Arte, Filosofía, Estética.
Acerca del
arte, la proposición común consiste en admitir su necesidad. La razón: su
práctica es una de las características del hombre (como la risa o el error). Es
su atributo, los animales no son artistas. Al hombre le corresponden todas las
preeminencias, incluso la de cometer actos gratuitos no vinculados directamente
con el interés (el hambre, la supervivencia), un acto por nada, por lo bello
del gesto.
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A primera
vista, esta proposición no encierra nada raro, la recibimos como el enunciado
de una evidencia. Sin embargo, si la observamos más detenidamente, vemos que se
parece a uno de los cuatro momentos del juicio del gusto de Kant: lo
desinteresado. Se le parece, pero no es idéntica. En efecto, para Kant se trata
de uno los rasgos del juicio estético acerca de un objeto del arte, en el
espacio delimitado que es el suyo; en cambio, para el lugar común, se trata de
una característica del hombre en general, sin que constituya un juicio acerca
de un objeto específico. El lugar común transmite pues algo de teoría pero a su
manera, adaptando el contenido. La generalización es una de sus astucias; otra
consiste en hablar de objeto ahí donde la teoría hablaba de juicio o de
actitud: de la actitud estética que debe ser desinteresada según Kant, el lugar
común pasa al objeto artístico, siendo éste el que bajo ningún aspecto debe
despertar el interés, ser consumible o utilitario. Por otra parte, lo que según
Kant tiene que ver con los que miran y los que contemplan, y les asegura que
tienen una mirada estética, el lugar común lo atribuye a un sujeto totalmente
distinto, a un sujeto único, al que hace la obra: el artista, que tendría que
ser desinteresado... y ello en el sentido más económico del término.
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Podemos
enumerar muchas más proposiciones de los lugares comunes sobre la cuestión del
arte: surgen de todas partes, de todos los estratos que han constituido
lentamente esa vulgata. El interés de este compuesto reside en su polimorfismo,
en lo lábil, en la manera en que evita casi inocentemente el principio de
no-contradicción. En efecto, y para citar otros ejemplos:
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- Del
platonismo se retiene la fuerte separación entre arte y técnica (que Platón
nunca estableció), la técnica considerada como despreciable por ser útil,
interesada, construida sobre lo particular y no lo universal, y demasiado
vulgar como para apropiarse de la belleza. El arte no debe caminar con la
técnica, de lo contrario se vuelve mecánico, frío y calculador (de ahí la
negación a considerar las artes tecnológicas como arte). El resultado es esa
amalgama curiosa y esa inconsecuencia radical que lleva a ignorar la parte
técnica del trabajo artístico al mismo tiempo que se la exige, como prueba del
valor de la obra...
- Del
neoplatonismo, el lugar común conserva la idea de que el arte participa del Ser
y de lo Uno, que su valor es el que se le atribuye al alma y que, al celebrar y
al practicar el arte, se celebra a Dios y a la Naturaleza. La Naturaleza
constituye a la vez el valor que respetar y el fin que perseguir (hay que
trabajar en ser natural); si la naturaleza (el don) sin trabajo no vale nada,
paralelamente se suele afirmar que el trabajo sin lo natural también es nulo. La
naturaleza indica el buen sentido, el camino a seguir, es uno de los
principales lugares comunes, incluso y sobre todo si no se la logra definir.
Habría que preguntar, entre otras cuestiones sobre el efecto de los lugares
comunes, qué parte es la del rumor teórico en los sabios análisis de ciertos
fenomenólogos acerca de la naturaleza naturalizante y la naturaleza
naturalizada... ¿Qué es esa naturaleza que se expresa por la obra del artista
que “naturaliza la naturaleza”? Sea lo que fuere, naturaleza o Dios, el arte se
relaciona con lo divino, con lo sagrado, y toda infracción a la reverencia se
ve amonestada con severidad.
