Neurosis y Poesía
El
deleite de mi oficio es encontrar la poesía en el discurso de los neuróticos.
El deleite del psicoanálisis es –creo- entender que en cada neurótico se
esconde un poeta. Porque en cada neurótico hay un inocente, y –a la vez- un
culpable. Y es esa, justamente, la brújula que nos orienta en el diagnóstico:
el perverso no llega al análisis más que, en todo caso, a desculpabilizarse. En
el perverso no hay poesía. El perverso no cree en el Otro. El perverso apenas
si roza la culpa (porque como también tiene un fantasma, también se
desestabiliza) pero enseguida se justifica. El perverso sabe (de su goce). El
neurótico es inocente porque cree en lo imposible, y porque quiere saber.
Jacques
Lacan; Seminario 9, clase 13 del 14 de marzo de 1962: “El neurótico se entrega a una curiosa retransformación de aquello cuyo
efecto padece. El neurótico es al fin de cuentas un inocente: quiere saber.” Y por ese “querer
saber” recurre al Otro. Es raro que un perverso requiera del Sujeto Supuesto Saber del (A)nalista.
El
neurótico nos habla todo el tiempo de amor. Es arquitecto, ingeniero, mecánico,
escritor, abogado, médico, psicoanalista, estudiante, director de maestría,
piloto de avión, antropólogo, matemático… pero no deja de hablar de amor. Es
decir: de poesía.
Y
aunque sabemos que habla por él, aunque sabemos que es el narcisismo que lo
trae y lo lleva, y lo baja y lo eleva, y aunque sabemos que habla de él;
nos place escuchar que sea un poeta; que hable de sus goces, y de sus sombras…
Porque podemos diferenciar un narcisista “sin culpa ni cargo” de un poeta. De
un culpable. De alguien que llega porque se siente responsable de su deseo.
Aunque aún, todavía, lo reniegue.
A diferencia de muchos que nunca se
analizaron y creen que un analista “empuja” al sujeto al goce sin ley; el analizante va
comprendiendo que de lo que se trata es de responsabilizarse del deseo. Es
decir; de aceptar la Ley. De subjetivarse; lejos de desculpabilizarse. El
analista no es un sacerdote. El psicoanálisis no es una religión. Y aunque el
neurótico –aún creyéndose ateo- sea un religioso nato, “el análisis puede
ser capaz de hacer un ateo viable, es decir alguien que no se contradice.” (J. Lacan, Entrevistado por
alumnos de la Univ. de Yale 24 de
noviembre de 1975 Publicado en Scilicet
Nº 6/7, 1975) El sujeto debe hacerse
responsable de sus fallidos, de sus sueños, de su síntoma. (Y la pareja es un
síntoma del sujeto, por ejemplo.) Y la culpa es un buen indicador del síntoma.
Porque los analistas no tenemos obligación de escuchar a un perverso: porque en
nuestro laburo (semanas tras semanas, años tras años) se juega algo en el orden de
la Ley y de nuestro propio fantasma: no tengo ganas de escuchar cómo un tipo
viene a contarme sesión tras sesión cómo rubrica cheques sin fondos o cómo se
viola a los perros en la calle; o cómo le pega a sus hijos porque no hacen las tareas escolares…
Pero
sí escucho contradicciones, incongruencias neuróticas; dichos y desdichos.
Escucho cómo un analizante un día dice: “la
amo” y otro día cuenta que se acostó con su ex después de cuatro años. Porque ahí
escucho su impotencia y su contradicción: en vez de demandar donde debería, va engañado a buscar a quien le dice, también engañado, que todavía lo ama. También puedo escuchar como un analizante un día enuncia
“la detesto, la odio” y otro día dice
“no puede dejar de pensar en ella”,
porque sé que el sujeto odia con todo el amor de su corazón. Y también puedo
escuchar como alguien (yo lo he dicho en mi primer análisis) puede enunciar: “este es el laburo en donde siempre quise
estar…” y dos años después decirle a los compañeros de “ese laburo” (que
pensaban que uno debería ir al analista por querer renunciar): “renuncio, justamente, porque estoy en
análisis…”- No tenemos ganas de escuchar a un perverso que sabe del goce... pero sí del poeta que nos debe sesiones y después de un año o dos nos llama para pagarlas. Un neurótico siempre paga: sabe que algo hay que perder.
Contradicciones
poéticas; pasiones neuróticas.
El
neurótico no es, como supone cierto saber científico, el “deformador de los
nervios: neuro/osis”; porque el saber es suyo, y con saber crea lo
inconsciente, es decir: lo inventa. Dice: “no
sé…”, pero sabe. No sabe que sabe, hasta que asocia. Se contradice, se
desdice, viene armado con identidad, y al poco andar, se desarma… queda atónito
con su des-andar… se espanta ante su deseo, pero –si apuesta al recorrido que
se le ofrece a su demanda- se hace cargo y algo puede hacer con su pulsión.
