Mujer, sint(h)oma del Hombre. Narcis(is)mo, Amor, Goce, Castración.
[…] Lacan había
dicho, entre muchas otras cosas, que la mujer puede ser síntoma del hombre. Y,
puesto que me ha parecido sumamente interesante este escrito tuyo donde
planteás un equívoco entre la mujer como síntoma y la mujer como sinthome,
¿podríamos tomar esto como punto de partida en una relación de pareja para
llegar a algún otro lado?
Bueno, habría que desmenuzar varias
cosas antes de responder a esa pregunta. Primero, que síntoma y sinthome, como bien decís, son cosas
diferentes. La letra vacía que Lacan introduce para diferenciar lo que es para
nuestra lectura —y lo que es para la lectura de otros colegas también—,
digamos, una diferencia en la mirada conceptual, y además fundamentada a lo
largo de toda la periodización de la obra de Lacan, que síntoma no es lo mismo
que sinthome. Si él introduce este
cambio, donde lo escribe con «th», es evidentemente porque introduce un nuevo
concepto, no es lo mismo, y hay quienes interpretan así. Por eso se trata del
concepto de SINTHOME. Generalmente yo prefiero decirlo más bien con la
pronunciación francesa para diferenciarlo de síntoma. Es decir, porque
—insisto— hay un corte allí, un corte conceptual, hay una ruptura y se trata de
otra cosa. Es decir, el sinthome está
«hecho de».
Lacan lo vincula
también a la santidad, ¿no es así?
Sí, también tiene que ver con el santo-hombre
(en francés: saint-homme). ¿Qué pasa? Digamos que, junto al
seminario en que él dedica al sinthome, él analiza y trabaja —en realidad, ya
lo vino haciendo desde el seminario 20, desde el seminario del Encore
(«Aún»), que es del año 72/73, pero vimos ya después en el 74/75, en que él ya
trabaja el seminario 23, que lo llama «El Sinthome»—, se ocupa especialmente,
de la estructura de Joyce. Es decir, entonces toma, justamente, analiza
—digamos— la obra, y toma de él justamente ese modo de escritura y ese modo de
trabajar con la letra, es decir, con la homofonía, digamos, con ese tipo de
escritura que se deshace, que se disgrega, que se recompone, que se violenta…
Entonces es justamente en este tipo de terreno en donde él va articulando otras
cuestiones, lo anuda —valga la redundancia—, lo liga, lo fundamenta, digamos,
desde la topología. Y algunas —justamente— de estas maneras de tratar el «santo
hombre», el saint-homme, para jugar precisamente con el equívoco; es
decir, es allí donde él se apoya en Joyce. Tanto es así que, por ejemplo,
Roberto Harari llegó a plantear que había un psicoanálisis post-joyceano. ¿Por
qué? Porque de alguna forma él se apoya en Joyce, Lacan se apoya en Joyce, es
decir, para introducir algo que ya venía desde antes. Él lo menciona en el
seminario 20, pero en realidad la ruptura ocurrió unos años antes cuando
empieza —digamos— a definirse ya —y a circunscribirse— claramente la diferencia
entre lo que es un orden de escritura, a nivel de la estructura, a nivel de la
estructura significante, de la cadena significante, de lo que es ese «más allá»
o «más acá», con la introducción además de la noción de lalengua —que es
«lalengua», escrito todo junto—; es decir, donde hace recostar, justamente,
la escritura y la letra hacia el lado de lo real. Lo que nos permite incluso
pensar que hay lo real del lenguaje. Eso real del lenguaje es lo
que se puede precisamente palpar en esa escritura y en esa manera, incluso, de
encarar la praxis misma, el análisis mismo, tratando de ir más allá de las
leyes del significante, más allá del sentido. Lo cual, por supuesto, que si
esto tiene que ver con una otra manera de hacer, digamos, con
el lenguaje, con lo simbólico, esto también atañe la cuestión de la
pareja. Es decir, entonces, realmente Lacan no cambia su forma de pensar
respecto de la cuestión del síntoma. Es decir, lo que pasa es que el síntoma, a
medida que va pasando la obra, digamos que se van sucediendo cambios y rupturas
en su enseñanza. El síntoma está en relación a lo real; en relación, dentro de
la topología, además a una noción para mí sumamente importante —yo trabajé
bastante todas estas cuestiones—, que es el orden de la ex-sistencia.
