Fantasías / Bisexualidad.
En el primer párrafo del texto “Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad”, Freud arma una distribución muy particular: dice que el
delirio es a la paranoia, lo que la mise
en scéne (puesta en escena) es a la perversión y lo que la fantasía es a la
histeria. Entonces, tenemos, delirio, escena y fantasía, como tres términos en
los cuales –según Freud- el contenido no varía demasiado. Es decir que la
fantasía histérica no tiene un contenido especialmente distinto que la mise en scéne perversa o el de un
delirio paranoide; luego vamos a poder comprobarlo claramente cuando vemos que
la fantasía es bisexual, y que cuando esta no cursa bien, se puede transformar
en un delirio celotípico, en donde una mujer persiga los rastros que dejó la
otra mujer en el cuerpo de su marido, por ejemplo, por la vía de un cabello en
la solapa. Esa posición paranoide tiene
el mismo contenido que una fantasía bisexual, porque también se trata de la búsqueda
de la otra allí, sólo que por una vía
que no es la de la fantasía sino la del delirio, o deliroide.
(…)
Esto es absolutamente fundamental en la
concepción freudiana del cuerpo. Lacan retoma esta cuestión en el seminario La
Angustia cuando plantea que una vagina no está fisiológicamente preparada con
terminaciones nerviosas para que ocurra semejante escándalo en ella. Pero esto no es menos cierto para el caso del
pene: por más terminaciones nerviosas que haya ahí, el pene es también capaz de
anestesia; es posible la eyaculación anestesiada –cualquier neurótico pasó por
esto-, es decir, que la eyaculación sea un mero fluir de liquido sin ningún
placer, sin ningún goce, porque la
cabeza está en cualquier otro lado. No va de suyo que la fisiología del pene
garantiza el placer. (…) La posibilidad del coito viene precedida por una
anticipación imaginaria, es decir que el semejante debe estar incluido en la
fantasía previamente a la concreción de la posibilidad del coito. Pero también en
la actividad masturbatoria, en donde en el punto de la satisfacción se
reproduce ya aquel primer paso, incluye ya entonces, a un semejante.
(…)
Las fantasías no sólo son conversivas sino
también bisexuales, porque conllevan un elemento masculino y otro femenino. No
importa qué sea lo masculino y qué lo femenino para el sujeto; esta es una
cuestión que atañe a la distribución que se haya producido en la constitución.
Freud dice incluso, que no hace falta que los dos elementos estén en la misma
fantasía. Hay muchos síntomas que no se
resuelven totalmente cuando uno cree haber desentrañado o cuando el paciente
hizo consciente una fantasía heterosexual, porque falta la homosexual –o viceversa-.
(…)
¿Habría sexualidad que no fuera conversiva?
¿Existiría la posibilidad de una sexualidad que no supiera algo del orden de la
bisexualidad? Tomemos, en primer lugar, esta otra pregunta: ¿cómo sería una
sexualidad que no fuera histérica? Sería obsesiva o fóbica. Empecemos por la
obsesiva. ¿Cómo es una sexualidad obsesiva? ¿Cómo la definimos? En Carácter y erotismo anal, la tenemos
claramente descrita por Freud: en principio, implica toda aquella cuestión de
la limpieza. Fíjense que uno ubica fenómenos de este estilo en la clínica, en
donde hay sujetos que comienzan sus análisis desde una posición neurótica obsesiva,
y tienen la fantasía de ser puramente heterosexuales. Es muy divertida la idea,
la fantasía de ser un travesti al revés, en el sentido de que el sujeto decidió
ser hombre si es varón (o decidió ser mujer si es mujer). Pero… ¿decidió ser un
hombre? Un hombre, esto quiere decir, sin ningún rasgo femenino, que es lo que
Dámaso Alonso dice de Quevedo: “Quevedo
era tan hombre, tan hombre, y quería tan decididamente ser hombre, que le iba
pésimo con las mujeres.”
Cuestión que generaría entonces, la
expulsión de todo rasgo femenino, no importa cuál. Recuerdo, por ejemplo, el
caso de un paciente cuya padre era un empleado público del estilo del personaje
de Gasalla, que lo que hacía era ir, laburar y traer la guita, mientras que era
la madre la que se encargaba de todo: ella era quien arreglaba las cosas de
electricidad, quien manejaba la guita, etc. Para él una reparación eléctrica era
una actividad femenina, y arreglar una lámpara de la casa lo feminizaba, porque
lo mandaba para el lado de la identificación con la madre. (…)
Ahora bien: lo que podríamos llamar una
sexualidad obsesiva vira hacia el subrayado y la supremacía de la escena. (…)
Por ejemplo si la luz está apagada o encendida, si las sábanas están estiradas
o no, si hay miguitas, si primero le chupó la teta izquierda y después la
derecha, cuánto duró, cuánto no duró, si la mina gimió o no gimió… todas las
cosas que uno puede plantear respecto de una escena donde se juega el acto
sexual. (…) En la sexualidad obsesiva, la escena queda en un lugar más
importante que la fantasía. Esta dominancia de la escena implica una lógica del
estilo “si no es así, yo no puedo”, aunque sin llegar a la rigidez característica
de la perversión.
Ahora bien: si pensamos en una sexualidad
fóbica, el asunto iría por el lado del “yo quiero, pero no puedo”, es decir que
involucraría toda la cuestión evitativa del estilo preventivo de la fobia. Pero en realidad, esa cuestión está toda
incluida en la escena previa, es decir: antes de poder acceder a una fantasía:
una vez que el fóbico entra en escena el acceso a la fantasía es posible.
Esto quiere decir, entonces, que para Freud
–y también para Lacan, ví el seminario de La Angustia- la sexualidad es
histérica en todos los casos. La sexualidad es conversiva, bisexual y
sintomática.
(…)
Subrayo entonces la importancia de la fase
homosexual masculina en el análisis de los hombres, y la incidencia que esto
tiene sobre todo en la pubertad, en relación con la estabilización de la
fantasía sexual. Y subrayo también la importancia que tiene esta cuestión a
nivel de la resistencia, lo cual me parece un punto muy importante, además del Deseo-del-Analista, la persona convocada
a sostener ese deseo debe tener cierta fluidez con su homosexualidad, porque si
no, no va a poder escuchar nada de todo esto. Si Lacan plantea que la posición
del analista es femenina, no se puede
analizar viendo quién tiene la interpretación más larga… En el despliegue de la
sesión, es mucho más receptivo el trabajo si el analista trata de dejarse tomar
por el discurso del analizante, y no tratar de ubicarse en “¡que piola soy!
¡qué buena interpretación tuve!”
Enrique Millán
El objeto en los tiempos de la pubertad.
Clase del Seminario Anual Clínica psicoanalítica, clínica del objeto.
Coordinado por Patricia Ramos.
Servicio de Psicopatología / Hospital Gral.
Agudos Dr. Ramos Mejía
Buenos Aires, 2005.
ARTE:
Christian Schloe
Austria