El
neurótico habla del malbec, de brujas, de espejos que devuelven imágenes borrosas,
de cine, de Picasso, de la amante que dejó en el andén esperando con la mano
alzada, de Chejov, de los hijos (a quienes tiene que decirles que se descubrió
homosexual), de los padres (a quienes tiene que decirle que se divorcia), del
jefe (a quien tiene que decirle que es un gorila)… habla de los abortos que
tuvo que lindar con sus ex, de las novias a quienes no pudo penetrar y por eso
lo abandonaron, de su bisabuelo que los violó de adolescente, de sus años en donde nunca produzco un orgasmo, de su madre que
no los protegió de un tío abusivo, de su padrastro que los maltrató “en nombre
de Dios”; de relojes de arena, de lienzos grises, de hojas vacías, de violines
con cuerdas rotas, de bicis sin pedal…
El
neurótico tiene problemas con su imagen. Es decir, con su “ser visto”. Es un boceto a medio hacer; aunque crea que ya está terminado. Es un don-nadie, aunque se crea Gardel. Por eso Lacan decía que es un "sin nombre"... Es el Holandés-Errante; es el que busca pero demanda a la persona incorrecta en el momento inoportuno y con la palabra equivocada... Aprendió a llevar una cruz, pero a poco andar advertirá que de llevar una cruz, mejor cargar con la cruz propia, la que uno adopta. Y por
eso siempre es un poco culpable de lo real: reus:
culpa. ¿Y qué es un real? Un real es la singularidad imposible de cada poeta.
Un real es un amor, diferente para cada goce. Porque todo amor es un “Romeo y
Julieta”; todo amor tiene un obstáculo: y un analizante viene y pone las cartas
sobre la mesa: “te traigo mi obstáculo,
te traigo mi síntoma. Escuchá porfa cuál es mi problema con el imposible, es decir:
con el sostén de un amor, del mío. De aquel que -si laburamos en pro de eso- me permitirá condescender mi goce
al deseo.”-
Lo
real se excluye del sentido: por eso el poeta nos lo trae y se cuestiona: no
entra en su lógica. Hay un patrón que se repite y al poco andar se advertirá
que todo delirio tiene una lógica. Por eso el amor no tiene sentido. Pero la
enfermedad tampoco. Y uno cae.
Y
el neurótico trae su no-sentido: mosquitos que contagian hiv; arañas que comen
humanos, oscuridad del mar, ergo: cero alimentos que deriven de allí; el
neurótico se hace y se deshace: “No vaya
a creer que es mi madre” o “No
pensarás que voy a ir a vivir a un mono ambiente separado por un biombo” o “Ni loco me enamoro de esa mina, es impresentable
ante mis colegas, nos llevamos casi medio siglo de diferencia…” y así la
lista es tan extensa como poetas en el diván… Por eso el psicoanálisis rompe
con el discurso Amo, por eso nuestros poetas nos advierten por
el afán de caer en la rigidez de la ciencia: hay lo oral universal –cierto-;
pero cada oralidad –cada disfonía, cada gastroenterocolitis, cada halitosis- es diferente y se aborda por la palabra: en las
puntas de lo real aparece el significante. Único método freudiano para acceder
y tener un saber-hacer-con el
síntoma.
Jacques
Lacan fue un genio, no sólo porque fue el único que supo leer a Freud, sino
porque en esa lectura encontró el borde entre el deseo y la muerte. Cito, “Kant
con Sade”, 1963: "El deseo, lo que se llama el deseo, basta para que la vida
no tenga sentido si produce un cobarde”.
El
neurótico sentado frente al analista no es un cobarde. No huye. Pero es el-deseo-del-analista quien, con su
lectura, debe producir un sujeto atado, vía castración, a su deseo. Es decir:
un (a)trevido. Antígona fue una heroína porque no cedió ante su deseo. Nuestros
poetas son “mártires del lenguaje” por eso no pueden dejar de demandar. Y por
eso vienen para ser amados. Porque no hay neurosis que no sea infantil; ergo:
no hay adulto que no muestre su infantil inocencia de (a)huecarse en el Otro.
No saben, no pueden saber, no quieren saber, de aquello que alguna vez Borges
pronunció con su genial pluma (J.L.Borges, Baruch Spinoza/2, Moneda de hierro, 1976):
“El
más pródigo amor le fue otorgado,
El
amor que no espera ser amado.”
marcelo augusto pérez
elogio del neurótico
agosto / 2014
ARTE:
Adrián Borda
Rumania