Tutti I Santi Giorni / ¿Qué hacer con la falta?
















De la película Tutti I Santi Giorni.
Estrenada en Buenos Aires, Junio/2014


En el siglo XVI, el historiador William Candem difundió la etimología de Antonia: flor que se abre. En todo caso, la relación con el griego (anthos, flor) coincide poéticamente con el latín (antheros, floreciente). Antonia es la protagonista de Tutti I Santi Giorni, la película de Paolo Virzi que bien podríamos subtitular: ¿Qué hacer con la falta? La obra intentará narrar cómo Antonia –en la impotencia de no poder abrirse para germinar un nuevo ser- podrá, sin embargo, seguir floreciendo.

Los protagonistas se aman. Nunca dejan de desearse. Y parecería que el proyecto de un hijo viene a romper el amor como proyecto mismo. Más allá del trazo de comedia que tiene la obra en toda su primera parte (quizás no haya modo de contar la obsesión en la que la protagonista comienza a aventurarse y su novio comienza a alienarse, sino fuese con cierto tono de humor) luego gira al núcleo central: el vacío. Núcleo en donde todos los sujetos estamos girando, donde siempre se vuelve: falta estructural que nos recuerda porqué toda la obra de Jacques Lacan ha versado sobre esta problemática, sobre todo a partir del seminario del deseo, pasando por la identificación y con su clímax en la topología y sus nudos, sin olvidarnos que en el seminario de la ética ese Soberano Bien lo ha llamado, siguiendo a Hidegger, el DasDing: lo que está perdido por estar sujetados al lenguaje.

Sabemos que al Das Ding sólo se accede por vía de la nostalgia. Y que el amor recubre bastante bien ese imposible. Un hijo, en el mejor de los casos, funcionará como tapa-agujero, como síntoma, de sus padres. Y también en el mejor de los casos, la Madre será su falo por algún tiempo, y viceversa. ¿Pero que sucede cuando la madre no puede falicisar(se) de otro modo, con otras pantallas engañosas, y/o cuando esa madre, historia mediante, se empecina en ser amada (por su pareja) sólo a condición de dar un hijo? (Tal parece ser una de las hipótesis que podríamos extraer después de ver el guión).

La problemática de la película confronta a los protagonistas directamente a sus deseos, porque, como es lógico, si hay un vacío el deseo toma pista, por eso la angustia es brújula en el análisis. Pero si ese vacío no se puede cubrir más que con algo que se transforma en una obsesión, surge el mal síntoma, el síntoma quejoso, que transforma el deseo en goce.

Y, concomitantemente, la respuesta que el sujeto tiene parece estrellarse con la nada misma. A punto tal que la protagonista, lejos de pensar seguir siendo mujer, enuncia en una escena: "Cuando sea madre no voy a volver a cantar"- como un mérito al que accederá en honor de su maternidad, olvidando que su novio la conoció cantando. Digámoslo así: olvidando que la voz (lo que no se escucha, el real que enamoró a su novio) no puede reemplazar a la teta. Que la voz es para su amante lo que la teta debería ser para su hijo; pero no un trueque. En definitiva: olvidando que el amor es dar la falta, no lo que se tiene, sino la castración.

La película se aventura en la problemática no sólo de la infertilidad (y del comercio que cada vez más los laboratorios hacen con ello) sino en la impotencia, en los avatares pulsionales del narcisismo que transforma el semen en una mera secreción imperativa del órgano –y con él, un autoerotismo que relega al coito y que lejos de enfatizar el deseo lo transforma en un frenesí-  y también cómo un embarazo puede ser a veces la metáfora de una enfermedad; y al sujeto en lo que Lacan llamó "aquello que la ciencia forcluye", es decir: a una mera pieza del capitalismo donde –alienado a una voluntad de goce- olvida el encuentro con el otro, que lo hace, justamente, enlazarse a su deseo.

Sabemos, desde Freud, que el neurótico sueña con ser perverso (su fantasma así lo escribe Lacan); pero los protagonistas de la película –empujados por la falta que los motoriza- aceptan seguir siendo neuróticos; atándose a la castración, (re)encontrándo(se) en un goce más estético y menos mortífero. De alguna manera, el título de la obra nos quiere hacer reflexionar sobre el propósito que la filosofía –y quizás un final de análisis- en última instancia proclama: el sentido de la existencia en la aceptación de que todos los días puedan ser alabados.



Marcelo Augusto Pérez
Junio - 2014
Publicado en Página/12
Jue 19 - JUN - 2014
De la teta al canto...
www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-248892-2014-06-19.html
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