Volver a nacer...
Antes de volver a nacer, tienes que morir.
Salman Rushdie [Bombay, 1947]
Hace tres años cuando llegó
y se sentó por primera vez frente a mí, enunció como carta de presentación: "Estoy muerto. Quiero volver a
nacer."- Quizás no sabía -entonces- que en ese caso debería lindar con
algunas pequeñas in-mundicias humanas, como la envidia de quienes lo verán feliz,
disfrutando de sus elecciones; sentimiento –para él- harto más caro que extraño.
Y también con la culpa que eso acarrea en cualquier sujeto, máxime tratándose
de alguien que lleva el estigma de la Cruz por doquier. Él que, inaugurando la cadena de sueños,
enunció: “Soñé que tenía SIDA y me
moría…”- A lo cual leí: “Si-das, morís.
Por eso querés volver a nacer, porque estás muerto, dando… Siempre dando. Y
ganas de que te den, te sobran…”-
Quizás tampoco advirtió que volver a nacer
implicaba pasar por la niñez, con los riesgos y virtudes que eso conlleva. Pero
se podía escuchar, por ese entonces, las ganas que tenía de recuperar el niño
que se fue. Con sensibilidad, con inteligencia, con música, con nervio, con
prudencia, con el cuerpo y con el alma, el analizante comenzó la travesía de su
fantasma. De enunciar -cosa que siempre negó, reprimiendo en el decir- "No vayas a creer que voy a ir a vivir
a un monoambiente separado por un biombo" a vivir efectivamente en un
monoambiente, después de abandonar el estilo de vida de un country; a conectarse con las pasiones esenciales que estaban
guardadas, adormecidas, en el núcleo de su ser. De esperar a una mujer que
antes de saludarlo le preguntaba si había traído su tarjeta de crédito, a
esperar a una mujer, veinte y pico de años más joven, que lo despabiló y lo
invitó a realizar sus sueños. Sueños siempre aletargados: 800 películas
dormidas, sin verlas nunca, ni compartirlas con su ex, porque su ex sólo tenía
tiempo para quejarse de sus hijos y de su trabajo y para comprar en el shopping. 800 balas -como alguna vez le
recordé- como la película de Alex De La Iglesia. Y cuando uno tiene sólo 800
balas, hay que decidir cómo apuntar y dónde, porque son las últimas.
Hace poco comentó que con esta nueva mujer
se siente sin red, inseguro, celoso, como nunca le había pasado, y que eso no
lo puede soportar. Es lógico: antes estaba muerto. Un muerto no sabe lo que son
los celos, lo que es vivir apasionado, encausando, llevando a cabo y
sosteniendo el deseo. Un muerto no puede dar cuenta, hablando a la criolla, de
que hay que tener huevos para accionar. Y, como decía Lacan, no se puede hacer
una tortilla sin romper huevos... Y cuando se rompen huevos, algo se pierde.
"Debo
estar haciendo un raro análisis, para que piense más en comprarme un galpón
para poner un teatro que un departamento."- pronunció no hace
mucho. No sólo con el valor de esencia que tiene ese enunciado (volver a
conectarse con lo que siempre amó) sino también por el valor que la economía ha
tenido en la repartición de su goce, sobre todo en sus más de diez años de
relación anterior, de la cual nacieron hijos; años que sólo podía dar a otros,
a precio de estar muerto. Incluso, se ha permitido tener una deuda con un
amigo; cosa para él impensable.
Dijo hace poco: "Me desconozco. Esto de estar celoso es... ¿Cómo yo voy a tener
estos sentimientos? Es absurdo..."- "Claro."- agregue- "¿Cómo vos, justamente?" - y
se ríe. Él, que siempre controló todo, que siempre estuvo con mujeres en que
podía sentir(se) seguro... "Sólo con
esta nueva mina y con otra en mi juventud me paso está cosa horrible de ponerme
celoso..."- y comienza a relatar detalles de la elección de juventud
con esa mujer. Luego, pregunto: "¿Qué
características similar encontrás entre esa mujer y la actual, que ambas
hicieron despertar tus celos?"- se ríe, le cae la ficha y dice: "Ayer estaba escuchando un tema de Silvio,
"Con diez años menos"- "Ah! Ya me contestaste."- digo.
