un NIÑO se define por aquel que Demanda y está alienado a la Respuesta del Otro. Por eso siempre recuerdo que todo sujeto que demanda está en posición de Niño o -como diría Roberto Harari- tiene el discurso del pedigüeño. Como también aprendimos, toda Demanda es de Amor. Inferimos entonces que no hay neurótico que no ande a la caza -como el Holandés Errante- del amor. Y obviamente, no hay amor sin ser nombrado. No hay amor que escape al lenguaje.]

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Ahora bien: el dilema es que cualquier neurótico que se precie de tal, se caracteriza también por no poder sostener lo que desea. Y aquí surgen nuevos problemas, circunscriptos por la pulsión de muerte (el goce), los ideales y nuestros cotidianos mitos que conforman el fantasma. De los reproches, de las quejas, de las condenas, de los llantos, del dolor del neurótico, éste tratará de zafar con la sutilidad de las defensas, siempre al amparo de la angustia, custodiadas por el YO y abrigadas por las frases de rigor: “Por lo menos ahora estoy tranquilo” o “A mí las parejas no me duran porque me gusta coger con todas” o “Soy un ser libre, no sirvo para atarme a un hombre”. Todo un discurso ingrávido que nos recuerda a la mismísima levedad del checo Milan Kundera.
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Sin embargo –como nos recordaba Italo Calvino- la levedad no tarda de revelar su peso insostenible. Si, referenciando la cita a Teodoro Lecman, la dignidad de un análisis resultaría en devolverle el fuego al sujeto (sin que se queme, agregaría yo, bordeando la roca viva freudiana de la castración), entonces el síntoma –en este sentido- juega de pivote con su madre original: la angustia. Sí: porque no hay duda que es hijo de la angustia y hermano del goce. Cuando el goce se hace insoportable (cuando el placer en el displacer comienza a agobiar), nace el síntoma que lleva al sujeto al análisis. Es decir que, en el mejor de los casos, la angustia (único afecto, según Lacan) es lo que conduce al encuentro con un (A)nalista; es decir: al encuentro con un dispositivo de deseo que no deja de resistir: puesto que así como no hay inconsciente sin lenguaje, o no hay YO sin Sujeto, tampoco hay análisis sin resistencias. Y aquí volvemos al comienzo: el neurótico con el deseo hace una fobia (el deseo lo asusta, y entonces lo previene), hace una conversión (lo histeriza, y entonces lo deja insatisfecho) o hace una permanente paja mental (lo obsesiona, entonces lo sostiene imposible): tres modalidades de déficit –de carencia- que son sólo una: la falta por la cual la estructura es capturada. Esa falta se llama castración. Y el sofisma del neurótico es pensar que puede zafar de ella.

Marcelo Augusto Pérez
Síntoma y Goce. 3ra. Parte. 
La Demanda del Gran Mimosón.


Marzo / 2015 
ARTE:
Hermanos Saban
Guatemala

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