Término, digamos, que tiene que ver precisamente con esta apertura hacia lo
real que tiene el síntoma, en tanto el síntoma no puede agotarse en cuanto a
sus condiciones o sus relaciones con la verdad porque, justamente, si hubiera
manera de alcanzar la verdad, estaríamos en una idea de un simbólico
pleno, digamos, y no en un simbólico agujereado tal como realmente eso es; y
por eso es que de lo que se trata es de burlar, de ir más allá, de sortear los
escollos de las imposibilidades de la verdad, porque estas se enraízan
justamente en lo real. Por eso la noción de síntoma, es decir, en
realidad, yo en este trabajo empecé con las preocupaciones que nacieron de la
clínica, obviamente. Y te diré más: más que del relato de las mujeres, fue
del relato de los hombres, o sea, del relato, de las circunstancias de la vida
erótica masculina. ¿Por qué lado? Por el lado de la queja, por el lado de cómo
algunos hombres relatan, cuentan, hacen, digamos, o sea, traen como
síntoma los padecimientos que les suministran las mujeres que se supieron
conseguir, digamos, ¿no? Y esto fue lo que me llevó a trabajar esta cuestión,
de la misma manera que en otras circunstancias el tema de las pasiones, por
ejemplo. Yo me metí mucho a trabajar el tema de las pasiones y siempre
siguiendo el hilo de lo real, también por esos pacientes que son odiosos,
odiantes, beligerantes, donde la dimensión de la hostilidad y la pulsión de
muerte están a la orden del día. Bueno, todo eso que inquietaba además por las
relaciones —digamos— con la transferencia justamente con esos analizantes, de
modo que finalmente me metí con ese tema. Y, en realidad, es casi como que
hicieron un entrecruzamiento: este padecer —digamos— a veces de amores
ilimitados, inconmensurables, y otras veces con su reverso topológico en banda
de moebius, de un odio desaforado, de un odio así abierto y destructivo o, a
veces, solapado; duelos terribles, inconclusos, imposibles —digamos— de llegar
a concluir, precisamente. ¿Por qué?, porque eran relaciones de la pareja que
estaban realmente entretejidas en la pasión. Es decir, en realidad, claro, ¿por
qué? Porque no es cierto, como yo escuchaba los otros días decir a alguien,
bueno, que «el amor es lo que cura», «el amor es lo que tapa las fisuras», y en
realidad eso no es verdad. O sea, tenemos que desilusionarnos de que por mucho
que el amor —precisamente, y más aun en la pareja— apunte al uno, apunte
a la fusión, apunte a hacer de dos uno, eso es lo que lleva justamente
al fracaso; y lleva precisamente a que, si una pareja no está advertida de que
el amor, que siempre es narcisista, porque no hay amor que no lo sea, pero
¿viste?, es como que hay narcisismos y narcisismos… O sea, uno podría
decir que todo amor es narcisista, pero eso no significa que, sobre todo cuando
alguien pasa por un análisis, no pueda llegar a articular el amor con la castración;
entonces ese narcisismo tiene un límite.
[…] El drama de las parejas (esa cosa que uno ve todo el tiempo) es cómo
arreglárselas con esa disparidad, y es ahí donde entra el savoir faire con esa
disparidad, con la disparidad; porque –efectivamente– ni el goce, ni la manera
de desear, ni la relación con la castración, ni la relación con –justamente–
con su símbolo, con el falo, son equivalentes.
