La pregunta del PARA QUÉ, en el Arte
Ayer, en el
Centro Cultural Recoleta, observando dos muestras de las varias que esta semana
se presentan, se me presentó el siguiente interrogante: ¿qué puede conmover - se que
el verbo suena fuerte - en cuanto a arte(s) [plásticas] se refiere? La
pregunta por "¿qué es arte?" siempre tiene vigencia y motoriza
cientos de conceptos y (pre)juicios; sobre todo en la Plástica. Porque no muchos ponen en duda que cualquier película -u obra teatral- puede gustar o no, pero eso es arte; sin embargo en Plástica los límites (intelectuales, obviamente) se ponen más confusos. Sin embargo no me refiero a eso, sino a algo en
el orden de la fibra, de pararse frente a una obra y decir, al menos,
"valió la pena verla"- Ya no digo vibrar, ni que me agarre un
escalofrío, ni mucho menos llorar (ya sabemos incluso que depende sin más del
fantasma del observador en cada momento de su historia); pero al menos que me regale cierta reflexión en función de lo que el artista ha intentado dejar ver. (Y ya sabemos también, que muchos artistas han dicho una y mil veces que ellos no intentan "hacer pensar" o "movilizar" a nadie; pero tampoco estoy versando sobre eso: no se trata -insisto- en lo que le pasa al artista y en la pregunta por el arte-en-sí, sino en lo que nos puede pasar como observadores-participantes. Aunque quizás ambas cuestiones se relacionen inevitablemente.)
Comparar
una exposición de fotografía con otra de dibujo no tiene mucho sentido, pero para este contexto al que me
refiero, viene al caso; porque he visto dos muestras muy disímiles y a eso
apuntaba mi interrogante inicial.
Empiezo por
la que no me cuestionó más que estos parráfos; sin la obvia necesidad de aclarar que todo es muy
subjetivo. Se trata de "Tu eres eso" (cara
enunciación para el psicoanálisis, que Lacan ha subscripto y que surge del vedanta
hindú “Tat tvam asi”,) que se ha
inaugurado ayer jueves y cuyo autor, poeta en el arte del rock nacional: Pedro
Aznar, no llega - a mi juicio - a expresarse con esa sutileza con que lo hace
en la canción. Porque ya sabemos que, en fotografía, no se trata de obturar con
una buena máquina, ni de tener una edición rigurosa y costosa, ni de reflejar paisajes sin ton ni son. Se
trata, creo, de dar un concepto (incluso de provocar una pregunta –o un llamado, o una advertencia- con
cada imágen) y de que uno pueda decir -me parece- "esa es la foto". (Ya ni siquiera: “Hay un antes y un después de esa foto”.)
Por eso en esta muestra quién se destaca no es ni el autor, por más que allí estaba
él rodeado de la prensa y de vinos y espumantes, ni algún detalle de alguna de las
decenas de imágenes, ni el hilo conductor de la serie; sino –creo- el ensamble
abrumador hiper-monumental que devora
al sujeto que se detiene a aprehenderla. Por eso, en este caso, el montaje es la
verdadera performance de la
exhibición. Y no me refiero al mero "enmarcado", sino a las dimensiones y a la puesta con que la exposición ha sido pensada. Cosa que quizás no sería tan así (ya que todo se mueve en un plano de significación) si el contenido expuesto me hubiese impactado de otro modo. (Bueno: podríamos hipotetizar que la intención del autor haya sido abrumar así; pero lo dudo, sobre todo conociendo como Aznar se ha manejado siempre en el plano musical: con sutilezas e incluso mucho rigor académico. Y aún si fuese la intención abrumar con las dimensiones; yo me refiero a otro tipo de provocación íntrinsica en la imagen misma.) Siguiendo en este camino subjetivo, agrego que la única toma que me
gustó fue la que el mismo autor ha decidido poner en el catálogo-postal y que
ha bautizado “Que es y se pronuncia”.
Sin duda Pedro Aznar sigue siendo un poeta cuando escribe: a mi juicio lo mejor
de esta muestra son los títulos de sus obras. (Por lo menos, empujado por mi gusto por la fotografía, tuve ganas de entrar a
la sala; a diferencia de la muestra de Mike Amigorena que, al menos yo, sólo espié con recelo.)
