Del goce-masoquista, de hacer cagadas y de tatuajes...
Contesto un par de mails relacionados con un mismo eje: goce, castración, fantasma, amor/duelo.
Respecto al goce-fantasma: Todo goce es
masoquista, el problema con el goce no es gozar sino que el neurótico se hace
gozar (por el Otro), de allí el fantasma fundamental que siempre es perverso.
Todo es fantasmático porque, justamente, el Otro está barrado, por lo tanto el
fantasma es básicamente eso: imaginario. Es para cada sujeto un modo de goce. La
problemática clínica, y de ahí lo diferencial de un psicoanálisis, es que se
trabaja con cada caso, con la delicada situación que conlleva. El analista no
puede sostener un ideal: si un analizante desea estar con una pareja que lo/la
maltrata, es un problema de la economía libidinal del sujeto. Obviamente se
tratará de escuchar ese goce y de darle un sentido más ético; pero hay que
evaluar muchas cuestiones, por ejemplo –como se dice habitualmente- si es peor
el remedio que la enfermedad. Muchas parejas están juntas y no tienen
relaciones sexuales, es la misma historieta. U otras se dicen “muy enamoradas”
y cada uno, por su lado, ”hace la suya”:
otra vez ante la cuestión del goce. Hay que escuchar dónde y por qué el
analizante plantea la queja.
Respecto al fantasma del obsesivo y su “todo para el otro”: el neurótico
confunde el Don (de amor) con la materialidad de los bienes. Por eso en ciertas
tribus, para demostrar el placer de recibir a la tribu vecina, la primera tira
al mar decenas de bienes. No se trata de los bienes. Ahora: el Don-de-Amor es un gesto. Y todo gesto conlleva un gasto; es decir: un acto. Si el obsesivo lo confunde mucho más
fácil que la histérica (de ahí que la histérica detecta esto mucho más rápido),
es porque prefiere engañarse para defenderse del deseo. Me explico: la
analidad, típica del obsesivo, en su fase retentiva habla de esto: la inhibición, traducida a veces en no-poder-mover-los intestinos (es decir:
en no poder cagar), es típica de quien no puede tomar la decisión del acto que
conlleva el deseo ímplicito (un deseo-decidido).
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Recuerdo el siguiente caso: el
sujeto estaba en una relación de más de diez años. Conoce a una persona y
comienza a “movérsele el piso”. Unos meses después el tipo ya estaba en el
horno. Ahora había que decidir: si quedarse con la pareja “vieja”, en un
contexto donde encima habían comprado una casa hace poco y estaban afilando el
lápiz para poder empezar a viajar, cosa que nunca pudieron hacer antes; o bien
realizar el acto de deseo que se jugaba con la “nueva” persona. El problema es
que todo acto genera angustia. (Del goce al deseo siempre se pasa no sin
angustia.) La manifestación de este sujeto para tramitar la angustia, fue un síntoma
de estreñimiento, es decir: de inhibición. Esto llevó a que el tercer día sin
poder mover-los-intestinos, el sujeto deba colocarse supositorios. Pero fue en
el momento que enunció, frente a su “vieja” pareja -y sin saber lo que decía hasta
que lo dijo- la siguiente frase, que pudo evacuar: “Vos no sabés lo que es querer y no poder.”- Eso le sucedía: ganas
de cagar tenía, pero no podía. Ganas de cagar(la). Ganas de ir a buscar su
deseo con la posibilidad de cagarse una relación ya afianzada. Entonces,
resumiendo: para el sujeto es mejor engañarse regalando que ir a buscar su
deseo, castrándose.
Con respecto a tatuajes en situaciones de duelo.
El amor no se puede inscribir en lo fisiológico del cuerpo, en el órgano piel.
Es un engaño incluso pensar que la carne no morirá. Para sostener la vida (de
un amor) son necesarios anudamientos lógicos estructurales. Esto no implica,
obviamente, saberse mortal: si los sujetos entendiésemos que todo se termina,
quizás sostendríamos las cosas de otra manera.
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El sujeto recurre al estilete cuando la palabra falla. Cuando lo simbólico se
inscribe mal en la estructura, se lo trata de escribir en la piel. Esto sumado,
como dijimos, a la negación de la muerte: Por eso el dicho dice: “mejor tatuarse; dura más y duele menos.”
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(Y me estoy refiriendo expresamente a los tattoo que son efecto de una muerte: sea
de pareja o la que sea. Otros se tatuarán por diversas razones, habrá que ver
el caso por caso.)
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Un tattoo
para simbolizar un amor-eterno connota justamene la falla de lo simbólico. Y algo
mucho más ominoso: el egoísmo. El amor-a-sí-mismo que el sujeto no pudo
modificar: un tattoo es un acto
auto-erótico. Con una sutil pero fundamental diferencia con la masturbación: la
pulsión escópica (o invocante, da lo mismo) entra en juego en la relación con
el semejante, es decir: la imagen. En la masturbación estoy aislado; con el tattoo pretendo hacer un lazo, comunicar
algo: la pulsión cumple su cometido siempre en la fase pasiva: hacerse-ver. Lo
paradójico (y aquí lo siniestro) que ese lazo ya estaba muerto. Al igual que
ese elegante oxímoron llamado “cirugía
estética”: hiero la piel para no herir mi Ego. La castración-en-lo-real no es la castración que al sujeto lo cite con la Ley (del deseo): la castración es simbólica y sobre el
narcisismo. Lo mismo si una persona, en un grupo cualquiera o en determinada relación, decide abandonar (cortar/se) porque no se banca lo que sea. Es una castración en lo real, no en el narcisismo del sujeto. Por supuesto que si el deseo ya no se juega en la escena, eso es agua de otro pozo.
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Dic/2014
ARTE:
Ilya Zomb