[…] Joyce, que había burlado de
alguna manera la locura y que había podido con su ego —digamos—, con su
escritura —precisamente—, hacer algo con ese padre carente, con ese padre en
defección; que había podido hacer algo con su propia imagen del cuerpo; sin
embargo, por ejemplo, es decir, Lacan lo plantea que, en relación con su mujer,
es decir, mientras había una apariencia de relación sexual, es decir, en tanto
y en cuanto —Lacan lo dice en estos términos— «Nora le calzaba como un
guante». Claro, de todos modos un guante no es lo mismo que tu piel, es
algo que se saca y se pone. Es decir, pero él decía algo interesante, porque
antes los guantes tenían como un botoncito para abrocharse. Él decía: «es un
guante dado vuelta»; entonces el botón queda del lado de adentro, y ese
botón molesta. ¿Qué era ese botón? El hijo. Es decir, era la hija —digamos—, en
este caso, que venía justamente como una terceridad a romper esa apariencia de
relación, en tanto y en cuanto «le calzaba como un guante». Porque, claro, uno
podría decir —y esto vos lo podés ver en la vida cotidiana, y en la clínica
nosotros lo vemos todo el tiempo— algo que ya Lacan había planteado
tempranamente, es decir, por ejemplo en el seminario 9 («de la identificación»)
él trata de formalizarlo con la raíz cuadrada de menos uno (- 1). Digamos que
esto, ya de por sí, de alguna manera, ya también remite a algo del orden de lo
real, y él dice que no hay conjunción posible entre el deseo del sujeto y el
deseo del Otro. Pero dice ¿pero cómo? Si nos dice justamente una fórmula, más
que un aforismo, una fórmula canónica, que el deseo del sujeto es el deseo del
Otro… Sí, pero sin embargo, si bien no podemos no dirimir del deseo del Otro
(porque es con el deseo que el Otro nos pulsionaliza a través de su decir,
digamos que eso hace un eco —digamos— en su decir, en el decir del Otro
primordial —digamos—, en ese orden de la lengua materna, digamos así, con
nuestro cuerpo, y eso es lo que nos hace cuerpo justamente y nos
pulsionaliza), pero eso no implica que, ya puesta en movimiento —digamos— la
constitución subjetiva, entre el deseo del sujeto y el deseo de aquel que es su
partenaire, haya relación sexual. Relación/proporción sexual significaría un
encastre, una complementariedad perfecta; en el lenguaje corriente, en el
discurso corriente: «la media naranja». ¿Vos viste las medallitas? ¿Esas
medallitas que cada uno lleva la mitad, no? Entonces, claro, si las juntan
hacen una. Entonces, precisamente, si volvemos —digamos— a la cuestión
de la disparidad, es decir, no hay manera… Él dice: «la raíz cuadrada de menos
uno por la raíz cuadrada de menos uno no da una unidad, no da la conjunción de
un deseo unívoco entre un hombre y una mujer», por ejemplo.
[…] Pero no
sólo entre un hombre y una mujer —digamos—, eso es desde siempre. El drama de
las parejas (esa cosa que uno ve todo el tiempo) es cómo arreglárselas con esa
disparidad, y es ahí donde entra el savoir faire con esa disparidad, con
la disparidad; porque —efectivamente— ni el goce, ni la manera de desear, ni la
relación con la castración, ni la relación con —justamente— con su símbolo, con
el falo, son equivalentes. Es decir, la
desujeción de un sujeto respecto de su fantasma. Cosa que tiene mucho que ver,
precisamente, con las vicisitudes —¿no es cierto?— por las cuales una pareja
pasa y que muchas de esas vías son sintomáticas. Digamos, son sintomáticas en
el sentido de lo que se padece, en el sentido del síntoma. Pero —justamente—,
si se puede atravesar, en realidad las cuestiones que vamos a ver, cuáles son las
cuestiones por las cuales —es decir— se producen esos síntomas. Yo te decía:
hay evidentemente —digamos— una disparidad en muchos terrenos entre un hombre y
una mujer; no solamente a nivel del deseo sino, fundamentalmente, que es lo que
más importa, a nivel de cómo son ellos como sexuados. Es decir, los hombres y
las mujeres —dice Lacan— son significantes, y son significantes sexuados. Hete
aquí que, aun así, esos significantes no se interpenetran, no se complementan,
no hay el uno para el otro de modo tal, digamos, que haya un
significante hombre y un significante mujer que hagan un perfecto
encastre. Este no-perfecto encastre implica que con eso, universalmente —esto
es un universal, digamos—, se las tiene que ver todo el mundo.
[…] Es decir, de goce no hay más que
semblante. ¿Por qué? Porque aun el goce sexual no puede sino estar de alguna
manera sujeto por el lenguaje, por el discurso, y ahí es donde entra a jugar el
hecho de que cada pareja tiene que saber hacer con eso. Por eso hay una
relación —digamos— entre, por ejemplo, «el decir con arte» y una especie de
«hacer con arte», es decir, para poder ir más allá de los impasses que
son constitutivos de la no-relación sexual. Y entonces, ¡claro!, hay hombres
que creen que tienen que castrar a una mujer, o hay hombres que pueden creer
que tienen que colmarla y colmarla con lo que tienen. Y hay mujeres que creen
que pueden redimir a sus pobres hombres castrados con lo que ellas no
tienen, es decir, colmar con un amor inconmensurable lo que es la falla real
del goce, tanto femenino como masculino.
Zulema Lagrotta
Entrevista de Martín
Samartin
Para la Web El Gran Otro Arte Contemporáneo & Psicoanálisis.
ARTE:
Alberto Giacometti
[ Suiza, 1901 - 1966 ]