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La otra exposición que tomo para
este interrogante es la del cordobés Daniel
Pito Campos, que –entre colores y mensajes subliminales- está cargada de
conceptos; a diferencia de la anterior que sólo hay paisajes sin ninguna
pregunta. Entonces: lo que me interrogo ahora ya no es lo del comienzo sino: “¿Para qué?”-
Que, en definitiva, es la pregunta que uno se puede hacer cuando ve cualquier
obra: sea teatral, fílmica o plástica. Y no es “¿Qué es lo que lleva al autor a hacer esto o aquello?”- porque por
supuesto eso -como ya dije- es un rollo del fantasma de cada uno y siempre es bienvenido; sino
“¿Para qué?, ¿qué me quiso contar?, ¿qué
me quiere decir?, ¿vale la pena decirlo así?”- Sé que es una pregunta antipática para cualquier creador, porque cuando alguien toma una pluma o un pincel o un buril -en ese mismo instante- quizás no se esté preguntando esto; pero cuando esa obra es parte de un modo de vida, cuando su estilo lo nombra; no puede ya quedar ajeno de su trazo y de lo que con su mirada -aún tratándose de la voz- proyecta en el otro. Porque -según me parece- un verdadero autor firma con su estilo y no tan sólo con su nombre. Por eso muchas veces pasar de ser un excelente músico a ser un buen fotográfo, puede ser un camino delicado.
Cuando uno hace un doble paneo por la muestra de Pito Campos, se responde: “Sí. Vale la pena verla. Lo que me cuenta, y su modo de contar, es
rescatable. Me hace pensar. Me divierte.” En cambio en obras como la de
Aznar, yo me respondo: “No. Al contrario:
me indigna tanta ostentación donde la poesía se pierde –si es que existe- y el
aburrimiento gana. Donde me dan más ganas de leer los títulos que de ver las imágenes. Máxime tratándose de fotografía paisajista: esta muestra no puede superar la realidad. Como cuando hace música, acá Aznar tiene un tono perfecto, son imágenes que afinan perfectamente, pero eso no alcanza en fotografía; porque sino sería una mera fotocopia del paisaje.” Pienso que si muchas veces se pone énfasis en el montaje y en las hiperdimensiones de la obra, es porque, justamente, la imagen no tiene la fuerza de interpretación que yo espero. Es obvio que hay excepciones y que hay autores cuyo estilo megaespacioso no le sacan mérito a la obra en sí; pero creo que este no es el caso.
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A mi me parece que "el para qué", no es una pregunta ínsipida. Y no solamente en el arte. Creo que tiene consecuencias incluso sociales. Sino cualquiera que dibuje sería plástico o cualquiera que escriba un libro de poemas sería escritor. (Y no me refiero a editar: ya sabemos que editar puede editar cualquiera; de la misma manera que queda demostrado que quien le sobra dinero puede exponer o hacer una película pedorra.) Incluso creo que esto conlleva a otra pregunta: "Un niño, ¿puede hacer arte?"- No podemos, me parece, sintetizar en un mero "el pintor pinta porque sí" o "el pintor pinta, los demás harán el resto...": nadie hace nada al azar; sobre todo cuando se trata de gente sensible e inteligente. Cuando un actor, por ejemplo, elige hacer un texto ya está tomando una posición ideológica; incluso política. Y a esto se le suma el hecho de que también elige una determinada puesta u otras cuestiones relativas. Lo mismo sucede con quien escribe un poema o quien construye un trazo con un pincel: siempre el actor del hecho artístico debe enfrentarse -aunque lo esconda- ante esta cuestión de posición; incluso muchos han rechazado entrevistas a ciertos medios gráficos o televisivos porque no coinciden con su discurso ideológico. El artista no puede estar separado de su obra y ninguna obra vive per se: está dirigida a un otro. Diría incluso que se termina de construir con el otro a quien se dirige.
Pienso que al verdadero artista no puede darle lo mismo todo. Y si así fuese, eso ya sería -obviamente- también un emplazamiento. El arte, cómo cualquier otro oficio, convoca a su autor a la pregunta por la ética de su deseo. Claro que, además de ética, es esperable y meritorio que la obra atraviese al hombre. (Lo mismo nos sucede cuando escuchamos un orador, un profesor o estamos ante un plato de comida: más allá de la técnica o del contenido, esperamos cierta excitación, es decir: ser levemente sacudidos.)
Pienso que al verdadero artista no puede darle lo mismo todo. Y si así fuese, eso ya sería -obviamente- también un emplazamiento. El arte, cómo cualquier otro oficio, convoca a su autor a la pregunta por la ética de su deseo. Claro que, además de ética, es esperable y meritorio que la obra atraviese al hombre. (Lo mismo nos sucede cuando escuchamos un orador, un profesor o estamos ante un plato de comida: más allá de la técnica o del contenido, esperamos cierta excitación, es decir: ser levemente sacudidos.)
marcelo a. pérez
Junio / 2014
Daniel Pito Campos
- Argentina -
Exponiendo en C. C. Recoleta
Buenos Aires