"Dar
lo que no se tiene": si es la fórmula que esconde la cuestión misma de la
lógica del amor, hay que confesar que se presenta de un modo bastante ilógico.
(...)
Tiene razón Lacan el día que medita sobre
el acto inmenso de caridad que es el descubrimiento del inconsciente por parte
de Freud. Es impactante descubrir que la demanda persiste en el inconsciente,
que sabe algo que no se sabe, que insiste en su pasión del ser, en su pasión de
el nada, en su pasión de amar, de odiar y de ignorar.
(...)
Lacan es explícito al señalar que en
el lugar de lo que hubiese sido dar lo que no se tiene, el Otro se
entromete con la papilla asfixiante de lo que tiene. Tenemos aquí un dato
preciso para refrescar un poco el sentido de esa frase hecha que se repite en
la comunidad analítica: no satisfacer la demanda. En efecto, la frase está muy
bien, no hay que satisfacer la demanda. Eso significa que hay que escucharla y
soportarla como demanda de amor, y sostenerla en las pasiones que evoca.
El signo de 'dar lo que no se tiene' es una
función de engaño, pero no veo porque enojarse tanto con una función de engaño
proveniente de lo imaginario. ¿Qué otra cosa se pretende de lo imaginario? Ya
es extraordinario que lo imaginario se preste a una función de engaño. Por lo
demás, hay que completar la fórmula. Es lo que no hacen los letritas de tango,
y tantos otros, empecinados en ver el engaño sólo de un lado. Hace a la
dignidad del amor tender ese señuelo, el se engañó que es su signo de lo que no
tiene, el goce sexual, y hace a su dignidad que lo tiende para un deseo que no
es, el goce sexual. Podríamos decir que su eficacia es un engaño recíproco.
La
noción de engaño recíproco es importante porque deja un resto a adivinar.
Recuerdo haber visto, hace varios años, un film, un cortometraje de origen
francés, de tema pertinente en este problema. En aquel entonces me interesó
mucho y descubrí que su argumento ya estaba presente en algún antiquísimo
cuento hindú. (...) Se trata de él y ella, por supuesto. Jóvenes
enamorados que viven muy pobremente en una buhardilla. La pobreza no los
amarga, sus caras se iluminan cada vez que se miran. San en "contigo, pan y cebolla". Por
un motivo cualquiera hace un año que unieron sus destinos, como se dice, como
si fuese fácil que dos destinos se unan, pero, en fin, igual por algo se dice
eso, el caso es que están en posición de tener que renovar su declaración de
amor. Se supone que para eso están hechos esos aniversarios. En resumen que
cada cual sale por su lado esa mañana con la idea de hacerle un regalo al otro.
Ella sabe que él es muy aficionado a tocar la guitarra, la cual, por no tener
cuerdas, duerme hace un tiempo en la buhardilla. En la indigencia en que se
encuentran, no podían permitirse el lujo de comprarlas. Entonces se dirige
prestamente a un lugar donde vende su muy larga y hermosa cabellera y, con los
pocos pesos obtenidos, compra las cuerdas. Tenemos, entonces, acá, esas
figuraciones extremas por la que se imagina dar el signo de lo que no se tiene.
Por eso cualquier cosa se eleva a esa condición de signo de amor cuando está
fabricado, pues hay en ella una inventiva, con esa renuncia personal que
lo purifica para que represente el algo de su propia falta, de esa carencia por
la cual su deseo empuja su amor. Correlativamente, ya pueden imaginarlo, él ya
ha vendido su guitarra para comprarle un prendedor con el cual ella pueda sujetar
aquellos largos y hermosos cabellos. Cuando se encuentran, caen las máscaras,
como en la historia de Alphonse Allais. Dejo un resto para adivinar. Me basta
con decir que si la historia deja entrever algo más en la función del engaño
recíproco, es que no es por culpa de ese amor que la relación sexual es en
ellos tan imposible como en cualquiera. Incluso, por tal amor, tan ligado a un
saber inconsciente, les auguramos algún encuentro afortunado.
Juan Carlos Indart
Fragmentos Capítulos II y III
Problemas sobre el amor y el deseo del
analista
Ed. Manantial, Buenos Aires, 1989.