Arte / Literatura & Dibujo
A un señor le cortaron la cabeza, pero como
después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir
viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal. En seguida notó que cuatro de
los cinco sentidos se le habían ido con la cabeza. Dotado solamente de tacto,
pero lleno de buena voluntad, el señor se sentó en un banco de la plaza Lavalle
y tocaba las hojas de los árboles una por una, tratando de distinguirlas y
nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo tener la certeza de que había
juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto, una de plátano, una de
magnolia foscata y una piedrita verde.
Cuando el señor advirtió que esto último
era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo. Piedra era correcto y
posible, pero no verde. Para probar imaginó que la piedra era roja, y en el
mismo momento sintió como una profunda repulsión, un rechazo de esa mentira
flagrante, de una piedra roja absolutamente falsa, ya que la piedra era
por completo verde y en forma de disco, muy dulce al tacto.
Cuando se dio cuenta de que además la
piedra era dulce, el señor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa. Después
optó por la alegría, lo que siempre es preferible, pues se veía que, a
semejanza de ciertos insectos que regeneran sus partes cortadas, era capaz de
sentir diversamente. Estimulado por el hecho abandonó el banco de la plaza y
bajó por la calle Libertad hasta la Avenida de Mayo, donde como es sabido
proliferan las frituras originadas en los restaurantes españoles. Enterado de
este detalle que le restituía un nuevo sentido, el señor se encaminó vagamente hacia
el este o hacia el oeste, pues de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable,
esperando de un momento a otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que
le faltaba. En efecto, veía un cielo pálido como de amanecer, tocaba sus
propias manos con dedos húmedos y uñas que se hincaban en la piel, olía como a
sudor y en la boca tenía gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír, y justamente
entonces oyó, y fue como un recuerdo, porque lo que oía era otra vez las
palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy
hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces,
de gastadas a fuerza de sonar y sonar.
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Julio Cortázar
Acefalía.
ARTE:
Adrián Martins
[ Buenos Aires, 1975 ]
Acefalía,
Sobre el cuento de J. Cortázar.