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- Del
Romanticismo y de la Escuela de Frankfurt, el lugar común extrae, aunque de
manera antinómica, que el arte ha de ser crítico frente a los valores del
sentido común, irreverente frente a una sacralización o privilegios
insostenibles. Hay que tener el espíritu contestatario de vanguardia, único
garante de la originalidad esperada. Aquí ya no se trata de naturaleza sino de
invención crítica.
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- De
Nietzsche y del Romanticismo, que el artista es un genio insólito, por encima
del bien y del mal. Aunque, dice también el lugar común, hay que respetar la
moral ordinaria, so pena de ser rechazado.
- De
Schopenhauer, que el arte borra todo dolor y todo deseo, que es de esperar un
estado ingrávido y la ataraxia. La suspensión fuera del mundanal ruido, el
aislamiento son condiciones del arte y de la felicidad; ahora bien, una vez
más, el arte debe comunicar (Kant) aunque el artista esté aislado, aunque se
busque un arte incomunicable e inefable, y aunque nada pueda ser dicho de él ya
que escapa a nuestros sentidos como a cualquier explicación.
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- Y, por
último, de una corriente de pensamiento democrático viene la idea de que el
arte tiene que estar al alcance de todos, del sentido común y de la sensatez,
de que es un lugar común (en el sentido de espacio público); propiedad de la
comunidad y no de uno solo, y que forma parte de la historia, es decir, de
nuestra memoria (aun cuando no sabemos nada de él, ni siquiera si existe) y por
lo tanto que forma parte del cuerpo físico y espiritual de la nación, aunque,
se dice también, es absolutamente universal.
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Todos estos
dichos contradictorios (que no hemos agotado porque haría falta llenar páginas
y más páginas) no incomodan para nada el rumor teórico que los mezcla, los
invierte, usa uno u otro cuando se trata de atacar o de defender, exactamente
como lo haría el retórico al que no le va en zaga.
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Al remitir
los lugares comunes a un rumor teórico, hemos querido mostrar que ese tipo de
discurso alogos, al lado o fuera de la lógica, de la erudición y del
conocimiento preciso, es llevado por una amalgama de teorías y carga elementos
teóricos numerosos, fácilmente identificables bajo sus disfraces, y que
contribuyen a formar alrededor del arte esa nube de sentido (sensatez y lugares
comunes) que nos mantiene suspendidos, turbados, seducidos e incluso
confundidos respecto del arte del que abrazamos simultánea o sucesivamente
todas las perspectivas.
Si este
rumor se amplifica, se generaliza, selecciona una imagen para hacer de ésta la
alegoría del discurso que se da en otra parte, si va de un objeto a otro,
intercambia sujeto contra objeto y viceversa, ese conocimiento difuso que no se
reconoce como conocimiento transporta las teorías del arte –todas las teorías
del arte y sus acompañamientos interpretativos– mezcladas con ciertas obras
(las que entraron en el panteón de la memoria) en un desbordamiento gozoso que
forma en realidad lo que creemos que es el arte, lo que creemos que es y debe
ser para responder al rumor. Atravesado de un extremo a otro por lo teórico. No
tanto, entonces, “opinión” –término que significa peyorativamente humores,
caprichos y gustos particulares sin relación con lo razonable, y fluctuante
según las variaciones de la moda– sino, muy al contrario, construcción
elaborada pacientemente en los talleres del imaginario, surgida de un terreno
común, el de los pensamientos que se fueron formando en contacto con las
prácticas, y que han tomado, al superponerse por capas, la apariencia de un
palimpsesto, de una estructura geológicamente formada durante milenios, tan
fuerte como la roca. Y en la que, como un templo, se erige nuestra inquebrantable
creencia en el arte.
Anne Cauquelin
Fragmento de su reciente libro:
Las teorías del arte.
Adriana Hidalgo Ediciones. Col. Los Sentidos.
Buenos Aires / Barcelona, 2014.
ARTE:
Fernando Ureña Rib
[República Domenicana, 1951 / 2013]