De elecciones amorosas en el hombre y la mujer... Histeria y obsesión
La existencia o la inexistencia de la atribución de
un padre excepcional va a operar como distribuidora del parlêtre entre
femenino y masculino, siendo que para las que se dicen mujeres no hay
enteramente padre.
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Ahora bien, tanto quienes se dicen mujeres como
quienes se dicen hombres transitan por los cuatro costados de las fórmulas.
Solo hay diferentes inclinaciones, mas hacia un costado o más hacia al otro.
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En estas consideraciones nos apoyamos para
arriesgar una hipótesis sobre la forma en que quienes se dicen mujer eligen el
partenaire masculino. Habitualmente, cada quien cuenta con un Urvater
performateado un estándar prêt à porter que figura en la vida cotidiana
al fantasmático Urvater, el padre de casa, un protopadre performateado
-tambien puede serlo un abuelo cabeza de familia, un líder religioso cercano,
un maestro al que nunca se le desupone el saber.
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Esa figura tiende a aliviar el potencia caótico
mundo de la dupla madre-niño; ni que hablar de la dupla madre-niña, prometida
al estrago si no viniera en su ayuda eso que Freud llamara “posición de
descanso”, “puerto seguro” del padre. Pero el riesgo de permanecer demasiado
tiempo en esas aguas tranquilas es no poder salir de lo que Lacan ha llamado “la
religión del padre”.
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Dada esta tendencia de la niña a permanecer en la
calma del puerto del padre: ¿cómo hará para elegir un varón en el conjunto de
los que se paratodean, extraerlo y hacerlo Un hombre, Su hombre?
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Una mujer ha de buscar en uno del “para todos” un
rasgo al que le pueda atribuir el carácter de excepcional. ¿Qué operatoria
lleva a cabo una mujer cuando elige a un hombre? Con una suerte de pinza
psíquica toma a un hombre de ese conjunto y lo extrae, haciéndolo excepcional,
Su campeón. Lo quita del montón y lo eleva a Uno, que ya no es uno entre otros,
es Uno único. Es por eso que Lacan afirma “la mujer hace al hombre”. Si, por el
contrario, la mujer toma a uno para conformar a papá, lo cual es una elección
posible, además de frecuente, nunca va a dejar de ser pareja inconsciente de su
padre, del papá de la biografía. Hay montones de mujeres que jamás han
arriesgado el acto de casarse, por más que estén legalmente casadas y con
hijos, jamás han tomado hombre, jamás han hecho la extracción del hombre del “para
todo” para poder decir “este es mi
hombre” y dejar de pertenecer a su papá.
Silvia Amigo
Reflexiones sobre El Cid, de Corneille, extracto.
En: Acerca de la vida amorosa.
Colección Conferencias, EFBA.
Buenos Aires, Escuela Freudiana de Bs.As, 2012.
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Así como en los párrafos anteriores Silvia Amigo
nos recordaba cómo una mujer queda “pegada” a su padre, podríamos
correlacionarlo con su partenaire, por lo general un buen preciado neurótico
obsesivo, que le viene a la susodicha histérica “como anillo al dedo” para
seguir atada al Urvater.
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Podríamos preguntarnos qué obtiene el partenaire
obsesivo “dejando” a su-pequeña mujer a la deriva de otro puerto-seguro. Por el
discurso recurrente que extraemos de la clínica, podríamos decir, en principio,
que lo que obtiene es un imaginario descanso en lo que llamaríamos “el apronte
de la Demanda” o –a la criolla- “que me deje de romper las pelotas”. Pero
también sabemos que la angustia llega rápido cuando la Demanda desaparece: “¿dónde
estará esta turra que hace horas no me manda un mensaje?”-
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Ahora: parecería que una relación así planteada
(ella se queja de que él no es suficiente Padre; y él se queja de que ella
demanda todo el tiempo) no fuese un vínculo accesible y afable; sin embargo,
desde el marco psicoanalítico, es perfecto: ella queda re-ligada al
Padre; y él, obviamente, a la Madre: “como mi vieja no hay”- De allí que estos engarces pueden durar
siglos; queja y contra-queja mediante. Ella siendo "la loca pedigüeña" y él "el boludo quedado". Es decir, refranes siempre al caso, "ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio."
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¿Qué se espera de un sujeto menos neurótico? En este
contexto, se espera que pueda separarse: ella, de ser la Elegida de su Padre;
él de ser el Predilecto de su Madre. Como ya se sabe, la separación implica la
desinstitucionalización del Otro: que ambos partenaires –castración mediante-
puedan aceptar no ser el Falo. Por eso -cuando
en psicoanálisis se plantea la cuestión por si la castración es del sujeto o
del Otro- toda castración es siempre del Otro (y conlleva la del sujeto).
Barrar al Otro, implica una cuota de angustia que por supuesto el sujeto no quiere
transitar. Alienándose allí, los dos –histérica y obsesivo- siguen no sólo
siendo ideales, sino que mantienen al Otro Ideal, eterno. El obsesivo no demanda (no, como se escucha “porque
no sé pedir”; por otro lado la Demanda es inconsciente, nunca es el pedido-tácito)
sino porque él también goza de una Madre-Síntoma. Creyéndose ambos "más allá del bien y del mal", pensando en cómo zafar de la castración, no advierten -como siempre- que no pueden dejar de estar castrados de todos modos; agregando la cuota mortal del goce del Otro que los condiciona a vivir atrapados, aún cuando el Otro-imaginario ya ha desaparecido para siempre.
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Marcelo A. Pérez
La histérica y el obsesivo.
O el Otro que los goza.
Septiembre / 2014
Marcelo A. Pérez
La histérica y el obsesivo.
O el Otro que los goza.
Septiembre / 2014
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ARTE:
Egon Schiele
Austria