El music-hall desde la semiología...
El
tiempo del teatro, sea cual fuere, siempre es un tiempo aglutinado. El
del music-hall, por definición, es interrumpido; es un tiempo inmediato.
Y en esto estriba el sentido de las variedades: que
el tiempo escénico sea un tiempo justo, real, sideral, el tiempo de la
cosa misma, no el de su previsión (tragedia) o el de su revisión
(epopeya). La ventaja de ese tiempo literal ,-adica en que es el mejor
imaginable para servir al gesto; es evidente que el gesto sólo existe
como espectáculo a partir del momento en que el tiempo ha sido cortado
(se lo percibe bien en la pintura histórica, donde el gesto sorprendido
del personaje, lo que en otro lugar he llamado numen, suspende la duración).
En
el fondo, el teatro de variedades no es una simple técnica de
distracción, sino una condición del artificio (en el sentido
baudelaireano del término). La estética original del music-hall consiste
en sacar al gesto de su. dulzona pulpa de duración, presentarlo en
estado superlativo, definitivo, darle carácter de visualidad pura,
desprenderlo de cualquier causa, agotarlo como espectáculo y no como
significación. Objetos (de saltimbanquis) y gestos (de acróbatas),
desprendidos del tiempo (es decir a la vez depathos y de logas), brillan
como artificios puros que recuerdan la fría precisión de las visiones
baudelaireanas del hachich, de un mundo absolutamente purificado de
espiritualidad porque, precisamente, ha renunciado al tiempo.
(...)
En el music-hall, todo está casi conseguido; pero es precisamente este casi el
que constituye el espectáculo y el que, a pesar de su afectación, le
mantiene su virtud de trabajo. Además, lo que muestra el espectáculo de
music-hall no es el resultado del acto, sino su modo de ser. la tenue
dimensión de su superficie triunfante. Es ésta una manera de hacer
posible un estado contradictorio de la historia humana: poder observar,
en el gesto del artista, la musculatura grosera de una labor ardua —a
manera de pasado— y la suavidad aérea de un acto fácil, surgido de un
cielo mágico. El music-hall es el trabajo humano memorializado y
sublimado: el peligro y el esfuerzo aparecen significados, al mismo
tiempo que se subsumen bajo la risa o bajo la gracia.
Naturalmente,
el music-hall necesita un clima de profunda magia que borre toda
rugosidad al esfuerzo y sólo deje su diseño. Es el reino de las bolas
brillantes, los bastones livianos, los muebles tubulares, las sedas
químicas, los blancos chirriantes y las mazas que chispean; el lujo
visual ostenta la facilidad, instalada
en la claridad de las sustancias y en la armoniosa trabazón de los
gestos. A veces el hombre es soporte erguido, árbol sobre cuya extensión
se desliza una mujer-tallo; otras veces, repartido en la sala, se
convierte en la ce-nestesia del ímpetu, de la fuerza de gravedad, no
vencida sino sublimada por los continuos rebotes. En este mundo
metalizado, surgen antiguos mitos de germinación que otorgan a esa
representación del trabajo el aval de antiquísimos movimientos
naturales; y la naturaleza sigue siendo la imagen de lo continuo, es
decir, en resumidas cuentas, de lo fácil.
La
magia muscular del music-hall es esencialmente urbana: no por
casualidad el music-hall es un hecho anglosajón, nacido en el mundo de
las bruscas concentraciones urbanas y de los grandes mitos cuáqueros del
trabajo; la promoción de los objetos, de los metales y de los gestos
soñados, la sublimación del trabajo por su desplazamiento mágico y no
por su consagración, como en el folklore rural, todo eso participa de lo
artificial de las ciudades. La ciudad rechaza la idea de una naturaleza
informe, reduce el espacio a un continuo de objetos sólidos,
brillantes, producidos, a
los que el acto del artista otorga, precisamente, las características
prestigiosas de un pensamiento enteramente humano: el trabajo, sobre
todo mitificado, hace feliz a la materia porque, sorprendentemente,
parece pensarla. Metalificados, lanzados, recuperados, manipulados,
luminosos de movimientos en perpetuo diálogo con el gesto, los objetos
pierden la siniestra obstinación del absurdo: artificiales y utensilios,
los objetos, por un instante, dejan de aburrir.
Roland Barthes
En el music-hall
Mitologías, 1957
Siglo XXI; 1970