Amor y Muerte
Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y director de la revista Barcelona Metrópolis. Ha escrito varios libros. Posteo aquí un fragmento de uno de ellos, de última aparición y fácil lectura. Intenta perfilar en él, algunos vínculos amorosos a lo largo de la historia; empezando en el primer capítulo con Platón y así pasando por Abelardo y Eloísa, Sartre y Simone de Beauvoir, hasta llegar a Foucault. Intenta plantear la tesis que el amor ha sido condicionado a lo largo del tiempo en cada contexto sociocultural y que para re-inventarlo hay que re-inventar el mundo.
Lo que él llama "la necesidad de amar" (con la disfuncionalidad emergente en el sujeto) suena a veces naif en su obra porque Cruz parece a veces ignorar que lo que menos necesita un sujeto es amar; sino que -al contrario- el amor lo toma inconsciente e inexorablemente. Nadie ama por necesidad; como -por otro lado- tampoco nadie come por necesidad. (Cabe una pregunta obvia para desbaratar esta creencia: ¿Qué necesidad tendría el sujeto de sufrir por amor? o, lo que es lo mismo, ¿Qué necesidad habría de amar si estando a merced de la soledad y del autoerotismo, alguien podría vivir mejor? o también: ¿Qué necesidad de amar a tal o cual persona en vez de a esta otra?)
El amor-a-sí-mismo, en todo caso, hace que caigamos en ciertos pensamientos naturalistas. De allí que el final de este párrafo que extraigo me parece interesante en el sentido de que no es más que "algo" de uno mismo lo que se pone en juego en el mecanismo amoroso, de allí el recurrente artilugio narcisístico. Esto, creo, nos lleva a plantearnos cuánto de "pensar en el otro" está dispuesto el sujeto-amoroso a reparar, castración mediante. Recuerdo que Arthur Schopenhauer expresó que todo amor genuino es compasión, y todo amor que no sea compasión es egoísmo. Los límites siempre son difusos; Freud lo sabía.
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[ casi noviembre del 2014 ]
Ortega, un autor inequívocamente influido por Nietzsche, tiene
escrito "Amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo
que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté
ausente", afirmación que evoca la de Gabriel Marcel incluida como
cita pórtico del presente libro (se recordará: "Amar a alguien es decirle:
"tu no morirás nunca") y que a continuación él mismo comenta en
términos aún más interesantes: "Pero nótese que esto viene a ser lo mismo
que estarle continuamente dando vida, en lo que de nosotros depende,
intencionalmente. Amar es vivificación perenne, creación y conservación
intencional de lo amado."
Sin embargo, alguien capaz de pensar con esta hondura acerca de la
naturaleza del amor, retrocede a la hora de analizar experiencias amorosas de
indudable calado, como la constituida por el anhelo que experimentan los
amantes de que su pasión sea eterna, desdeñando, según vimos, su importancia y
dando la impresión de ser ciego para percibir lo que ahí se encuentra en juego
(y que al propio Platón no se le había escapado). Envite que lo expresaba con
hermosas palabras, Catulo a Claudia: "Nunca, nunca podré concebir un amor
capaz de prever su propio fin. El amor es en sí eternidad. El amor es, en cada
instante de su vida, el tiempo todo, el único atisbo que se nos permite de la
esencia de la eternidad.”
(...)
Lo que deja todo esto en evidencia, no es una mera paradoja
epistemológica, o una simple inconsistencia discursiva. Si únicamente de eso se
tratara, la situación descrita no nos interpelaría con tanta fuerza, con tan
profunda violencia. La razón última por la que, por decirlo a la manera de
Proust, cuando estamos enamorados somos incapaces de actuar como adecuados
predecesores de las personas en las que nos convertiremos cuando dejamos de
estar enamorados, o nos removemos inquietos al tener que evocar un amor
anterior, se relaciona, como no podía ser de otra manera, con una dimensión
estructural de nuestra propia identidad. Porque si nos aterra imaginar un
futuro sin la visión del sonido o de las voces que amamos, es porque intuimos
que tales pérdidas construyen la cifra, el signo, de una pérdida que se
encuentra en el límite de lo que nos sentimos en condiciones de soportar. Se
trata de dolor mucho más cruel, y es el dolor de no experimentar dolor, de
sentirse indiferente hacia aquello que, por otro lado, no podemos olvidar que
marcó a fuego nuestras vidas. Caemos entonces en la cuenta de que lo que
realmente habríamos perdido en el camino es algo de nosotros mismos.
Manuel Cruz
Amo, luego existo. Los filósofos y el amor
Capítulo 5: "¿Cómo puedes ser tan egoísta?
Nietzsche y Lou Andreas-Salomé: vivir en un edificio
cuarteado.
Editorial EUdeBA. Buenos Aires, 2013
ARTE:
Claudio P. Souza
Brasil