La diferencia de edad lo deja en desventaja; pero –como se sabe- ¿quién no lo
está cuando apuesta sus 800 únicas balas?
Cuando ya no hay red, cuando se ponen
agallas para vivir con pasión y coraje la vida; también el sujeto comienza a
tambalearse porque sabe que se vive cada día como único: se vive en borrador;
se advierte que nada puede rebobinarse y, en realidad, nunca se pudo. En
definitiva, lo que él quiso al iniciar esta nueva demanda de análisis: volver a
nacer. Porque siempre se está naciendo, cuando no se está muerto. Y cuando uno
es un niño, hay celos, odios, rencores, envidias; y también el placer de jugar.
De captar que todo no es más que un juego, sino uno puede llegar a creer que es
médico, psicoanalista o Hamlet. Y, al igual que lo más bello que un niño
conlleva, aparece entonces la espontaneidad del hoy, la naturalidad de las emociones más dormidas.
Los neuróticos se empecinan por no ser
humanos, por ser robots, aparatos que pueden tener todo bajo control minucioso.
Se desmoronan cuando la falta los
visita, cuando se dan cuenta que siempre se está sin garantías (del Otro).
Buscan un significante que los represente, y esto no está mal: nadie escapa al
lenguaje. Padre, hijo, doctor, actor, pareja,
son todos significantes que amortiguan "la
sideración de nuestro espíritu" (A. Artaud). Después de todo el
síntoma no es más que eso: un significante que ha reprimido la angustia: "La metáfora de la reprimido"
(J. Lacan) Ahora bien: transformar el síntoma en Sinthome, hacer (a)nudamiento, y bancarse la castración
concomitante que eso implica, no es lo mismo, claro está, que padecer una
fobia, recurrir a una gastritis permanente o construir un asma.
El analizante de nuestra historia, ha
pasado por distintas manifestaciones orgánicas en el correr del análisis,
incluidas: orzuelos, dolores de rodilla y pecho, constipaciones; todas
absolutamente analizables –explicables- en el contexto de su historia y de su
fantasmagoría. Poco a poco fue descubriendo que alguien - paradójicamente
veinte y pico de años menor que él- podía darle y hacerlo vivir. Lucha todavía
con los Ideales (del Otro) y el imaginario-social. Hay gente que en su trabajo
le dice: “Ya sabés que esta minita es
transitoria… Acá, en tu laburo, es impresentable…”- o frases del estilo. Y
él –que siempre fue rebelde pero estaba somnoliento- se ríe y provoca.
También descubrió en el camino otros deseos
a los cuales por fin podía enfrentarlos
- porque ese es el adverbio para el neurótico - con todo el cuerpo. Ahora
queda lo de siempre: estar atento a no quedarse adormecido, no huir (otra de
las acciones princeps del neurótico),
dejarse escuchar y, por fin, resistir y perdurar en la dura tarea de pasar del
goce (del SI-DA / si-doy, muero) al placer de vivir de un modo fantasmático
menos mortífero: aceptando –en definitiva- que uno puede ser amado sin perder
la esencia. Y que dar no pasa por lo que su historia matrimonial ha organizado
y engordado sintomáticamente en base a su goce libidinal; porque no se trata de
dar lo tangible, sino lo que uno no tiene.
Es decir: aceptando conllevar algo menos doloroso que una Cruz: la falta: el nombre de la castración. De la
muerte [narcísica] que permite volver a nacer.
Marcelo Augusto Pérez
Recorte de una travesía...
Enero / 2015
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ARTE:
Gabriel Pacheco
[México, 1973]