¿Traición del instinto? Instinto - Amor - Pulsión
La última realización del joven
sueco Ruben Östlund (Mejor Película en el Certain Regard de Cannes), lleva al español un título que recae en
un oxímoron: Traición del instinto.
¿Es que existe tal cosa? ¿Acaso puede un instinto, que por definición es un
saber innato sobre el objeto de la necesidad, haber traicionado? No. No puede.
Por eso aquí comienza el dilema y el conflicto del famoso "sálvese quién
pueda", sólo que -en este contexto- estamos ante un Padre (y esposo)
enfrentado con su familia. Pero el arte del director (que nos recuerda el
manejo de cámaras de Bergman, y sus silencios del discurso) hace que la
historia nos plantee permanentemente cuestiones que hacen a nuestro vínculo (y
aceptación) del otro. Porque el protagonista (un poco obsesionado por su iphone) desde la primera escena parece
tener una aptitud infantil. De hecho en la escena del derrumbe (donde sale
asustado abandonando a sus hijos y a su mujer pero no a su celular), se abraza
a otro hombre mientras huye. Es decir que el director nos muestra de entrada un
sujeto con problemas para aceptar la presencia del otro y su vínculo con la
función Paterna, vía sintomática.
.
Ahora bien, ella se ha enamorado de este
buen señor que -en otra escena central- larga su angustia en un llanto extenso
y desgarrador; por lo que la posición de ella (preocupada y enojada por la de
él) nos plantea también hasta qué punto aceptar al otro en su condición de
humano (que incluye miedos y otras yerbas) puede ser el núcleo de una relación
cuando hay que bajar el nivel de demanda. La astucia del guión recae, a mi
modo, en el contexto en que se dispara este conflicto (atmósfera de
peligrosidad extrema) que es isomórfico a una frase que ella repite un par de
veces: “tenemos que ponernos de acuerdo
en construir la misma versión”; enunciado que metaforiza de algún modo si
el Proyecto (la misma versión) puede
prevalecer antes que los egoísmos particulares. Ahora: resulta que –astucia en
cuestión- acá se trata de un instante de extrema Fuerza Mayor, que es el título de la obra original.
Las impecables actuaciones dejan ver cómo
este planteo (“El otro o yo”, para
resumirlo brutalmente) sigue en consideración con los otros integrantes de la
obra; donde no hay que olvidar la mirada del director hacia los hijos, que supo
reflejar en su captación de todo lo que estaba sucediendo entre la pareja. La
obra plantea un dilema ético, como toda problemática ética. ¿Es posible pensar
en el otro en un momento donde mi vida corre peligro? ¿Y qué hay cuando ese otro es mi pareja o mis hijos o mi
amigo? Recuerdo que hace un tiempo un
analizante enunció: “Estábamos con mi ex
a punto de cruzar la calle. Yo, sin darme cuenta, cruzo y un coche aparece más
rápido que lo previsto. Me vuelvo hacia la vereda y me doy cuenta que ella
nunca se movió del lugar, ni siquiera para gritarme que no pase, sino –al
contrario- porque sabía que ese coche venía muy rápido. Ella se quedó quieta
para protegerse.”- En este
comentario hay una pregunta implícita. Es la misma que trata de hacer el
director en sus casi dos horas de celuloide. Y como es un director que piensa
que el sujeto tiene “sus ángeles y sus demonios”, y que también plantea la
pregunta por dicha aceptación; da una vuelta de tuerca final para resolver algo
que no se puede descifrar con fórmulas directas. Vuelta en donde el otrora
Niño-Asustado puede asumir, cigarrillo de por medio (que simboliza de algún
modo su nueva posición), una ubicación (incluso una postura) que permite que su
imagen de Padre coincida con su condición y su deseo.
Marcelo Augusto Pérez
Nov / 2014
ARTE:
Juan Manuel Bengoechea
Chile