Amores: Vínculo Socrático y la Disparidad Transferencial.
HOLA. Acá Marcelo. Hace mucho no ingresaba a mi canal de YouTube y encontré muchísimos
mensajes de elogios a los que quisiera agradecer aquí. (Muchas veces no puedo responder
a cada uno en particular.) Creo que realmente son un exceso de cariño;
pero bue: aceptemos que la transferencia es así.
Quiero agradecer a todos los que con sus palabras apoyan estas clases, a
todos los que con la buena onda elogian permanentemente mi modo de transmisión,
a aquellos que enaltecen al psicoanálisis con sus pasiones y lecturas y
críticas coherentes, y a los que, como yo, también tienen dudas y siguen
leyendo permanentemente para que la obra de Freud y de Lacan puedan seguir,
clínica mediante, llevando un poco de alivio al pa(de)ciente.
Creo que es el pa(de)ciente, quien -en definitiva- cuando pone su cuerpo y
su palabra, es quien le otorga valor y crédito a esta disciplina, como justamente
comentaba en una entrevista que me hicieron hace poco: es cierto que el deseo del analista sostiene el
psicoanálisis; pero no es menos cierto que el analizante tiene el valor de
enfrentarse sesión tras sesión ante su falta –y su deseo, siempre escurridizo-,
en los bordes del mismo vacío de la existencia del ser-hablante.
Aprovecho pues este posteo, ya que de transferencia se trata, para comentar
las preguntas que me hacen en función del amor, la pareja y el análisis.
A veces no se entiende que el valor de la posición Socrática/Platónica de El Banquete entre el
amado (erómenos) y el amante (erastés) es simplemente –pero no sencillamente- una metáfora y que, como toda metáfora, debe
proceder a su giro para poder llegar a establecerse.
El amante es el que no tiene, a quien le falta: el sujeto de deseo. (Que,
como sabemos los analistas, no sabe lo que le falta ya que es un no saber inconsciente). El amado, por su
lado, es quien está en posición de
objeto: no sabe lo que tiene (el ágalma
oculto). Ahora el problema del amor es –justamente- que no hay coincidencia
entre lo que le falta al amante y
lo que oculta el amado. De aquí que la significación amorosa es
metáfora, sustitución. (El sentido de esta metáfora está también en Aquiles.)
De acá deducimos que no se trata de un tema de genitalidad ni de las
cuestiones hetero-normativas (matrimonio monogámico, hijos, etc.) ya que
justamente el "amor
griego" permite desligar la relación de los partenaires y colocar dicho vínculo en una disparidad y en orden de la neutralidad intersubjetiva. En el
análisis hay un solo sujeto, y en el amor el sujeto es el que busca a su
objeto: de allí que para Freud no hay masculino ni femenino y ni siquiera actividad
/ pasividad (como algunos analistas todavía creen) sino fálico o castrado.
De aquí que en la relación amorosa hay un vínculo asimétrico y de poder: Lacan llamó al Seminario 8: La transferencia en
su disparidad subjetiva y los
principios de su poder.
El sujeto en actividad -que se motoriza-, en todo caso, es el que lleva la falta y busca a su
pareja a quien supone la posee: de allí que -aunque suene pardójico- el amante debe estar castrado (en
posición Mujer en el esquema de la sexuación de Lacan) y es el amado quien,
como su misma palabra lo indica, se encuentra pasivo. De allí que la Mujer sea activa, paradójicamente,
porque está castrada y algo le falta: y por tanto –empujada por esa falta, vía
la angustia- sale a la búsqueda.
Ahora bien: como dijimos antes, deberá producirse la metáfora-amorosa para que la relación no quede cristalizada en
amores (y amantes) netamente narcisisados: lo que vulgarmente conocemos como
aquellos que no registran al otro.
Hace poco una colega contaba de una analizante
suya que relataba más o menos algo así: “Conocí hace un par de semanas a un
tipo. El tipo vino dos veces a mi casa a coger. Yo le cociné, le ofrecí mi casa
para que se quede a dormir, lo escuché en todos sus rollos y encima cuando
llegó la hora del sexo, ni siquiera gocé. Ya sé que todo lo hice por mí, pero
al menos el tipo podía haber traído un vino o un chocolate. Ninguna de las dos veces ocurrió
eso. Después de dos semanas sin hablarnos, me manda un mensaje preguntando cómo
estaba. Yo tenía ganas de decirle: “¡Viva!” pero la verdad, en estos casos,
mejor ni contestar, si vamos a empezar así…”
En fin, como ya sabemos desde El Banquete, el amor no puede desvincularse de lo cómico. Artistófanes también lo sabía. Y justamente creo que el sostén de esa atopía, de ese drama que constituye la escena amorosa, radica en ese afán de los amantes que pueden (re)inventar la episteme poética cada día. Claro: si sus respectivos narcisismos no impiden que el drama (Edipo y su destino incestuoso y parricida) se transforme en tragedia (Edipo cegándose con el alfiler).
Como digo en una de las charlas (“La
Repetición”): “…al amor es una manera bastante elegante de suplir la falta: (…) ¿Y qué quiere decir esta
letra PHI, esta falta, este número de cifra no peroiódica? Que podemos decir que es el almagesto de Tolomeo, el espiral de Fidias,
el canon de belleza de Miguel Ángel (recordemos que el Vitruvio de Leonardo de
1492 no es más lo que ya Euclides en el 300 antes de nuestra Era investigó en Alejandría
en los 13 Libros sobre los elementos) no
es más que la proporción áurea, es
decir: acá tenemos la revolución Kepleriana, lo que se conoce también como la
Serie de Fibonacci, y también lo vamos a conocer como la Divina Proporción (que
se descubre aparece en diferentes aspectos de la naturaleza y que diferentes
artistas -también lo estudió en el 1500, Alberto Durero y Le Corbusier
también lo puso en práctica en 1950-) esta proporción divina (que si es de
cifra no periódica irracional) quiere decir entonces que no hay ninguna
relación armónica. Que -en el mejor de los casos- somos el producto de un mal
entendido: que el amor es un mal entendido entre dos sujetos; por eso decimos que
el amor es la imposibilidad del encuentro con lo Uno, pero eso es un fantasma
neurótico. Por eso el poeta decía que con el número Dos, nace la pena.”
Gracias y Cordial abrazo a todos!
marcelo augusto pérez
La metáfora amorosa y la disparidad subjetiva.
La metáfora amorosa y la disparidad subjetiva.
julio / 2014
ARTE:
Johnny Palacios Hidalgo
Perú, 1970